El acuerdo nuclear preliminar con Irán, más allá de las ambigüedades y limitaciones, es políticamente importante por representar un impasse de confrontación regional pero dista de la euforia con la que ha sido anunciado y recibido. Eso es así básicamente por dos circunstancias. Por un lado, ha expuesto la potencial capacidad nuclear militar de Irán en materia de uranio enriquecido como de la intención de producir plutonio. Por otro, el carácter transitorio del arreglo diplomático presupone complejas negociaciones adicionales para intentar concluir un acuerdo que sea significativo en términos de asegurar que no posea en el futuro material fisionable para producir un arma nuclear. Por el momento, ese no es el caso.
El comunicado conjunto firmado en Ginebra el 24 de noviembre se refiere al acuerdo como un “primer paso” y “plan conjunto de acción” que establece “un proyecto hacia una solución integral a largo plazo”. Es decir, se trata de un esquema provisorio de fomento de la confianza y de expectativas diplomáticas. De hecho, las obligaciones que se derivan del acuerdo están planteadas en términos de “medidas voluntarias”. También reversibles.
La falta de solución adecuada y definitiva al programa nuclear de Irán afectaría de manera sensible las políticas de no proliferación y debilitaría gravemente al Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares. El mundo ya cuenta hoy con nueve estados (EEUU, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte) que poseen distinto grado superabundante de armas nucleares. Es hora de evitar que se expanda e intentar, a 70 años de Nagasaki e Hiroshima, que se reduzcan y se aspire a su futura eliminación.
El tema desnuda en su conjunto la problemática de fondo de la no proliferación de las armas nucleares sea horizontal o vertical. No se trata solamente de que un país u otro abandonen el riesgo de poseer un arma nuclear sino de eliminar de una vez por todas el poder disuasorio del armamento nuclear en el mundo. Estados Unidos y Rusia, junto con los otros miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas deberían dar el ejemplo.
En este contexto, resulta indispensable desterrar la lógica por la cual para acceder a la mesa de negociación geoestratégica de las grandes potencias se requiere de un arsenal nuclear. Ese simbolismo es un lamentable y peligroso anacronismo que aún persiste como patrón de poder en las relaciones internacionales.
Alemania podría ser una excepción sino fuera que basa su seguridad nacional en las armas nucleares de los socios de la Unión Europea y en particular de Estados Unidos. En Japón, que goza del mismo paraguas de seguridad con Estados Unidos, empiezan a oírse voces que aspiran a cambiar el status no nuclear. Otros países de distintas latitudes geográficas ambicionan preocupantes proyectos similares.
En este marco, el arreglo diplomático con Irán es un caso testigo. También sobre el requisito de bona fides para que un Estado aspire a ser considerado una gran potencia a nivel global. De eso dependerá, en última instancia, el éxito futuro de la no proliferación de las armas nucleares en el mundo.