El monetarismo realmente existente

Nicolás Tereschuk

Economistas de distintas vertientes y algunos dirigentes sindicales y empresariales han realizado en las últimas semanas cuestionamientos a las acciones del Gobierno nacional para atacar la suba de precios de la canasta básica y sostener los niveles de consumo.

En esas críticas parece haber dos líneas que me gustaría diferenciar en forma clara: por un lado, tenemos a una serie de expertos, ex funcionarios o dirigentes que consideran que los niveles de empleo y consumo, la industrialización, la posibilidad de agregar más valor a la producción nacional son algunos de los objetivos primordiales de cualquier política económica y que el Estado tiene un rol importante que cumplir en cada uno de estos aspectos. Desde algunos exponentes de esta vertiente se admiten avances notorios durante los gobiernos kirchneristas en estos temas, aunque ahora se reclama una mayor “consistencia” y “coherencia” en las políticas económicas para continuar, sostener o profundizar esos objetivos. Se señala que las medidas adoptadas durante este año para paliar la inflación son “aisladas” y que sería positivo contar con “un programa” más “abarcativo” para atacar la suba de precios.

Por otro lado, tenemos a un conjunto de economistas o dirigentes empresarios que evalúan como nocivas las políticas económicas del kirchnerismo prácticamente desde el inicio del actual proceso político -o bien desde el inicio de la gestión de Cristina Kirchner-, que no consideran los niveles de empleo y de consumo como valores primordiales, ni están a favor de una intervención sostenida del Estado para avanzar en una mayor industrialización o en la agregación de valor a la producción local. Desde este último sector se hace hincapié de manera casi exclusiva en los actuales niveles de emisión de moneda como elemento a atacar y se reclama una política restrictiva por parte del Banco Central.

¿Mi opinión? El Gobierno bien podría encarar durante los próximos meses determinados niveles de “diálogo” con quienes sostienen la primera de estas posiciones -sean economistas,  empresarios o sindicalistas- sin que sus propios planteos de fondo se vean heridos o cuestionados.

En cuanto a los segundos, sus planteos siempre me hacen recordar la primera experiencia verdaderamente “monetarista”, centrada en la emisión de dinero como única variable explicativa, aplicada a fines de la década del 70 en los Estados Unidos para reducir la inflación.

¿Qué ocurrió entonces? En 1979, el entonces presidente Jimmy Carter nombró a Paul Volcker como titular de la Reserva Federal. Aunque no había sido hasta entonces un “monetarista” a ultranza, Volcker fue el primer funcionario al frente de la autoridad monetaria norteamericana en aplicar las recetas de las que era un profeta “teórico” Milton Friedman.

En su libro Age of Greed, publicado en 2011, el periodista Jeff Madrick recuerda lo ocurrido:

Al llevar las tasas de interés a niveles récord, Volcker redujo la inflación (desde niveles de dos dígitos en 1979 y 1980) al 4 por ciento en 1983. Pero Volcker en última instancia dio un duro golpe a la economía de los Estados Unidos en su unidimensional afán por terminar con la inflación. El funcionario fue tan ampliamente admirado por ello que pocos criticaron más tarde la gravedad de la medicina administrada -una profunda recesión, con una tasa de desempleo del 11 por ciento, incontables quiebras, bajos niveles de inversión, defaults soberanos en todo el mundo y bancos que estuvieron a punto de quebrar en los Estados Unidos-”.

Madrick, en una obra que fue en su momento largamente elogiada por Paul Krugman en las páginas del New York Times, destaca que Volcker “se convirtió en el heroico hombre de acción en base a las ideas de Milton Friedman e hizo mucho más para hacer de la baja inflación la principal prioridad de política de la nación durante los siguientes treinta años, sin importar los costos pagados en cuanto a un crecimiento económico persistentemente más lento, altos niveles de desempleo y salarios estancados”.

Hay algunos detalles más para analizar cuando se recuerda la política monetarista de “shock” inaugurada por el “prestigioso” Volcker: el torniquete en el Banco Central comenzó en octubre de 1979, pero la inflación continuaría subiendo y llegaría a un pico en junio de 1980. Fue justamente durante el segundo trimestre de ese año que la economía -recordemos, con una inflación creciente- se desplomó: cayó por esos meses a una tasa anual de 10 puntos del producto: se trataba, nada menos, que de la entrada en una recesión más rápida y pronunciada desde la crisis del 30 para la economía norteamericana.

A fines de 1980, la actividad económica se había recuperado un poco pero la inflación seguía en dos dígitos. Los votantes castigaron a Carter y se produjo el triunfo de Reagan.

Así, recién después de otra violenta recesión a fines de 1981 y principios de 1982, la política de restringir la emisión y subir las tasas de interés dio sus frutos con bajos niveles de inflación en 1983. Claro que quien disfrutó de las “mieles del éxito” no fue el demócrata que había nombrado a Volcker al frente de la reserva federal, sino el republicano que lo sucedió al frente de la Casa Blanca. Y luego de que la desocupación se duplicara en los Estados Unidos entre 1979 y 1983.

Como detalle adicional, en aquel “exitoso caso” tuvimos como una de las consecuencias de las políticas monetaristas y de tasas de interés que se dispararon en Estados Unidos, las crisis de la deuda externa en América Latina desde principios de los 80 y la consiguiente “década perdida” que nuestros países todavía están pagando de algún modo en términos de pobreza y desigualdad.