Por: Muriel Balbi
El problema de la trata de personas es un delito que ha existido, con mayor o menor presencia, en distintos momentos de la historia, pero que ha comenzado a reconocerse y ha exponerse como tal desde hace relativamente poco tiempo.
Mucho han tenido que ver los prejuicios machistas de nuestra sociedad patriarcal que ha aceptado socialmente la prostitución, que ha denigrado como ser humano a la mujer víctima de explotación sexual y que ha naturalizado el abuso, con ideas que aún circulan en el imaginario social, como que la prostitución es “el trabajo más antiguo” de la mujer o que “a la prostituta le gusta tener sexo” con hombres a los que no elije y cobrar por él. Si bien hay distintas historias de vida en cada una de ellas, lo cierto es que “ninguna mujer nació para ser puta” y que, más allá de los matices y justificativos machistas, detrás de ellas hay hombres que se enriquecen a sus expensas, organizaciones criminales, abusos, golpes, chantajes y mucho sufrimiento del que les suele ser difícil, o imposible, liberarse.
Resulta muy mortificante escuchar los testimonios de la gente que trabaja con víctimas de trata, por la seguidilla de atrocidades a las que son sometidas las estas mujeres, muchas de ellas aún niñas. Cynthia Bendlin, galardonada con el premio “mujeres de coraje” por su lucha contra la trata de personas, explica la situación en la que se encuentran estas jóvenes. Ellas “son despojadas totalmente de su identidad: arrancadas de su lugar de origen, familia y círculo de pertenencia, se les cambia el nombre, la forma de vestirse y se las somete al ‘ablandamiento’, que consiste en una serie de palizas y violaciones para quebrantar su espíritu y someterlas completamente. Debido a esta situación, muchas de ellas -que además sufren stress por los traumas o síndrome de Estocolmo-, acaban por reproducir el discurso de sus explotadores y hablan, no con su voz, sino con la de ellos; resignadas a la realidad que les toca padecer”. Los especialistas relatan que, en varios casos, llegan incluso a justificar las palizas y los abusos porque “se portaron mal o desobedecieron”.
Esto, juntos a las amenazas y al miedo, hace que sea difícil contar con el testimonio de las víctimas y desdibuja el límite de hasta dónde ofrecieron su consentimiento para convertirse en trabajadoras sexuales. En este sentido, se destaca la importancia de la ley 26.842 que, a diferencia de la 26.364 (de 2008) no obliga a probar la no existencia de consentimiento previo para que exista delito. En la nueva ley, “el consentimiento dado por la víctima de la trata no constituirá, en ningún caso, causal de eximición de responsabilidad penal, civil o administrativa de los responsables”. El mismo principio se encuentra establecido a nivel internacional en el Protocolo de Palermo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños, que complementa la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional y que, además protege a las víctimas para que no deban declarar en causas de trata.
En este sentido, si bien estamos frente a un problema muy grave -especialmente en nuestro país, que es lugar de origen, tránsito y destino de redes de distintos grados de complejidad (desde organizaciones criminales hasta familias) y que operan de modo interno o transnacional-, la buena noticia es que la Argentina ha avanzado mucho en comparación con otros países de la región, gran parte gracias a la incansable lucha de Susana Trimarco.
Sin embargo, los criminales, siempre parecen estar un paso adelante de las respuestas institucionales pensadas para erradicar el delito. La connivencia policial, política (especialmente a nivel de las intendencias y gobernaciones) y hasta judicial, traban aún más las posibilidades de éxito.
Pero, como decíamos al principio, también está la complicidad de todo un sector de la sociedad que terminan justificando la explotación (como escuchamos hace unos días con las lamentables declaraciones del jefe de la bancada del Frente para la Victoria en Santa Cruz, Rubén “La Burra” Contreras) y de una sociedad que mira hacia otro lado y que ve en las víctimas de la trata a un ser inferior por ser, en primer lugar, mujer, pero además, mujer pobre, vulnerable, sin poder… y puta. Pero la realidad es tan clara que a veces enceguece, como bien reza el spot de una campaña de lucha contra este flagelo: “sin clientes no hay negocio, y sin negocio no hay trata”.