Sobre avatares y adúlteros

Umberto Eco

En mayo de 2012 me enteré de que yo tenía un avatar en la Red: un tuitero que se hacía llamar UmbertoEcoOffic y que dio a conocer la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez. El tuit en cuestión dio la vuelta al mundo, generando alarma y provocando innumerables solicitudes de confirmación y mensajes de condolencia en diversos idiomas. A la larga, organizaciones noticiosas, particularmente en el mundo de habla inglesa, cotejaron los datos – como la prensa siempre debe hacer – y descubrió que el escritor colombiano aún estaba vivo y sano. Y además se enteraron de que yo no tengo Facebook ni una cuenta en Twitter.

La verdad es que ya de por sí recibo demasiados mensajes, y no tengo deseo alguno de contaminar el universo con los míos. De hecho, cualquier persona frustrada con problemas de identidad puede adoptar libremente casi cualquier nombre en línea, desde Aristóteles hasta el Primer Ministro italiano Mario Monti.

La historia, sin embargo, no termina allí. Recientemente supe que otro falso Umberto Eco ha estado haciendo numerosos amigos en Facebook. Debo señalar que esta noticia no me llegó a través de los medios de comunicación, sino por amigos en un bar provincial – quienes, por supuesto, se rieron de ello, porque no se necesita ser un profesor universitario para olerse una tomadura de pelo.

Mis amigos precisaron que este perfil de Facebook me presentaba como “Eco Umberto”, en lugar de “Umberto Eco”. Esta fórmula de apellido-nombre, que en Italia frecuentemente denota un bajo nivel de educación, los hizo pensar que se trataba de un engaño de un canardiste – que es como que llamaré a aquellos que se especializan en tomaduras de pelo o “canards”. En Italia, sólo los niños de la escuela elemental se presentan con su apellido seguido por su nombre de pila. Al crecer y saber más, pasando por la preparatoria y universidad, la mayoría abandona esa presentación para optar por la fórmula nombre-apellido – a menos que se enrolen en el ejército o provengan de un país como Hungría o Japón, donde las convenciones son diferentes.

Pero mi preocupación tiene poco que ver con mi “canardiste” – quien quizá pidió prestado mi nombre impulsado por una profunda sensación de soledad, temeroso de que, si usara su propio nombre, quizá no pudiera hacer amigos o recibiera mensajes. Mi preocupación es por la gente que ha entablado conversaciones con él, creyendo que se trata de mí. La tragedia no es que existan estos canardistes sino que todas esas almas hermosas – quienes, debo decir, “me” envían muy afectuosos mensajes – hayan sido engañados. Al parecer no se han dado cuenta de que el perfil de Eco Umberto declara “No el verdadero” – aunque en un tipo de letra diminuto que recuerda las cláusulas de una póliza de seguros – y da como fecha de nacimiento el 1 de abril de 1960. Para alguna gente, al parecer, todo lo que aparece en línea es verdad. (Y nos preguntamos por qué la gente vota en la forma que lo hace.)

Navegar en la Red revela muchas otras sorpresas lascivas. En un sitio que ni siquiera mencionaré, para no alentar a cualquiera que no pueda arreglar por su cuenta un amorío adúltero, me topé con una invitación desconcertante: “¿Quiere añadir un poco de pimienta a su vida con total discreción? ¡Atrévase a disfrutar de encuentros extramaritales y viva sus fantasías con otros adultos consensuales! ¡Millones de amantes ya se han unido a la comunidad!”

Estuve tentado de seguir el link o vínculo y conocer los detalles de esta absurda oferta, pero temí que con sólo hacer un clic pudiera aterrizar en esa lista de “millones de amantes”, expuesto a la vista de todo el mundo, pese a las promesas de privacidad del sitio – igual que el personaje del filme de Fellini, “Amarcord”, que se sube a un árbol y grita, para que todo el mundo lo oiga, que desea una mujer. Y esto, a su vez, me trae a la mente una de las viejas líneas de Woody Allen: “Tengo un deseo intenso de regresar al útero. ¿Alguien está interesada?”