Por: Pablo Mancini
Cuando se diseñó Internet, allá lejos y hace tiempo en 1969, se buscó conectar computadoras. Ahora se está buscando que todo sea/tenga una computadora conectada. La inclusión digital de los objetos avanza a gran velocidad: según Cisco IBSG, hay unas 25 mil millones de “cosas” conectadas a Internet y se estima que en el 2020 serán 50 mil millones los objetos conectados. Todas esas “cosas” transmitirán información.
En todo el planeta hay cada vez más objetos con software, pantallas, antenas y sensores. Ya hay más antenas que personas. Decenas de objetos que antaño no contaban con alguna de esas características, ahora las incorporan. Como el auto, la heladera, los asientos de los aviones, incluso los muros de la ciudad.
Todo ser humano, durante un día normal, está rodeado por una media de entre 1.000 y 5.000 objetos, contando todo: desde el tenedor que usa para comer, el sillón donde descansa, etc., tal como lo explica Jean Baptiste Waldner en Nano-informatique et intelligence ambiante: inventer l’ordinateur du XXIe siècle.
No estamos solos produciendo y consumiendo información. Las “cosas” también se encargan de eso. Actualmente Internet es un universo de unas 400 mil redes interconectadas corriendo independientemente y operadas por 400 mil agencias que usan el mismo protocolo IPv4, que está llegando a su límite. Por esa razón su evolución ya está diseñada: IPv6.
El mercado de la comunicación y de los contenidos está empezando a lidiar silenciosa e irreversiblemente con el desafío de entender qué significa comunicarnos con “las cosas”. Quienes trabajamos en esas industrias hemos sido formados y entrenados para comunicarnos con humanos, no con objetos. Vamos a tener que aprender cómo comunicarnos con computadoras/objetos y cómo diseñar objetos/computadoras que puedan comunicarse con nosotros.
La Web tiene apenas 7.000 días de historia, y ya estamos pensando en la internet de las cosas, la internet de todo, con objetos inanimados, pero socialmente conectados, sumándose a la Red. El mercado de la sincronización de objetos con la vida cotidiana ya se presenta millonario: Google está a punto de crear un mercado de miles de millones de dólares para los accesorios cyborg. La Internet interplanetaria ya está en desarrollo. El Test de Turing y la Ley de Moore, dos principios esenciales de la época, ya tienen fecha de vencimiento.
Muy lejos quedó el malentendido que nos autoimpusimos, aquel que sostenía que internet sería como la TV, “pero mejor”. Nos equivocamos. Estamos trabajando con comunicación en un terreno que sólo fue abordado por la ciencia ficción.
La publicidad, obstinada, ensaya en público toda clase de respuestas a la pregunta “¿qué puede hacer la tecnología por nosotros?”. Pero la época es mucha interesante: nos plantea “qué significa la tecnología para nosotros”.
Pensar las máquinas sin la idea de hombre, o bien pensar al hombre sin las máquinas, eso sí será, muy pronto (¿o ya lo es?), ciencia ficción.