Argentina tiene Papa, pero no tiene cura

Tomás Bulat

El nombramiento de Jorge Bergoglio como papa Francisco ha sido la mayor noticia de impacto internacional que ha tenido a un argentino como protagonista. Argentina, aunque sea superficialmente, fue radiografiada como el lugar donde nació el Papa. Incluyó también algunos errores, como un mapa de una cadena de TV norteamericana nos ubicó en pleno centro de Colombia.

Pero no cabe la menor duda que muchas personas que nunca mostraron interés por Argentina lo harán ahora. Se trata de conocer la cuna del primer Papa latinoamericano.

Claramente una oportunidad para abrirnos al mundo, mostrar las bellezas y oportunidades que este país ofrece y utilizar esa vidriera que la iglesia del mundo nos brindó.

La oportunidad

Los países -la mayoría de las veces- enfrentan una crisis en busca de una oportunidad; Argentina, de una oportunidad hace una crisis. El que miró Argentina no pudo dejar de ver un espectáculo inconcebible.

La reacción natural de la mayoría de las personas fue de sorpresa y júbilo. No solo los católicos, sino de otras religiones y aún los agnósticos o ateos. Existe un sentimiento nacional que, más allá de afinidades, surge por entender que es una situación positiva para nuestro país. Es el orgullo de que un argentino –más allá de nuestras diferencias o disensos- sea elegido para cumplir ese rol.

Por supuesto que –bien a nuestro estilo- asistimos al lamentable espectáculo de un par de medios (o personas) buscando mugre donde no la hay. Si alguien ya fue investigado en este país, ese fue Bergoglio. Más allá de que no existe una acusación sólida en la justicia de delito alguno, sí existen acusaciones políticas que deben salir a desmentir Adolfo Pérez Esquivel, Graciela Fernández Meijide y Alicia Oliveira. Ninguno de ellos podrá ser señalado como colaboracionista de la dictadura.

Hay un detalle no menor ante el que los argentinos nos sorprendemos porque no estamos acostumbrados: Bergoglio era un hombre real. Viajaba en subte y colectivo, visitaba villas, hospitales, caminaba por la calle, si lo buscabas estaba en su lugar de trabajo, le pedías una entrevista y te la daba… Es decir, hacía todo aquello que los funcionarios argentinos de ningún rubro son capaces de hacer.

Ante semejante encono por parte de ese grupo de autodenominados adalides de la verdad, en el que sólo se vislumbra una alta dosis de resentimiento junto a otra de operación política -que el propio Vaticano salió a responder-, antes que un genuino interés en la búsqueda de verdad y justicia, lo que se busca es la internita política dela Argentina.

No todos tienen que aplaudir la designación, pero un respetuoso silencio hubiera sido más normal. La justicia es la que investiga y declara culpas e inocencias, no los militantes políticos. Los militantes políticos decentes trabajan para mejorar la vida de la gente, no para generar divisiones innecesarias.

No Vale

Y en el medio de todo esto, la mayor inversión de la Argentina decide retirarse del país. Hacía varios meses que Vale tenía parada la construcción de su mina de potasio, actividad de una complejidad fenomenal. La inversión es la producción de la mina en Mendoza, un tren que pasa desde Mendoza hasta Bahía Blanca y un puerto en esa ciudad. Es decir todo un complejo que afecta a varias provincias y que nunca hicieron nada para acelerar la inversión, sino todo lo contrario. El gobierno nacional y el de Mendoza tardaron más de 3 años en autorizar el comienzo de la obra, pese a que ya contaban con los estudios de impacto ambiental.

El tema principal de la reunión de trabajo prevista con Dilma Roussef era un último intento de reflotar la inversión, pero se suspendió por la muerte de Hugo Chávez y no se estableció fecha de nuevo encuentro. Ahora viene el inútil momento de buscar culpables y no soluciones.

Así las cosas, en la semana en que podemos mostrarnos al mundo, en que la Argentina tiene Papa, nosotros sabemos que en realidad no tenemos cura.