La década K: lo bueno y lo malo

Victoria Donda Pérez

En principio y antes de analizar estos diez años de gestión, tenemos que decir que el kirchnerismo fue el emergente de una situación política del país muy difícil y traumática para la mayoría de los/as argentinos/as, en la cual el sistema político nacional había entrado en crisis a partir de las masivas movilizaciones del 19 y 20 de diciembre del 2001 (y antes también). Al grito de “que se vayan todos”, la sociedad hizo un planteo contundente, fundamentalmente a la dirigencia política de la UCR y del PJ, por la situación extrema a la que arribamos. La salida no fue automática y así se llegó al 2003, donde tanto el PJ como la UCR se dividieron en tres candidatos cada uno.

En el 2003, con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, pareció abrirse una posibilidad para romper ese bipartidismo retrógrado. Kirchner planteó la formación de una nueva fuerza política que llamó “transversalidad”, porque contemplaba la mejor parte de los partidos existentes y a los movimientos sociales que surgieron después del 2001, para cubrir los huecos que dejó el Estado neoliberal y resolver las necesidades más urgentes de los sectores más humildes de la sociedad.

Lamentablemente fue el mismo Kirchner el que acabó con esa posibilidad en el 2007 -en un contexto sumamente favorable en lo económico-, cuando decidió ir de presidente del PJ, responsable principal de la destrucción del país en los años noventa y dejando así en evidencia que su proyecto no era en realidad transformar en serio la Argentina.

En el 2003 era claro que el neoliberalismo, como expresión dominante, se retiraba de la escena nacional y latinoamericana en medio de un contundente fracaso. Los casi diez años que le han seguido, con Néstor y Cristina Kirchner a la cabeza, no han significado un nuevo rumbo nacional, más allá del “relato” que suele mostrarse bastante alejado de los hechos concretos. En realidad, su prolongada administración ha sido una mezcla de “continuidad” con la década del noventa, junto a “cambios económicos, sociales y culturales” que no han logrado predominar sobre lo viejo; y es además un proceso que muestra claros síntomas de agotamiento, que se expresan en los últimos meses, en increíbles casos de corrupción. Casos que, si bien surgen a la luz ahora, se han ido cocinando, paso a paso, con la contemplación y complicidad del oficialismo.

Llegamos así a los diez años de kirchnerismo, en un contexto político económico para el bloque regional que integramos en inmejorables condiciones; no obstante, igual los índices de inclusión social alarman por sus resultados negativos y preocupa enormemente el desaprovechamiento de este viento de cola que vive el país para un desarrollo económico más integral e inclusivo. El oficialismo mantiene a su vez a nuestra economía en permanente estado de conmoción por la suba o baja de los precios internacionales de las comodities que vendemos, sin mayores muestras de querer salir de este subdesarrollo en un sentido soberano.

Por otro lado, y a tono con los últimos debates, decimos que no estamos resistiéndonos a discutir alrededor una reforma constitucional que busque democratizar el poder político y judicial, profundizar la participación popular en la toma de decisiones, y/o ampliar los derechos civiles y políticos de los ciudadano/as, sino que rechazamos la tramposa discusión de habilitar esa reforma para permitir una nueva reelección presidencial. No estamos denunciando las falsificaciones del Indec y la persistencia de niveles de pobreza e indigencia porque pensemos que hay que volver a privatizar el sistema de jubilación, Aerolíneas e YPF, sino porque creemos que hay que reformular el sistema impositivo, sancionar nuevas leyes para las inversiones extranjeras, las entidades financieras, las inversiones mineras y hay que rediscutir una mayor y más eficiente participación del Estado en la economía que permita controlar la inflación y la fuga de capitales. No decimos que las organizaciones políticas como La Cámpora nunca serán genuinos canales de expresión de amplios sectores juveniles porque estamos defendiendo el PJ, sino porque está atada al clientelismo, al verticalismo, y una concepción que cree que la militancia es como una carrera que persigue el éxito individual para llegar a puestos políticos -hoy escandalosamente rentados-.

Es evidente que la presidenta busca siempre mostrarse rodeada de grupos, dirigentes e intelectuales del progresismo y la centroizquierda con el fin de que no aparezca el Partido Justicialista -verdadero sostén de su gobierno “nac&pop”, que le pone los votos y el peso territorial- y los indigeribles acuerdos y negociados con los gobiernos feudales de las provincias. Lamentablemente muchos ex compañeros de lucha nada dicen de los personajes del menemismo que sobran en altos cargos del gobierno -como Echegaray y Boudou- provenientes directamente de las filas del liberalismo pro videlista-, y hasta ahora han logrado transitar esa doble vía: bancar a un gobierno que va en una dirección, mientras ellos afirman que va en otra, haciendo así grandes esfuerzos para disimular cuestiones tan aberrantes como la Ley Antiterrorista, las modificaciones a la ley de ART, la alianza con la Barrick, la concentración y extranjerización económica, la partidización de la Justicia, el blanqueo de capitales, entre muchas otras cosas, y se ponen a la ofensiva con la Asignación Universal por Hijo, la (pseudo) nacionalización de YPF, el chavismo y los DDHH; para intentar hacernos creer que se está “profundizando el modelo productivo con inclusión social”. El problema es que la brecha entre el “relato” y la “realidad” se va ensanchando cada vez más y a mayor velocidad.

Todo esto sintetiza la creciente “menemización” de Cristina. Estos sectores progresistas del kirchnerismo, que le han servido por años a Cristina para embellecer la imagen de su gobierno, puestos en la disyuntiva de elegir entre tener un mínimo de coherencia con lo que han pregonado o sacarse la careta y alinearse a este giro derechoso del gobierno K, optaron por esto último, lamentablemente, a pesar de que los signos de agotamiento del modelo son incontrastables.