El delirio de querer ser presidente

Nicolás Pechersky

Algo hay en esas personas, algún gen defectuoso, un problema de personalidad, tal vez algo de su crianza. Sorprende cuántas personas andan por la vida pensando que algún día van a ser presidentes, o que al menos eso quisieran. El país estaría mucho mejor si a los 18 años a cada uno se nos preguntara si queremos ser presidentes algún día, y a los locos que dijeran que sí se les prohibiera entrar a la política.

Probablemente dirigir un país sea la profesión menos natural del mundo. No puede ser sano, y no hay cuerpo que aguante ni mente que resista, a ser odiado por millones y millones de personas. No hay carácter que tolere la crítica constante de los medios. No hay ego que no explote luego de años de escuchar sólo lo que queremos escuchar.

El camino de los número uno suele ser extremadamente solitario y de una crueldad infinita. Saber que cada decisión que se tome va a generar tantas adhesiones como rechazos. Asumir también que con un dedo, con una mala decisión o con una mirada se puede destruir el futuro de grandes grupos de personas.

En el final del libro 1984, uno de los funcionarios de un gobierno autoritario, quien a través de la figura del Gran Hermano espía cada ámbito privado de las personas eliminando cualquier tipo de libertad, tortura a un librepensador. En ese momento le pregunta por qué cree que gobiernan de esa forma. El torturado y protagonista del libro responde que supone que lo hacen por el bienestar general de la gente. El torturador se ríe y le responde que en verdad lo que ellos quieren es el poder por el poder mismo.

En Argentina esa idea dejó de ser un riesgo para ser sólo la triste realidad.

Estamos todos de acuerdo en que los vicios del kirchnerismo son los mismos desde el primer día que asumió Néstor la presidencia. Sin embargo el 80% de la oferta electoral de la oposición se compone por un ex vicepresidente de Cristina, su ex jefe de gabinete, su gobernador más importante y por un tipo como Binner que propone hacer las cosas más o menos igual pero tratando de que se robe un poco menos.

Acá por día se lavan más candidatos de oficialistas a opositores que dólares con cedines.

Una regla sana, simple y a la vez revolucionaria sería empezar a desconfiar de estas personas. Tenemos demasiados caciques y pocos indios. Demasiados tipos pensando que quieren ser presidente sin importar cómo y muy pocas personas pensando cómo trabajar para que las cosas funcionen un poco mejor.

Empecemos a desconfiar de estos locos desesperados por ocupar un sillón que en la mayoría de los casos les quedaría gigante, y desconfiemos por sobre todo de los que están dispuestos a todo por conseguirlo, y peor aún, por mantenerlo.

Desconfiemos de los que se cambiaron demasiadas veces la camiseta, de los que fueron oficialistas, opositores, y oficialistas de nuevo durante una misma gestión. Y empecemos a apostar por los que, a pesar de todos los contras de ser presidente, quieren llegar para cumplir un ideal, un proyecto de país, un plancito humilde para que haya un poco menos de pobreza, un poco más de escuelas y hospitales y, si se puede, de una vez por todas tener una industria nacional que no dé pena.