Ojalá pase algo que te borre de pronto

La frase política de la semana seguramente haya sido la del ex bloggero k @carrascolucas en una entrevista con Clarín: “Tenemos un papa que es de derecha y es pobre, y tenemos una Presidenta que es millonaria y nos corre por izquierda por cadena nacional, eso no se podía sostener”.

Toda la clase política y el periodismo están totalmente revolucionados con una lista de almacenero donde anotan quiénes saltan de bando, quienes se quedan dónde están, y quiénes todavía pueden ser candidatos a presidente.

El kirchnerismo vuela de la izquierda a la derecha día a día entre mano dura, baja en la edad de imputabilidad, menos impuestos, más diálogo, y la gente parece no reaccionar, o por lo menos esta vez, no creerles.

Cristina perdió apoyo por el aumento constante de la presión tributaria sobre los trabajadores. Ahora bajó los impuestos y su imagen sigue bajando.

Bajó el tono de las cadenas nacionales, de los insultos. Ya no grita, no parece enojada. Habla como si quisiera convencer, en vez de imponer. Levantó el toque de queda alrededor de TN y volvieron los debates. Y su imagen sigue en picada.

Ahora suponen que la cosa pasa por la inseguridad y pusieron como ministro a un sheriff del subdesarrollo que le gusta andar a los tiros con los chorros de su barrio y ver quién queda de pie. Ahora quieren meter pibes de 14 años en la cárcel por robar como si no supiéramos que 10 años dentro de ese infierno no los dejara mil veces peor que como entraron.

Pocas cosas son más tristes que ver a alguien aferrado a una era que está por terminar y ya no va a volver. Ver esos manotazos de ahogado, esos últimos tiros. La mediocridad de intentar todo para sobrevivir, para disfrutar un poco más del poder infinitamente centralizado en una sola persona.

Pero nada de eso va a cambiar el rumbo de las cosas. Porque ya no se espera cambios de actitud. Ni de políticas. Ni de gabinete.

Hay una sensación de que estamos en piloto automático esperando que pase octubre y que llegue diciembre de 2015 para ver para dónde patear. De que se vaya este gobierno y venga otro, el que sea.

Lo cierto es que pase lo que pase, lo que nos une a todos es que no podemos esperar por ver un país un poco distinto. No podemos esperar por ver fútbol sin esta propaganda ridícula. No podemos esperar por poner la televisión pública sin ver paneles de iletrados militantes haciéndose pasar por intelectuales.

No podemos esperar por dejar de ver a los Moreno y a los Boudou gobernando como si nada. Ni aguantamos la ansiedad, y esto con un poco de cinismo y de revancha, de ver a los chicos de La Cámpora salir a buscar un trabajo de verdad.

Llega la hora de la normalidad. Ahora toca bajarle a los insultos y empezar a hablar. A terminar con el odio racial ideológico y empezar a asumir que convivimos todos en el mismo país y que mientras mejor nos vaya, mejor.

En medio de lo que podría ser el principio de una Tercera Guerra Mundial, el presidente de Rusia Vladimir Putin se animó a decirle a Obama: “Es extremadamente peligroso incitar a la gente a sentirse excepcionales, sin importar la motivación. Hay países grandes y chicos, ricos y pobres, algunos con largas tradiciones democráticas y otros que todavía buscan su camino hacia la democracia. Sus políticas también difieren. Todos somos diferentes,  pero cuando pedimos la bendición del Señor, no podemos olvidar que Dios nos creó a todos iguales”.

Increíble cuánto de esto se nos aplica.

El delirio de querer ser presidente

Algo hay en esas personas, algún gen defectuoso, un problema de personalidad, tal vez algo de su crianza. Sorprende cuántas personas andan por la vida pensando que algún día van a ser presidentes, o que al menos eso quisieran. El país estaría mucho mejor si a los 18 años a cada uno se nos preguntara si queremos ser presidentes algún día, y a los locos que dijeran que sí se les prohibiera entrar a la política.

