¡Es un escándalo!

Nicolás Tereschuk

La “campaña negativa”  o los “escándalos de campaña” no son un elemento nuevo para la treintañera democracia argentina. Repasemos más o menos de memoria algunos episodios:

  • En abril de 1983, Raúl Alfonsín da un golpe maestro al denunciar el “pacto militar-sindical”. De esa forma, un candidato relativamente poco conocido y que lleva las de perder al inicio de la campaña apunta contra la “columna vertebral del peronismo”, vinculándola a la dictadura. Detecta una preocupación central en la sociedad y emparenta a sus rivales con el autoritarismo. De paso, minimiza los vínculos que sectores de su propio partido habían tenido con los militares.
  • El 22 de octubre de 1985, el entonces presidente Alfonsín dictó el estado de sitio.  Denunció así un “complot golpista” a menos de un mes de las elecciones legislativas en las que su partido se impondría a nivel nacional. La medida se dio en el marco de una tensa situación política que incluía amenazas de bomba anónimas.
  • En 1989, el candidato radical Eduardo Angeloz intentó poner en un brete a Carlos Menem cuando concurrió a un programa televisivo y se colocó al lado de “una silla vacía” para acusar al candidato peronista de no querer debatir con él.
  • Más acá en el tiempo, en 1998, pocos meses antes de la interna abierta contra Graciela Fernández Meijide que lo consagraría como candidato a presidente por la Alianza, Fernando de la Rúa enfrentó un escándalo cuando se difundió que sus hijos habían participado de manejos poco claros durante su paso como alumnos por la carrera de Derecho de la UBA.
  • Un año después, hacia el final de la campaña electoral, Carlos Ruckauf salió a acusar a su rival por la Gobernación bonaerense, Fernández Meijide, de “atea y anticristiana”. Como la dirigente de la Alianza decía en un spot que la Provincia había sido “bendecida por la naturaleza”, el futuro mandatario provincial denunció: “Ni siquiera puede aceptar, en su actitud anticristiana, que Dios ha bendecido la provincia”. Además, el dirigente justicialista remarcó que su rival estaba “a favor del aborto”. La polémica condimentó los últimos días de la campaña.

Se podría seguir.

  • Tres días antes de las elecciones del 23 de octubre de 2005, el entonces cuando Daniel Bravo -por entonces secretario de Deportes porteño- presentó ante la Oficina Anticorrupción una denuncia anónima que acusaba a Enrique Olivera de tener dos cuentas no declaradas en bancos de Suiza y los Estados Unidos. Un par de años después se retractó.
  • En las últimas elecciones para jefe de Gobierno porteño se armó un gran revuelo cuando llamadas anónimas le daban a entender a los electores que el padre de Daniel Filmus trabajaba para el ex integrante de la Fundación Madres de Plaza de Mayo Sergio Schoklender.
  • Incluso hacia el final de las últimas primarias, una fuerte polémica rodeó el episodio de un robo en la casa de Sergio Massa, en Tigre.

Ahora aparece en el centro del debate mediático el candidato a diputado del Frente para la Victoria Juan Cabandié por un video que lo muestra reaccionar de mala manera ante un control vehicular, difundido por capítulos a pocos días de los comicios.

Como en otros de los casos mencionados, la polémica alcanza grandes dimensiones, en esta oportunidad fogoneada no ya por partidos, sino por algunos medios de comunicación que, como mencionó el ex presidente brasileño Lula Da Silva esta semana en la Argentina, cada vez más se parecen a fuerzas políticas.

¿Cambian en algo los resultados electorales estas situaciones de alta tensión política y mediática? ¿Sirven para torcer votos o más bien para confirmar un sentimiento de antipatía a quien ya considera que no votaría por tal o cual candidato? ¿El híperinformado electorado porteño es más sensible que otros a este tipo de episodios? ¿Todas las franjas sociales y de edad reaccionan igual ante polémicas de este tipo?

Se trata de respuestas que en pocos días más comenzarán a quedar develadas, en este caso, cuando los porteños concurran a votar.