Sin ideas, mejor no convocar

Ricardo Romano

Moyano y el Gobierno, como hemos visto en los penosos hechos de público conocimiento, adquieren más protagonismo cuando confrontan que cuando proponen.

En primer lugar, las convocatorias o las movilizaciones a la Plaza de Mayo no pueden ser un fin en sí mismo.

O son un medio para modificar la actual situación de poder o mejor no hacerlas porque “en sí mismo” se agotan. Son sólo desplazamientos físicos que ponen en evidencia que no hubo una movilización política previa en la conciencia de los cuadros convocantes capaz de generar una mística que facilite una participación masiva, diversa y fundamentalmente libre.

En particular cuando al convocante (el secretario general de la CGT, Hugo Moyano) el exceso de presencia en los medios de comunicación lo está “matando”, pues la imagen  no puede sustituir la ausencia de idea. Más aún en él, que no es una celebrity sino un dirigente gremial. Y sin idea no hay política, pues precisamente el rol de ésta es transformar la idea en acción y al faltar (la idea) la política agoniza en un activismo estéril.

En el caso del Gobierno es peor, pues aun disponiendo de los activos de todos los argentinos, necesita recurrir a un “subsidio musical” para garantizar presencias que, de no ser para escuchar primero a los artistas contratados, en modo alguno estarían; institucionalizando por esta vía el cientelismo cultural como sustituto de la ausencia de propuesta.

Moyano no es la causa de este estado de cosas. El es tan sólo la consecuencia de la falta de una dirigencia con vocación de formular un plan general de poder y un dispositivo político en el cual cada uno tenga un rol a cumplir dentro de un conjunto dispuesto a restituir la confiabilidad necesaria en un equipo político cuyo objetivo sea combatir la dictadura de la mentira que hoy gobierna el país.

El principal activo de un líder sindical es la autoridad social. Si la desvirtúa, por privilegiar un eventual poder institucional (“poner legisladores propios”), pierde primero autoridad y luego poder.

A la inversa, si privilegia la autoridad, se apropia de todos los legisladores que se identifiquen con su propuesta sin que sea necesario crear partido laborista alguno.

Para ello, hay que ayudarlo en la elaboración de la propuesta (los 26 puntos con los queSaúl Ubaldini llenaba la 9 de julio).

A Moyano le corresponde, junto a sus pares de la CGT, la responsabilidad de repartir participación a sus asesores y colaboradores. Y a éstos, la de estar a la altura intelectual de las circunstancias. Porque para poner la cara y el pecho ya está él.

A Cristina, persuadirse de que por su obsesión de concentrar poder “en sí mismo”, terminó devaluando la autoridad lograda en la última compulsa electoral.

Y a ambos, recordar que: “El poder es como la plata: se gana, se pierde y se recupera. Pero la autoridad es como la vergüenza: una vez que se pierde no se recupera nunca más” (JDP).

Y por favor no reírse. Ni en las conferencias de prensa en la CGT ni mucho menos en los monólogos por Cadena Nacional, porque la paciencia social de la gente no resiste una sola insustancialidad gestual más, ante hechos de extrema gravedad.