Poner a Colón en su lugar, y también a la Argentina

Pascual Albanese

La conmemoración del 12 de octubre adquiere en la Argentina de 2014 una significación política especial: un acuerdo espúreo entre el gobierno nacional y el gobierno de la ciudad de Buenos Aires establece el desalojo del monumento a Cristóbal Colón de su emplazamiento tradicional, para ser reemplazado por una estatua de Juana de Azurduy, sin que exista detrás de ese desatino ninguna otra razón que no sea la intención de cumplir con la sugerencia de Hugo Chávez a Cristina Kirchner, formulada durante una visita a Buenos Aires, cuando al divisar a lo lejos la figura de Colón desde la ventana del despacho presidencial, le preguntó en tono irritado a su azorada anfitriona: “¿Qué hace ese allí ese genocida?”.

La Argentina fue el primer país de América que estableció la conmemoración oficial del 12 de octubre. Esa decisión, resultado de un decreto firmado en octubre de 1917 por Hipólito Yrigoyen, primer presidente elegido libremente por el pueblo en nuestra historia política, fue imitada por Venezuela en 1921 y luego por los demás países latinoamericanos.

Aquel decreto de Yrigoyen subrayaba que “el descubrimiento de América es el acontecimiento trascendental que haya realizado la Humanidad a través de los tiempos”. Resaltaba también que “se debió al genio hispano, intensificado por la visión suprema de Colón, efemérides tan portentosa, que no queda circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que se consolida con la conquista, empresa ésta que no tiene término de comparación posible en los anales de todos los pueblos”.

Treinta años después, en un discurso pronunciado en 1947 con motivo del 12 de octubre, el presidente Juan Domingo Perón, al exaltar la epopeya protagonizada por España en América, señaló que “su obra civilizadora, cumplida en tierras de América, no tiene parangón en la historia. Es única en el mundo”.

Pero Perón, en un acto de clarividencia histórica, que parece anticiparse en décadas a los extravíos de Chávez y sus acólitos argentinos, advertía ya que “como no podía ser de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes, lo que había sido una empresa de héroes”.

Con equilibrio, sabiduría y una extraordinaria audacia intelectual, añadió entonces Perón: “Y si bien hubo yerros, no olvidemos también que esa empresa, cuyo cometido la antigüedad clásica hubiera discernido a los dioses, fue aquí cumplida por hombres, por un puñado de hombres que no era dioses, aunque los impulsara, es cierto, el soplo divino de una fe que los hacía creados a imagen y semejanza de Dios”.

Alcanzarían estas citas de las dos personalidades políticas argentinas más importantes del siglo XX para dar por terminada la discusión. Pero conviene precisar algo más: en 2002, un decreto de Chávez hizo que Venezuela, que en 1921 había sido el primer país americano en seguir los pasos de la Argentina, pasara a denominar el 12 de octubre como “Día de la Resistencia de los Pueblos Indígenas”. El contraste salta a la vista. En 1921, Venezuela tomaba el ejemplo de la Argentina de Yrigoyen. En 2014, la Argentina imita a la Venezuela de Chávez.

De allí que, aunque poco estridente en su repercusión mediática, tenga un elevado valor simbólico el entusiasta acto realizado el jueves 9 de octubre, en el salón de “Unione e Benevolenza”, por el Frente Renovador de la Ciudad de Buenos Aires con entidades de la colectividad italiana y de otras comunidades, entre ellas los residentes jujeños en la ciudad de Buenos Aires, quienes concurrieron vestidos con sus trajes típicos y portando la bandera de su provincia, para conmemorar el 12 de octubre bajo la advocación de la “Cultura del Encuentro”, que preconiza el Papa Francisco desde sus tiempos de cardenal Jorge Bergoglio (ese hijo de inmigrantes italianos convertido en argentino universal), con la certeza de que Juana de Azurduy, esa extraordinaria mujer, heroína de la independencia americana, no hubiera podido existir si Cristóbal Colón no hubiera llegado a tierra americana aquel 12 de octubre de 1942.

Sea por desvarío ideológico o por simple cálculo político, Cristina Kirchner y Mauricio Macri han dado la espalda a la visión histórica de Yrigoyen y Perón para cumplir en este caso paradigmático con el mandato de Chávez. La conclusión es sencilla: en 2015, no sólo habrá que poner a Colón en su lugar. También, y fundamentalmente, habrá que cimentar la unidad nacional para colocar en su lugar a la Argentina.