Por: Rodrigo López
El pasado sábado se cumplieron 203 años del primer gobierno patrio, y 10 años del gobierno kirchnerista. Que ambos compartan el calendario no es obra de la casualidad. En aquel incierto 2003, cuando todavía estaba fresca la crisis del 2001 y caliente la sangre del Puente Pueyrredón, se eligió el 25 de mayo para intentar contagiar algo de la mística de 1810, que para entonces revivía apenas unas horas en los actos escolares.
No hay muchas “décadas ganadas” en la historia argentina. En el siglo XIX apenas podemos contar una, la primer década 1810-20 donde se jugó la Revolución y la Independencia en los campos de batalla.
Después de Caseros, se acudió al capital extranjero y al exterminio del nativo en la guerra contra el Paraguay, la represión a las montoneras y la “conquistas del desierto”. Durante el modelo agroexportador, la expansión de la arena política y sindical fue traumática, como en la “revolución del 90”, la “semana trágica” y la “Patagonia rebelde”.
Tras la década infame, el peronismo logró la única década ganada del siglo XX. Entre 1945-1955 el pueblo llegó a las estructuras del Estado y dio para sí un gobierno con independencia económica, soberanía política y justicia social. Al bombardeo de Plaza de Mayo le siguieron dos décadas de proscripción y gobiernos dictatoriales que beneficiaron al capital extranjero.
La primavera 1973-74 entró en el crudo invierno genocida de 1975-82. Hacía falta que las FFAA perdieran el glorioso invicto que hasta entonces teníamos con Inglaterra, para confirmar que su proyecto no tenía nada que ver con los que pelearon en 1806, 1807 y 1844.
Los 80 fueron llamados por la CEPAL “la década perdida”. La recuperación de la democracia no fue suficiente para generar justicia social. El alfonsinismo buscó el empate y terminó perdiendo partidos importantes contra las corporaciones económicas.
La década del noventa no necesita presentación, fueron “los noventas”. Las reformas neoliberales del PJ desfondaron la bases de un proyecto nacional que había sobreviviendo a lo largo de cinco penosas décadas. El endeudamiento, la desindustrialización, la desocupación, el desprestigio de la política, todo hacía pensar que la historia había dejado de girar, y que el fin de los equinoccios políticos nos dejaría congelados para siempre en el invierno neoliberal.
Pero cuando nadie lo esperaba, el sol del 25 asomó de nuevo. La relación del kirchnerismo con la revolución de mayo excede el memorable festejo del Bicentenario. Los principales lineamientos de las políticas del gobierno actual están presentes en el Plan de Operaciones de 1810. La soberanía popular, en 1810 y en 2003, llevo a poner la distribución del ingreso en el centro del proyecto político. La necesidad de un Estado intervencionista, en 1810 y en 2003, se impuso para dinamizar los capitales, fomentar la industria nacional y proteger el empleo. El control sobre los recursos naturales y el manejo soberano de la moneda en 1810 fueron necesidades que hoy tomaron la forma de la recuperación de YPF y la reforma del BCRA. La sistemática lucha contra la fuga de capitales que encara el gobierno puede leerse en los sucesivos controles sobre la emigración clandestina de metales preciosos que dispuso el Plan de Operaciones de 1810.
El kirchnerismo no se apropió del 25 de mayo. Fue el 25 de mayo quien se desplegó sobre el kirchnerismo. La necesidad histórica de romper las cadenas de un país dependiente lo llevo a replicar, sin proponérselo, los lineamientos económicos del primer gobierno patrio. Así se ganan las décadas.