Probablemente dirigir un país sea la profesión menos natural del mundo. No puede ser sano, y no hay cuerpo que aguante ni mente que resista, a ser odiado por millones y millones de personas. No hay carácter que tolere la crítica constante de los medios. No hay ego que no explote luego de años de escuchar sólo lo que queremos escuchar.

El camino de los número uno suele ser extremadamente solitario y de una crueldad infinita. Saber que cada decisión que se tome va a generar tantas adhesiones como rechazos. Asumir también que con un dedo, con una mala decisión o con una mirada se puede destruir el futuro de grandes grupos de personas.

En el final del libro 1984, uno de los funcionarios de un gobierno autoritario, quien a través de la figura del Gran Hermano espía cada ámbito privado de las personas eliminando cualquier tipo de libertad, tortura a un librepensador. En ese momento le pregunta por qué cree que gobiernan de esa forma. El torturado y protagonista del libro responde que supone que lo hacen por el bienestar general de la gente. El torturador se ríe y le responde que en verdad lo que ellos quieren es el poder por el poder mismo.

En Argentina esa idea dejó de ser un riesgo para ser sólo la triste realidad.

Estamos todos de acuerdo en que los vicios del kirchnerismo son los mismos desde el primer día que asumió Néstor la presidencia. Sin embargo el 80% de la oferta electoral de la oposición se compone por un ex vicepresidente de Cristina, su ex jefe de gabinete, su gobernador más importante y por un tipo como Binner que propone hacer las cosas más o menos igual pero tratando de que se robe un poco menos.

Acá por día se lavan más candidatos de oficialistas a opositores que dólares con cedines.

Una regla sana, simple y a la vez revolucionaria sería empezar a desconfiar de estas personas. Tenemos demasiados caciques y pocos indios. Demasiados tipos pensando que quieren ser presidente sin importar cómo y muy pocas personas pensando cómo trabajar para que las cosas funcionen un poco mejor.

Empecemos a desconfiar de estos locos desesperados por ocupar un sillón que en la mayoría de los casos les quedaría gigante, y desconfiemos por sobre todo de los que están dispuestos a todo por conseguirlo, y peor aún, por mantenerlo.

Desconfiemos de los que se cambiaron demasiadas veces la camiseta, de los que fueron oficialistas, opositores, y oficialistas de nuevo durante una misma gestión. Y empecemos a apostar por los que, a pesar de todos los contras de ser presidente, quieren llegar para cumplir un ideal, un proyecto de país, un plancito humilde para que haya un poco menos de pobreza, un poco más de escuelas y hospitales y, si se puede, de una vez por todas tener una industria nacional que no dé pena.

El Estado exitoso parece ausente

Andar con esa molesta sensación de que los tenés encima siempre. Que te dicen qué hacer, cómo vestirte, qué desayunar, qué mirar en la televisión.

“Me gusta cuando callas porque estás como ausente”. Me gusta cuando callás, cuando no hacés cadenas nacionales eternas, cuando no insultás en tus actos aparateados, cuando no saturás en tus canales de noticias con tu propio relato y cuando tu cuenta de twitter no falta el respeto.

Cuando la clase política da respuesta a los problemas de la gente y no a sus propias ambiciones individuales, el Estado se siente ausente. Desaparece de los noticieros porque sin conflicto no hay noticia. También desaparece de los momentos cotidianos, de las charlas de café, de los pasillos de oficina, de los 15 minutos que esperás hasta que te den la cancha de fútbol 5.

Cuando se gobierna bien no pasás la mitad de la cena hablando de política, no discutís con amigos y familiares. Dejás de escuchar a las señoras mayores bien vestidas quejándose de los paros de subte y cortes de la panamericana.

Su negocio es vendernos que la participación y la sobreexposición política son algo para celebrar.

Logro es tener más médicos e ingenieros que militantes. Logro es tener más trabajadores cumplidores y menos metrodelegados de subte que cobran 15 lucas por 4 horas y se quejan. Logro es que los periodistas vivan de su trabajo y no de su afiliación política, de la pauta oficial.

