Los sin futuro

Muriel Balbi

Mohamed Bouazizi, un joven vendedor ambulante tunecino, se prende fuego a lo bonzo porque la policía no lo deja trabajar, y se convierte en el símbolo del inicio de la Primavera Árabe. En Madrid, una arquitecta recién recibida ve cómo sus sueños se desmoronan con cada entrevista laboral en la que le dicen que no. Mientras tanto, en Argentina, una chica de 20 años pasa gran parte del día sentada en la esquina de su casa o tirada en la cama; no quiere buscar trabajo, tampoco ayuda en las tareas del hogar y dejó la escuela porque sostiene que le enseñan cosas que no sirven para nada. Ni se entera que otro niño salvadoreño, con el cuerpo y el rostro tatuados, murió en una pelea entre pandillas.

Estos cuatro ejemplos, tan diferentes, de realidades dispares y contexto disímiles tienen, sin embargo, un denominador común: el desencanto juvenil frente a la falta de posibilidades de ser parte de un futuro prometedor. Un fenómeno que viene observándose desde los años ‘90 y que causa preocupación mundial.

Según un reciente informe, publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada cinco jóvenes de América Latina no estudia ni trabaja. Así, a pesar del crecimiento económico con creación de puestos de trabajo registrado durante los últimos años en la región, la informalidad y el desempleo siguen siendo la realidad del panorama poco optimistas que enfrentan los jóvenes, en especial los de 15 a 24 años, quienes triplican la tasa de desempleo de los adultos.

Aunque  las estadísticas hablan de una leve mejoría de dos puntos entre 2005 y 2011 (el informe compara datos proporcionados por la Encuesta Nacional de Hogares de 18 países donde la desocupación juvenil pasó del 32,9% al 34,5%)  seis de cada diez jóvenes solo consiguen trabajo por cuenta propia, no tienen contrato formal, ni garantías, ni protección, ni perspectivas de mejorar situación laboral, mientras que sólo el 37% tiene seguro de salud y el 29% aporta al sistema de pensiones. La situación es especialmente delicada en los sectores más pobres, en donde el desempleo afecta al 25%.

Durante la presentación de “Trabajo decente y juventud en América Latina”, la directora regional de la OIT, Elizabeth Tinoco, advirtió que “hoy tenemos a los jóvenes mejor educados de América Latina y con la mayor informalidad y desempleo en la historia de la región. Las políticas de crecimiento económico no han logrado cerrar estas brechas”.

El fenómeno es especialmente preocupante en el caso de los llamados “NI-NI” es decir, aquellos que ni trabajan ni estudian, pero tampoco buscan empleo y ni siquiera colaboran en las tareas hogareñas. Para la organización se trata del “grupo duro”, un verdadero desafío para las políticas públicas y un riesgo a tener en cuenta de cara al futuro. En América Latina, 4,6 millones de jóvenes se encuentran en esta situación, es decir el 20,3%. De ellos, la mitad tampoco colabora con las tareas domésticas, siendo en su mayoría mujeres (70%).

Por su parte, Honduras, Guatemala y El Salvador son los países con mayor porcentaje de NINI entre su población joven (27,5%, 25,1% y 24,2% respectivamente). Justamente aquellos sitios en donde las maras (pandillas callejeras) se vuelven la única alternativa para miles de niños que ven truncado su futuro al engrosar la población carcelaria o bajo el  rotundo final de una bala.

Contrariamente, el país con menos cantidad de NINI es Bolivia (12,7%) pero es también allí donde el empleo informal alcanza un porcentaje record (87,4% en 2009) y donde el trabajo infantil y adolescente ha dejado desconcertado al propio presidente, Evo Morales, con el debate que desde hace varios meses tiene copados a políticos y  opinión pública de ese país, a saber: si los menores deben trabajar por “cuestiones culturales” y para desarrollar “conciencia social”, pese a que contraviene convenios internacionales suscritos por Bolivia.

En Argentina, en un estudio realizado por Poliarquía en agosto de 2013, su entonces director, Ernesto Kritz, estimó que “lo llamativo y preocupante, es que, no obstante el crecimiento de la economía, la mejora en el mercado de trabajo (incluyendo la reducción del desempleo juvenil) y el significativo esfuerzo en el presupuesto educativo, la proporción de los jóvenes de 15-24 años en esta situación no ha cesado de crecer, en 2003, en efecto, era de algo menos de 8% y ahora es de casi 10%”. Aumento que se registró especialmente a partir de 2007 siendo “un problema especialmente serio en los sectores de menores ingresos”.

El problema tampoco ha pasado desapercibido para la Iglesia Católica, el presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, monseñor Jorge Lozano, dijo en una entrevista a DyN que la situación de los jóvenes NINI es “una seria injusticia en el presente y un grave riesgo a futuro” y advirtió que estos jóvenes son fácilmente captables como mano de obra para bandas de narcotráfico. “Hace años que son un grupo necesitado de una asistencia particular. Lo que no se puede hacer es ignorarlos o transformarlos en invisibles”, aseveró. Una situación preocupante, a pesar de que el documento destaca los resultados positivos de experiencias realizadas en varios países, entre ellos el nuestro, en donde la OIT viene trabajando junto al gobierno, la CGT y la UIA en los “Programas de Trabajo Decente por País para Argentina”.

Sin embargo, el flagelo no es patrimonio exclusivo de nuestra América Latina. Como sostiene la OIT en otro de sus informes, “Tendencias Mundiales del Informe 2013”, hay tres regiones en el mundo que son las más afectadas: las economías desarrolladas y la Unión Europea, Oriente Medio y África del Norte. Aquí las tasas de desempleo juvenil no han dejado de aumentar desde 2008. En las economías desarrolladas y Unión Europea “alcanzó en 2012 un nivel sin precedentes en los últimos decenio del 18,1%” y según las proyecciones actuales no bajará del 17% antes de 2016.

Con respecto a las causas que producen este fenómeno, son variadas, complejas y particulares de cada región y de cada país. El remedio no es una receta única ni universal. La solución, o “las soluciones”, son complejas y deben encontrarse con el compromiso de distintos sectores de la sociedad con el diseño de políticas de Estado que miren al largo plazo. Como advierta la propia OIT, es necesario pensar en políticas innovadoras y que se ajusten a la realidad y contexto particulares de cada país.

Pensar un futuro para las nuevas generaciones exige luchar contra el desempleo de larga duración, los trabajos informales y de baja calidad y la falta de herramientas para hacer la transición hacia el mundo laboral. De lo contrario, se condena a miles de jóvenes al desánimo, la vida en la ilegalidad, la exclusión social y a un futuro, sin futuro.