Ay, patria mía, dame una derecha como la trasandina

Nicolás Tereschuk

Si fuera chileno, no votaría por Sebastián Piñera. Si fuera porteño, tampoco lo haría por Mauricio Macri. Pero cuánto me llaman la atención las diferencias que se perciben a veces entre ambos dirigentes de centroderecha.

No se trata sólo del nivel de formación del mandatario trasandino -beneficiado por una beca Fullbright, Piñera hizo un master y un doctorado en Economía en Harvard durante los que se dedicó a estudiar la “Economía de la Educación en Países en Desarrollo”- , en comparación con jefe de Gobierno porteño. Ni del hecho de que la fortuna personal del líder de la Coalición por el Cambio, calculada en unos 2.500 millones de dólares, haya surgido de sus propias decisiones de inversión.

Es algo más que eso. Hace pocos días, ante la muerte de Hugo Chávez, un hecho que no dejó indiferente a nadie en América Latina y buena parte del mundo, pudo verse otra muestra de estas diferencias.

Con todo el respeto, esperamos que nosotros no sigamos nada de él”, se limitó a afirmar Macri sobre la figura del líder bolivariano.

La reacción de Piñera no pudo haber estado más alejada. El mandatario chileno pronunció un discurso en el Palacio de La Moneda ante la muerte de Chávez y luego viajó a Caracas para participar de los funerales junto a una treintena de jefes de Estado. En sus palabras de homenaje, aseguró, que el fallecido presidente “fue un hombre profundamente comprometido con la integración de América Latina“.

“Tuve el honor de trabajar con el presidente Chávez en la creación de la primera comunidad que agrupó a todos los Estados de América Latina y el Caribe (Celac), para los cual mostró un verdadero compromiso con la integración latinoamericana”, enfatizó Piñera, anfitrión de la reciente cumbre de la organización regional y la Unión Europea.

El presidente chileno abundó: “Por supuesto que tenemos diferencias, pero en América Latina hemos aprendido a vivir en paz y hoy no es el momento de expresarlas, sino de hacer votos para que Venezuela pueda transitar por los caminos de la libertad, la democracia y el progreso”.

También aseguró que que los ideales de “integración” que promovía Chávez “inspiran a todos los pueblos de América Latina”. “Espero que podamos aprender que, más allá de nuestras diferencias, todos somos latinoamericanos y tenemos la obligación de construir un futuro juntos”, remarcó.

“Cuando su enfermedad se agravó y él tuvo que volver a Cuba, yo lo llamé por teléfono y recuerdo que me dijo muchas cosas, pero recuerdo que me dijo que si tenía que enfrentar la muerte quería hacerlo en su patria, en su querida Venezuela y en cierta forma recordé esas palabras cuando él regresó a Venezuela. Tal vez intuía que la lucha por la vida estaba llegando a su fin y quería terminar sus últimos días en su patria, en su Venezuela”, agregó.

En su discurso en La Moneda, Piñera remató: “Ya no está junto a su pueblo, ya no está junto a su Venezuela, junto a su América Latina; quiero expresar mis más profundas condolencias y decir que después de una lucha tan dura y tan difícil por la vida, por fin el presidente Chávez está descansando en paz”.

Una vez más la capacidad de moverse, hábil, en un subcontinente que lo tiene como uno de los pocos mandatarios surgido de un partido de centroderecha se plasmó en las palabras y actos de Piñera. Hay que recordar que el empresario devenido en político no sólo albergó en Santiago un encuentro de la Celac -organismo del que recelan los Estados Unidos, instalados en la OEA-, sino que fue impulsor de la “cláusula democrática” que obliga a los países de la Unasur a expulsar y aislar a cualquiera de sus miembros en caso de golpe de Estado.

Podrá pensarse que en un sistema político como el chileno, moldeado por la historia reciente y unas reglas electorales que complican el surgimiento de terceras opciones, “empuja” a sus dos principales coaliciones políticas “hacia el centro”. Que con ese esquema, a los líderes de cada espacio no les conviene mostrarse “tan diferentes” de sus competidores. Así, los liberales chilenos tendrán algún rasgo socialdemócrata y la socialdemocracia chilena tendrá algún color liberal. Claro que también de esa forma resulta entonces que los estudiantes chilenos, al exigir reformas en un sistema educativo “dominado por el lucro”, en sus propias palabras, no encuentran eco -por el momento- para cambios radicales en la vereda del oficialismo, pero tampoco en la de la oposición. El camino de la “moderación” y el “consenso” no está exento de peligros: un estudio de la consultora Adimark de febrero pasado, reveló que la coalición oficialista chilena recibe un nivel de respaldo bajo, del 23 % de los ciudadanos del vecino país, pero al mismo tiempo la Concertación cuenta con el apoyo de tan sólo el 19 %.

Del otro lado, seguramente Mauricio Macri pensará que tiene que diferenciarse lo más posible de un gobierno como el de Cristina Kirchner al que identifica como “demasiado” volcado hacia “la izquierda”. Y que ante la muerte de Chávez, repudiar “todo” lo hecho por un presidente querido por el oficialismo. Pensará que le conviene presentarse por oposición a ultranza como la “verdadera” alternativa al kirchnerismo, aunque eso lo aleje de la cintura política, de la inteligencia y hasta del buen gusto que se requiere para el puesto al que anhela llegar, en el marco del actual contexto sudamericano.