Desde el precio de la leche hasta la SUBE que usás, la nafta que cargás, el Estado se metió en todos lados. En el diario que comprás a la mañana o el noticiero que sintonizás a la noche. En el fútbol, en la radio, en recitales, en tus vacaciones y en tus ahorros. Donde vos vas ellos quieren estar.

Si ya está comprobado que no saben gestionar. Si las AFJP despilfarraron la plata de los jubilados y por eso Cristina vetó el 82 % móvil. Si Aerolíneas anda cada vez peor y pierde cada vez más plata. Si volvieron a subastar YPF a capitales extranjeros porque no tenían idea de cómo sacar petróleo. ¿Por qué siguen metiéndose?

La sensación de tenerlos encima molesta. Incomoda. No está bueno vivir así. No está bueno sentir que se quedan con nuestros salarios diciendo que son ganancia mientras los ves llenarse de plata en nombre de una revolución imaginaria. No está bueno que los que viven en blanco paguen cada vez más y los que lavan dinero se los premie con blanqueos y expropiaciones.

Lo que estaría bueno es que entiendan que nuestras preocupaciones son más simples que eso. Que lo más importante es poder conseguir un buen laburo, tener un transporte público que ande bien y que no te signifique un peligro de muerte. Que estudiar sirva para algo y no para ganar la mínima mientras los vivos de siempre se vuelven millonarios con la obra pública.

Simplemente queremos hacer la nuestra, con igualdad de oportunidades, sin hambre, sin pobreza, con educación y salud gratis y de calidad, y que en el resto de las cosas nos dejen elegir a nosotros.

Huelga contra los cortes

En nuestro queridísimo país nos acostumbramos y naturalizamos cosas que realmente no son naturales. Tenemos un ministro de Economía que se quiere ir pero sigue en el cargo. Una presidenta que no se reúne con los gobernadores y los acusa de tener que pagar ella las obras, como si saliese de su plata y no de lo que pagamos entre todos con impuestos.

Naturalizamos que cuando algo no funciona nunca es una opción exigirle al Estado. El Estado es un gigantesco edificio, burocrático, lleno de expedientes y de empleados sin apuro, sin presiones o, al menos, eso imaginamos.

Naturalizamos que los políticos salten de partido en partido entre elecciones y que sea cosa cotidiana. Nunca los juzgamos por lo que hicieron, por lo que prometieron y no cumplieron, por las privatizaciones mágicas que después ellos mismos estatizaron, como YPF y las AFJP, mientras nos vendían “soberanía nacional”.

También, hace tiempo naturalizamos los cortes de rutas, calles y autopistas. Si donde hay una necesidad hay un derecho, en Buenos Aires donde hay un político hay un corte. Cortamos por todo. Por estatizaciones, privatizaciones, tercerizaciones. Cortamos por reclamos y por apoyos. Por reivindicaciones justas y por campañas políticas. Muchos, pocos. No importa. Con 10 personas alcanza para cortar la Panamericana en hora pico y arruinarle la mañana a cientos de miles de personas.

Ahora también Cristina adoptó la costumbre de cortar con la Policía Federal las calles alrededor de la Casa Rosada sin dar explicaciones. Solo para no ser diferente.

Es importante que el derecho sea siempre en favor de los trabajadores y sostenga ante todo el derecho constitucional al reclamo.

Pero en ningún lugar la Constitución Nacional dice que el derecho a huelga consiste en cortar cualquier vía de tránsito, en cualquier momento, sea cual fuere el reclamo o interés, sin importar si son 15 mil personas o solo 15. A veces dos personas logran cortar 5 carriles. A lo sumo agregan cuatro gomas prendidas fuego y unas bolsas de basura, si no no llegan ni estirándose.

Desde lo jurídico hay sendos argumentos a favor y en contra de esta postura. Juristas destacados en el estudio de las garantías constitucionales defienden unos el derecho a huelga y otros el derecho a la libre circulación. Por suerte dejamos de escucharlos.

Lo que importa es que evidentemente en Argentina sobran personas con trabajos sin exigencias de cumplimiento de horario, donde pueden cortar calles, asistir a marchas o simplemente no trabajar, y no pasa nada.

