Por: Muriel Balbi
Para EEUU la política exterior siempre fue un asunto serio. Ser una potencia requiere, antes que nada, entender cómo funciona el mundo y reaccionar con certeza y determinación para que no queden dudas de quién lleva la batuta del ritmo global. La administración de Barack Obama no es una excepción en ese sentido. Desde el primer momento en que el actual presidente pensó el armado de sus dos gestiones, lo hizo de modo tal de asegurarse tener en su mesa a los pesos pesados de la materia. Como sostiene Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project y miembro de la Junta de Directores de Afghanistan World Foundation, Obama es un producto de la política de la ciudad de Chicago y, si bien no tenía experiencia internacional antes de candidatearse, es muy juicioso respecto a su importancia por lo que “se rodeó de gente del Partido Demócrata con experiencia en política internacional’’.
Una realidad preocupa a los grandes líderes: el mundo está que arde. Si bien los conflictos existen desde los albores mismo de la humanidad, esta dinámica multipolar, de economías interdependientes, donde la información es cada vez más poderosa, veloz y globalizada, lleva a que se aceleren y se enreden, como una madeja al viento, al punto de tornarse un desafío inédito. Con esto se encuentra EEUU ahora. Con un laberinto internacional muy intrincando, donde cada movimiento genera múltiples impactos a nivel externo e interno, muchos de ellos no buscados ni deseados. Un juego de ajedrez donde las piezas del tablero tienen varias caras, según cómo se las mire. Aquí radica la novedad.
A las relaciones internacionales siempre se las ha comparado con este famoso juego de mente y estrategia. La diferencia es que antes se podía ver con claridad cuáles eran las fichas negras y cuáles las blancas, quién era el aliado, quién el enemigo y diseñar los pasos a seguir en función de eso. En el mundo de hoy, cuando EEUU mira el tablero, se encuentra, primero, con que ya no hay sólo un rey a la cabeza de dos bandos enfrentados y, segundo, con que las piezas ya no son de un color o de otro, sino más bien tornasoladas, es decir, su tono se manifiesta en función de cómo les dé el sol y desde dónde se las vea. Ya no hay negros y blancos, sino verdes, azules, verdes azulados, rojos y rojos que tira al anaranjado.
¿Cómo se observa esto en la práctica? Por ejemplo, Rusia está en la vereda del frente cuando se trata del conflicto con Crimea, sin embargo, hay que estar con ellos cuando se habla de Siria o de Irán y cuando está en juego su poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Hay que mantenerla a raya, pero tampoco hay que ahuyentarla demasiado porque esto la deja más cerca de un competidor temible como es China. Así, EEUU se puso al lado de Europa en su enfrentamiento a Rusia, pero a su vez ésta le suelta la mano a la hora de concretar sanciones, debido a su dependencia del gas ruso. Europa, que es amiga, occidental y compañera en la OTAN, está sin embargo muy enojada y resentida por las denuncias de espionaje de parte de quien es la mujer más poderosa de mundo, Angela Merkel. A su vez, este roce diplomático es en parte consecuencia de haberle dado rienda al espionaje como parte de su lucha contra el único enemigo más o menos nítido: el terrorismo. Y digo “más o menos” porque no se trata de un país, con un enclave geográfico y un rostro claro, sino que es un monstruo inasible, transnacional, mutante, complejo y desplegado en forma de red con múltiples tentáculos, distintos entre sí, y con la capacidad incluso de penetrar en su propio tejido social.
También la distancia de Europa el incondicional respaldo a Israel en su exigencia de derecho a defenderse. Así, el secretario de Estado, John Kerry, llevó adelante un inédito raid mediático en el que afianzaba los argumentos de su socio y su enfatizaba el apoyo de los EEUU. El tema acabó llevándolo a Egipto, desde donde intentó calmar las aguas. Sí, Egipto, el mismo país al que hace poco le cortó la ayuda financiera como represalia al por haber derrocado por la fuerza al anterior gobierno.
Para colmo de males, todo repercute adentro. Porque mientras Obama anuncia en la Academia Militar West Point el comienzo de una nueva era en política exterior que no se base solo en la fuerza de las armas, los sectores más conservadores, susceptibles al poderoso lobby de la industria armamentística, presionan por mantener a flote el negocio de la guerra. Así es, los mismos republicanos con los que tiene pendiente una lucha feroz por una ley migratoria, y a la que el ala más radical, el Tea Party, prometió resistencia “cueste lo que cueste”. Parte de ese costo está expresado en los miles de niños latinoamericanos que siguen amontándose en las fronteras de EEUU en una crisis que da vergüenza moral y a la que Obama no pudo ignorar. Así y todo, la presión de quienes quieren entrar a la gran potencia a cumplir su sueño americano no cesa, incluso a pesar de las 1400 deportaciones diarias que despiertan la ira de quienes ya son la primera minoría en ese país y que – no hay que olvidar- votan, a la vez que construyen casas, limpian piletas y cortan el pasto de quienes ya no están dispuestos a hacerlo.
EEUU no la tiene nada fácil en este mundo que quisiera seguir liderando. En realidad, incluso aquí hay conflicto de intereses: los que presionan a Obama por mayor presencia y severidad en acciones de política exterior y el ciudadano de a pie que reclama ese dinero y esa energía para mejorar la situación en casa. Israel, Gaza, Ucrania, Rusia, Siria, Libia, Afganistán, Irán, Irak, China, Africa, terrorismo, crimen organizado, sunitas y chiitas. Toda una gran maraña de temas muy complejos y relacionados entre sí. El ovillo es pesado, grande, difícil de manipular y está visto que no se puede tirar de ningún hilo sin estrangular otra hebra. Menuda tarea la de liderar este embrollo.