El estalinismo más blandito del mundo

Nicolás Tereschuk

El Frente para la Victoria hizo una mala elección en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Más allá de la polémica de si el resultado debe ser leído en términos nacionales o provinciales o si sacó algún voto más o menos que en 2009, los comicios fueron equiparables a aquellos, duros para el kirchnerismo.

El hecho revela una vez más la complejidad -¿o la fragmentación?-, la vitalidad, el empuje de una sociedad como la Argentina, que bien puede encumbrar a los oficialismos en un turno electoral o dar llamados de atención al oficialismo -a los oficialismos, porque hubo merma de votos en provincias y distritos de todos los colores, ¿o no?-.

¿Dónde quedó entonces la idea de la “legitimidad segmentada” con la que amonestó Elisa Carrió el triunfo de Cristina Kirchner en 2007? ¿Qué pasó con los todopoderosos “aparatos”? ¿Qué pasó con el opresor “clientelismo”? ¿Qué ocurrió con la necesidad de “liberar a nuestros hermanos pobres del clientelismo”, como también señaló en reiteradas oportunidades la ahora líder de UNEN? ¿Y con el peligro del “fraude”? ¿Qué pasó con el gobierno fascista, stalinista, opresor? ¿Qué ocurrió con la ‘República en peligro’?

Pasó que nada de eso existe en la sociedad argentina. Ni puede existir. Se trata de una sociedad que luego de la mayor presencia del Estado en los últimos diez años es más y no menos vital, activa y demandante, vote a quien vote. Ahora a unos o luego a otros.

Como lo indica la politóloga María Esperanza Casullo en un artículo reciente (“Liberal, clientelar o populista y clientelar: tres visiones entre sociedad civil y Estado en Latinoamérica”), “las relaciones entre sociedad civil y Estado no son necesariamente de suma cero; ciertamente, los grupos populares no entienden el juego de esta manera”.

En gran medida, las demandas de los sectores populares se centran alrededor de la consecución de ‘más Estado’, es decir, más bienes públicos en sus comunidades, más políticas públicas dirigidas a ellos, mayores regulaciones hacia el mercado. El Estado no sólo ‘avanza’ hacia la sociedad por pura voluntad de dominio, sino que el establecimiento de las fronteras entre el uno y la otra es un proceso de marchas y contramarchas donde ambos actores manifiestan autonomía relativa”.

Así, más presencia del Estado de cara a la sociedad -que puede significar nuevas escuelas, ampliación de beneficios previsionales, la Asignación Universal por Hijo (AUH) o el nuevo régimen laboral que ampara al empleo doméstico- , bien puede significar más y no menos vitalidad y fortaleza de esa sociedad civil. El problema para entender esto lo tienen quienes ven cualquier situación de mayor presencia del sector público como pura cooptación, sujeción, debilitamiento de la sociedad civil.

O expresado de otro modo, como lo dijo el mes pasado la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff: “el pueblo cuanto más tiene más quiere”.

Larga vida a la vital sociedad civil argentina. Y ahora sí, a la disputa por las bancas, que faltan dos meses.