Pero también hay una Argentina, igual o más grande que esa, donde la gente que llega tarde tres veces seguidas pierde el laburo. Una Argentina productiva donde faltar o no abrir el negocio a tiempo implica perder plata. Una Argentina que se siente presa o rehén de este libertinaje jurídico en el que el derecho de unos, en nombre de las minorías, termina avasallando el derecho de las mayorías silenciosas, esas que no gritan, que no cortan, que no se quejan, que quieren laburar en paz, llegar a casa y descansar.

Así que aquí, ahora, y en nombre de todo aquel que se sienta identificado con estas palabras, me declaro en huelga pacífica, civil, sin acciones ni consecuencias, contra los cortes injustificados, y sobre todo, contra esas personas que nunca, pero nunca, piensan en nosotros.

El sueño argentino de ser ricos sin trabajar

Explicarle a Cristina los riesgos ambientales de la explotación del petróleo no convencional de Vaca Muerta es como mostrarle una hamburguesa a un hambriento mientras le explicás los riesgos cardíacos de la mala alimentación.

Ya habíamos advertido sobre el inminente fin de la producción de petróleo y la necesidad de medidas drásticas para bajar el uso de combustibles fósiles en la idea de prohibir los autos.

Ahora, para bien y para mal, la cosa pasa por otro lado. Descubrieron cómo sacar petróleo de las piedras, con un proceso llamado fracking para la extracción de petróleo y gas no convencional o, como se lo conoce normalmente, shale oil y shale gas.

También descubrieron que después de Estados Unidos y China, Argentina tiene las reservas de shale más grandes del mundo, la mitad que Arabia Saudita y unas 73 veces lo que nos queda de petróleo en este momento.

Se viene un siglo de energía barata y se viene el siglo de la Argentina. Ni toda la inoperancia sumada de la gestión K es capaz de frenar la inminente explotación de Vaca Muerta. Por suerte ese proceso se ve detenido por la brutal incapacidad del dueño de nuestras finanzas Kicillof para encontrar un inversor que confíe en nuestro país con buena gente.

Para 2050 vamos a ser unas 10 mil millones de personas. Vamos a ser el granero y la estación de servicio del mundo. YPF va a ser una de las petroleras más grandes del planeta,  y las políticas populistas, repartidoras de planes y firmadoras de cheques van a poder sobrevivir muchos años más.

El problema es como siempre ambiental. Todavía no existe una tecnología que nos permita sacar este petróleo sin destruir completamente las zonas donde se extrae.

Monos con navaja, al kirchnerismo se le hace agua la boca con la entrada ilimitada de petrodólares y el sueño de repetir el modelo chavista de destrucción de la democracia financiada por el oro negro.

Pero ¿qué nos va a quedar después de este siglo de energía barata? En principio vamos a tener varias provincias inhabitables. Pero no sólo nos afecta la explotación, sino también el consumo descontrolado de petróleo que está arruinando el clima mundial, y las pocas políticas para combatirlo se dan no en países conscientes sino en países sin petróleo. En cuanto aparezca la nafta barata, van a dejar de invertir en energías limpias.

Pero ésta no es una batalla entre los gordos petroleros y Greenpeace. Acá hay un gris, y hay que trabajar para encontrarlo.

Al final, el shale oil se va a explotar. Argentina se va a llenar de petrodólares, y el mundo va a seguir dependiendo del petróleo cual respirador artificial de la economía mundial. Una vez más quedamos atados a la esperanza de que en dos años, cuando finalmente finalice la era kirchnerista, nos gobierne un grupo de personas con sentido común y criterio. Gente que entienda que Vaca Muerta es una oportunidad, pero que no se puede tratar así nomás. Gente que entienda que las decisiones de hoy nos van a afectar en los próximos cien años y que sepa que nos jugamos la supervivencia de la raza humana.

Una vez más, nos queda esperar a que se vayan para empezar al menos a soñar y a debatir el futuro de la Argentina, y no sólo a terminar la guerra por quién nos cuenta la historia del pasado, de la cual sinceramente, estamos todos hinchados las pelotas.