Mejor prohibamos los supermercados

Nicolás Pechersky

La cadena nacional de Cristina de ayer deja un saldo dentro de todo positivo. Porque el primer paso para resolver un problema es aceptarlo, y vaya que lo aceptó. Mediante dos grandes anuncios nuestra presidenta confirmó lo que su equipo económico, los cinco fantásticos, venían negando hace tiempo: “hay inflación, y es un problema”.

Primero, como es responsabilidad indeclinable de la patrona, afrontó las paritarias de la empresa con mayor cantidad de empleados del país, su interminable maquinaria de planes sociales que al menos 18 millones de argentinos cobran. Anunció un aumento por inflación del 25 % en la Asignación Universal. Bien por ella.

Segundo, en una genial demostración de que el humor es la mejor cura, anunció el inicio de una desopilante campaña ciudadana de control de precios llamada “Mirar para cuidar”.  Llamó a su juventud militante en relación de dependencia y al resto del mundo político a salir a controlar los precios de los supermercados. Para alguien que no hace sus propias compras hace décadas es un error casi aceptable, pero sería ideal que el ministro del marxismo palermitano Kicillof le recuerde que los precios varían por muchos factores. No cuesta lo mismo un alquiler en Formosa que en Recoleta. No gana lo mismo un repositor en San Isidro que en Resistencia. O sea, no pueden cobrar lo mismo.

Pero como dijimos, este anuncio fue al menos un avance, se aceptó que el problema existe. Con el IPAU (Índice de Precios a la Asignación Universal) confirmamos que al menos la inflación generalizada será de un 25 %.

El gran anuncio para el lector pícaro, el que aprendió a leer entre líneas, es que las políticas estatistas fracasaron. Cristina le dijo al país entero: “Hay inflación, es un problema… y no tenemos idea de cómo resolverla. Salgan y resuélvanla ustedes”.

Y así será. O por lo menos en los papeles, ya que en la historia de la humanidad desde el primer control de precios con el Código de Hammurabi hasta el nazismo y la Unión Soviética, no hay un solo caso de control exitoso. Pero eso el ministro marxista ya lo sabe.

Lo que el cínico y astuto economista de las patillas esconde es que la política de control está condenada al fracaso, únicamente en lo económico. En cuanto a lo político va a funcionar. Lo que realmente busca es cambiar al culpable, es generar conflicto, es dividir. Porque la mayoría de la gente hoy cree que la inflación es culpa de los grandes empresarios de los supermercados.

Como no todo puede ser crítica, nos animamos a proponer una solución o, al menos, una forma distinta de ver las cosas. Los supermercados son un invento de otra época, de otro siglo. No hay razón actual para que sigan existiendo. En muchos lugares del mundo se forman por rubro sistemas de compra virtual que evitan intermediarios y bajan costos.

Primero arreglen los trenes. Quiten el monopolio a los camioneros del transporte de productos. Después dejen de controlar, de presionar, de maltratar. Permitan el acceso a capitales extranjeros a bajo costo. La propia sociedad se va a subir al tren de la evolución. Los sitios de venta online por rubro van a atacar al intermediario y los costos realmente van a bajar, sin gritos, sin patotas, sin cadenas nacionales.

No prohibamos los supermercados, no todos tenemos la suerte de tener conexión a internet. Pero dejemos de atacar a los que proponen una idea diferente y creativa. Dejemos de usar la izquierda como pantalla para llenar de beneficios, exenciones y contratos estatales a los amigos. Porque el relato termina cuándo cada política económica que inventan favorece a los grandes empresarios, y no se dejen engañar, todos ellos son amigos y cómplices del gobierno y sus controles.