La Salta trotska

Mundo Asís

Extraña propagación del Evangelio según Altamira, Pitrola y Del Pla.
escribe Oberdán Rocamora

En Salta -aparte de la conmovedora sequía- lo que impresiona es el crecimiento casi inexplicable del utopista Partido Obrero.
Trátase de la agrupación de iluminados que orienta el legendario Jorge Altamira y el mediático Néstor Pitrola. Entrañables figuras que suelen remitir a aquellos románticos “números vivos” de los cines de la infancia. Altamira y Pitrola mantienen en la provincia del poeta Castilla y del Cuchi Leguizamón a un vocalista esclarecido como Carlos del Pla. Sabe bajar la línea entonada que necesitan los sectores desplazados de una sociedad estancada. Que excede al bullicio cotidianamente festivo de la calle Balcarce. Con evangelistas que plantean reivindicaciones mayores, no se conforman con cantarle a Balderrama y se proponen llegar al poder.
“¿Dónde iremos a parar?”. Si se apaga Balderrama, y la Salta se hace trotska.

Cualquiera puede aventurarse en interpretaciones sociológicas que aluden a la demografía. Pero no sirven para tratar el fenómeno de la Salta que se radicaliza, al extremo de exhibir un trotskismo contenido que deja de ser minoritario.
Conste que debe reconocerse la capacidad organizativa y militante de los verdaderos evangelistas del colectivo proletario. Propagan infatigablemente las supersticiones apenas útiles para ocupar los espacios que les gana al peronismo achanchado. Desmovilizado. Entregado a la pereza dominante que brinda el hábito de saberse funcionario, y transformado, en definitiva, en un conjunto de franquicias desestructuradas. Con exponentes que procuran lícitamente la utopía de la salvación individual.
En Salta capital, el Partido Obrero sacó pocos menos votos que la suma de todas las tribus del peronismo diversificado.

Urtubey y Romero

Sus dos principales dirigentes, rescatables y valiosos, siguen enfrentados.
El gobernador Juan Manuel Urtubey. Y el ex gobernador, actual senador -casi un “planta permanente”- , Juan Carlos Romero.
Ambos estadistas presentan cuadros diferenciados que aluden, de algún modo, al mismo retroceso que los unifica.

Hasta hace dos años, Urtubey, El Bello Otero, era perfectamente considerado uno de los Siete Samuráis. Un presidenciable que podía equipararse al también declinante Jorge Capitanich, de Chaco. Y al siempre expectante Daniel Scioli, Líder de la Línea Aire y Sol I.
Sin embargo hoy -con suerte y con la mejor onda- Urtubey puede ser considerado apenas un vice-presidenciable.

Para situarlo en las proximidades de Sergio Massa, la Rata del Tigre, Aire y Sol II.
Con Massa comparten la generación precipitada (Urtubey es sólo tres años mayor). Pero sobre todo comparten la amistad tutelar de Graciela Camaño, la Mujer Golpeadora.
(Kunkel, teléfono).

Pero Urtubey, hasta hace tres meses, supo participar de los cotillones antisciolistas que solía armar el Grupo Gestar, a los efectos de postrarse federalmente ante La Doctora. Junto a otros gobernadores entusiasmados que se colgaban, aún, del “Vestidito Negro”. Fue en la diezmada etapa reeleccionista. Cuando el gobernador Urribarri, de Entre Ríos, estimulaba, para estar en carrera, la idea de la eterna reelección de La Doctora. Aunque sabía que jamás se les iba a dar.
Días sublimes en los que, por todas partes, las señoras sensibles y alarmadas preguntaban si La Doctora iba a continuar. Quedarse al mando para tutelarnos siempre, o no.
Una tesis mucho más optimista que la desgarradora de la actualidad. Porque se modifica sustancialmente el sentido de la pregunta.
Ahora es si La Doctora podrá quedarse. Durar. Hasta 2015. O no.

Romero, por su parte, puede ser interpretado históricamente como un doloroso desperdicio.
Emerge casi como una versión más seria de Reutemann.

Es -Reutemann- aquel que dejó pasar tres veces el tren de la oportunidad (y eso que estaba sólo en la estación). Para quedarse como “planta permanente” en el Senado (de la Nación).
También Romero pudo atreverse a encabezar un proyecto de peronismo alternativo. Pero prefirió quedarse, como Reutemann, con la plácida parsimonia del Senado. Otra “planta permanente” que le permite permanecer en Buenos Aires entre el martes y el jueves. E ilusionarse con algún proyecto sin salida posible, en reuniones inofensivas con el senador Alberto Rodríguez Saá, mientras las nuevas generaciones los pasan por encima. Y sin la menor contemplación dejan de tenerlos en cuenta. Salvo para complementar alguna fotografía.

Se aposenta Romero en la banca que seguramente va a renovar. A los efectos de diseñar un marco estático para una realidad inapelablemente dinámica. Y en una Salta, para colmo, en ebullición. Que supera su tradicionalismo clásico y ya parece tener el boleto picado por una izquierda activa. La que sólo descansa, a veces, para avanzar mejor, mientras impulsa una caravana de ideales antiquísimos que no triunfaron en ninguna parte. Y que no pueden llevarse a la práctica en ningún lado. Pero que admite, de todos modos, la constatación estratégica de una Salta trotska. Una utopía que podría proporcionarle un sabor socialista-revolucionario hasta a los tamales, y sobre todo a las empanadas que se consumen a “orillitas del canal, cuando llega la mañana”. Antes que todo, invariablemente, se apague.

Oberdán Rocamora