Por: Patricia Bullrich
El kirchnerismo construyó un relato épico que fue desplumandose drásticamente y dejando a la intemperie su verdadera razón de existencia: el uso ilimitado del poder como herramienta de control social. El poder, liso y llano y todo lo que se concibe a su alrededor como sus formas más excéntricas, hasta las más primitivas para sostenerlo.
Es claro que lo que se discute como esencia de la década es la naturaleza del ejercicio del poder kirchnerista. La esfera que ha intentado abarcar el poder kirchnerista es una esfera en permanente movimiento. Es esta concepción la que hasta hoy tiene perpleja a una gran parte de la sociedad que se pregunta -algunas veces con ingenuidad- cómo se les ocurren las cosas y tildando de astutos e inteligentes por la idea de penetrar en todas las esferas de la vida social con un poder, al decir de Baumann, líquido. Líquido, porque entra por todas las rendijas, sin dejar zona , ni agujero, ni espacio que no intente manejar, manipular o controlar.
La idea sostén es la de conducir una sociedad que debe ser moldeada y llevada hacia un lugar, despojando a los ciudadanos de sus capacidades. Éstas se representan mejor en el Estado como una razón superior y orgánica de la sociedad. El individuo, el ciudadano, el periodista, las empresas, los agricultores, las provincias, los municipios, representan intereses siempre. Y cuando no “comprenden” el interés supremo o buscan su propio interés, lo que hacen es boicotear, conspirar contra el poder popular representado, ya no, en un partido, sino, en los liderazgos, en las jefaturas. En Él y Ella.
Los seguidores son soldados y los que no lo hacen, enemigos. La crítica opositora, empresaria, periodística no se concibe, sino como un freno. Nunca como un aporte.
La “épica” se construye sin piedad y sin espacio para la neutralidad. Por eso es que aún hay quienes se sorprenden cuando escuchan a sus voceros, con la esperanza quizás de que puedan salirse un milímetro del relato. No existe ese lugar. Así, los periodistas que en los primeros años querían encontrarle al kirchnerismo su lado bueno, los diputados que no querían ser todo negativo y les votaban algunas leyes, los partidos que aceptaban el dialogo, o los sindicatos que intentaban mantener su autonomía pero apoyando el modelo, fueron lentamente corriéndose, comprendiendo que ése era un no lugar, al decir de Marc Augé.
Así, hoy el país está dividido, por obra premeditada del gobierno. Cada vez van desterrando a la Siberia simbólica a más sectores, que en el andar de la década decidieron no someterse al discurso único, al relato sin críticas, a la mera obediencia parlamentaria.
Desde el conflicto del campo han desatado una permanente guerras de guerrillas contra la democracia concebida como un tipo de convivencia donde el individuo, el ciudadano, la prensa, los organismos de control, la oposición, la justicia, el control de constitucionalidad, les impone ciertos límites al poder. El objetivo es correr día a día esos limites, hasta hacerlos desaparecer. Ése es el famoso modelo. La táctica es la sorpresa y el miedo para golpear antes y dejar al otro atónito, sin reacción. Los contraataques en los momentos difíciles han sido audaces y siempre para adelante. La oposición, los medios, el campo, las provincias no alineadas, los ciudadanos han sufrido el acoso del aparato político, comunicacional y económico del gobierno.
“Profundización del modelo” y “vamos por todo” no significa sino el intento de alcanzar un poder hegemónico absoluto, con anulación de cualquier otro, en el que se identifican en una persona, pueblo, Nación, partido y los tres Poderes de la República. Ser la única voz, libre de limitaciones constitucionales e institucionales. Se trata de la exclusiva centralización del aparato de decisión. Decisionismo puro y duro.
El próximo objetivo que buscan es hacer descarrilar a la oposición del carril democrático. La provocación es diaria. Las leyes inconstitucionales, el no cumplimiento de los fallos, la no escucha a los reclamos de millones de ciudadanos que salen a la calle, el hostigamiento a la prensa, es decir, actuar con armas autoritarias en nombre de la democracia. Es de libro. Por eso la construcción de la salida debe ser original, audaz y única, sin prejuicios ideologístas, sin escuchar lo que dicen de esa unidad quienes construyen el relato.
La unidad electoral debe ser contundente si no queremos que alguien escriba, no ya sobre la década, sino sobre veinte años del kirchnerismo.