Por: Vladimir Kislinger
Al Gobierno venezolano hay que tratarlo como lo que es, como un paciente psiquiátrico. En su errático accionar ha demostrado con creces profundos trastornos que, sin pretender actuar como un experto de la psicología, por cuanto no lo soy, son tan evidentes que podemos hacer un juego mental para identificar qué elementos esconde o muestra, a partir de sus modos y su comportamiento.
Sí, un psicoanálisis debe hacerse en un estricto orden individual, pero también es cierto que en los ejercicios organizacionales podemos ver a una institución como a un ser vivo, con personalidad, con cualidades, con características que sumadas entre sí podrían recrear el perfil de una persona en toda su extensión.
En consecuencia, imaginemos por un momento al Gobierno venezolano como a una persona, como un individuo que en sus manos maneja el destino de más de treinta millones de personas y que comparte con ellas sus buenos y sus malos momentos, incluyendo alegrías, tristezas, rabias, depresión, entre otros.
Uno de los elementos que más fácil se identifica, sobre todo cuando Hugo Chávez era presidente, es el locus de control externo. En este particular el Gobierno ha buscado exageradamente una aceptación por parte de otros —países, organizaciones—; ha dejado en su empeño una cantidad innumerable de recursos y tiempo. Pero obtuvo únicamente lo que llamamos en el mundo publicitario “una lealtad pasiva”, por cuanto los beneficiarios se mantendrían al lado de Venezuela solamente por los recursos recibidos, mientras estuvieran. Un buen ejemplo es el caso de Unasur, de Petrocaribe, del Alba y de otras tantas organizaciones y países que, al ver el “chorro secarse”, fueron desviando la atención hacia otros aliados. Con Cuba a la cabeza, con su dramático cambio de rumbo para mirar a su vecino y eterno enemigo del norte, Estados Unidos, invitarlo a casa y cenar con él. En el ínterin, para variar, el pueblo venezolano se fue quedando sin esos recursos que tanto necesitaba y sin alimento ni medicinas.
Un locus que también significa que prácticamente todo lo que pasa, sobre todo lo malo, está en manos de otros, no en las propias. Tal vez tenga que ver con dos mecanismos de defensa que siempre ha utilizado: la proyección y la negación. Del primero no hay que explicar mucho, del segundo tampoco. Para los gobernantes todas las desgracias, absolutamente todas, están en manos de la oligarquía capitalista y apátrida, de los pitiyankees, de los golpistas, del eje Bogotá-Madrid-Miami, de las transnacionales, de la oposición y de quien sea necesario para justificar los fracasos. De hecho, al prestarle atención a los discursos de sus principales dirigentes, sobre todo a la cúpula del Partido Socialista Unido de Venezuela, pareciera que en la mayoría de los casos se describen a sí mismos sin darse cuenta de tal detalle.
En cuanto a la negación, es obvio. Aquí no ha pasado nada. Tenemos medicinas, tenemos comida, tenemos seguridad y tenemos patria. Salimos a luchar por los derechos ambientales, mientras nuestros vertederos de basura son unos depósitos de cadáveres y de tantos hermanos que muriendo de hambre buscan allí un espacio para conseguir el alimento diario. Nuestras aguas están profundamente contaminadas, ni hablar de las ciudades con industria pesada, como Ciudad Guayana, cuyo nivel de polución ha aumentado dramáticamente en los últimos 20 años, por cuanto desde ya hace un buen tiempo ni cuenta con las medidas necesarias para el control de desechos tóxicos que se expelen al ambiente.
También se habla ligeramente de la producción nacional, cuando todos sabemos que nuestra industria está casi completamente paralizada, y lo que todavía funciona lo hace muchas veces como un testimonio de tanta gente buena que no quiere botar a la basura lo que ellos y sus antepasados construyeron a punta de esfuerzo, años de trabajo y dedicación. En fin, muchos ejemplos podrían corroborar esta patología que tanto daño nos ha hecho.
Pero para no hacer el cuento más largo, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que el Gobierno venezolano se ha ido a menos, ensimismándose en su propia negación, proyectando sus culpas en otros, buscando frenéticamente la validación a través del locus de control externo, con un síndrome paranoico que se acentúa más en momentos de crisis —prácticamente todo el tiempo— y tratando de incidir en la conducta de sus adversarios a través de la implementación de castigos de distinta índole, entre ellos cárcel y amenazas.
En todo caso, lo peor es que este paciente que necesita tanta ayuda de manera inmediata, urgente, no acepta sus problemas y, en consecuencia, seguirá creyendo que está haciendo las cosas bien, mientras destruye todo a su paso.