Por: Vladimir Kislinger
Es temeraria esta afirmación. Lo sé. Sin embargo, este año ha sido atípico para una América Latina que se suponía que caminaba con cierta firmeza hacia un socialismo caribeño, improvisado pero con un peso específico en el continente, producto de una chequera que dio para todo y para muchos durante más de cinco lustros.
En efecto, el declive no obedece a los últimos meses, sin duda tiene su origen en múltiples factores que con el paso del tiempo, en algunos casos más largo que en otros, terminaron desgastando la paciencia de las sociedades latinoamericanas sedientas de justicia, de inclusión y de futuro.
Lo que se suponía que sería un bloque monolítico latinoamericano, ese sujeto de poder que haría cierto contrapeso en el mundo, se fue desmoronando producto de las propias incapacidades de sus gobernantes y de una de las mayores desgracias que han acompañado a nuestros pueblos por generaciones: la corrupción.
Salvo contadas excepciones, como la de José Mujica en Uruguay, los Gobiernos de izquierda contemporáneos han ido quedando atrás, estigmatizados por sus propias miserias, las cuales empobrecieron profundamente al pueblo, pese a haber aumentado el gasto público en términos de inversión social. Paradójica e incomprensible realidad, dado que con los recursos que se manejaron y sobre todo con la buena voluntad de los pueblos, se hubiera podido lograr cosas inimaginables. Pero claro, el nepotismo, el abuso gubernamental, la falta de separación de poderes, la politización de las fuerzas militares y la corrupción hicieron un contrapeso tan fuerte que lograron reventar la piñata, coloquialmente hablando.
Ni las amenazas consiguieron bajarle la guardia al pueblo. Y es que el asunto es simple: nuestra gente vota con el bolsillo, no con el argumento. Si bien pueden enamorarse de una ideología, en función de lo que esta pueda generar en consecuencia, al ver burladas sus esperanzas, esa lealtad de la que tanto resumen los Gobiernos autoritarios se desmorona sin ton ni son. El hombre nuevo definitivamente no existe, al menos no en este caso de estudio.
A mi juicio Cuba fue clave en esta primavera latinoamericana. Su repentino y dramático cambio de rumbo, con reuniones inimaginables y establecimiento de ciertas medidas de apertura dominaron buena parte de las noticias de al menos la mitad de este año. Pensar en empresas norteamericanas en suelo cubano, en líneas aéreas volando diariamente desde Miami o Madrid hacia La Habana, de inicio de operaciones diplomáticas entre ambos países, fue un duro golpe para la izquierda en términos ideológicos. Es difícil confrontar argumentos cuando luego de cincuenta años la misma familia le “pela el diente” a quien dijo que fue su opresor por décadas y, acto seguido, restringe relaciones con países que se suponían aliados, como Venezuela, a través de la imposición de visado para que todo aquel venezolano que quiera ingresar en territorio cubano deba tener la chocante autorización respectiva.
Cuba fue un enclave socialista de referencia para los trasnochados. Un ejemplo a seguir por los utópicos del romanticismo marxista. Pero también Argentina, más como un actor de reparto, pero con la característica de ser un Estado influyente al sur de América del Sur. No hace nada que el kirchnerismo peronista salió de la Casa Rosada. Fueron 12 años en el mandato, un pareja presidencial que tomó el poder a su antojo, mucho más dosificado y sofisticado que en Venezuela, pero que al fin intentó con cierto éxito importar una ideología del socialismo del siglo XXI que los mantuvo en el poder hasta que, como lo comenté en los párrafos anteriores, el pueblo se cansó y le dio la espalda. Así de simple, la lealtad no debe ser en ninguna manera a los gobernantes, sino todo lo contrario.
Parafraseando a Mauricio Macri, los Gobiernos latinoamericanos no pueden ser una competencia a ver qué político o gobernante tiene el ego más alto. Tampoco pueden adjetivar a la Justicia según el apellido de turno, no.
Elocuentes palabras que sin duda esperamos que resuenen en nuestro continente, con tantas carencias, más en términos anímicos que materiales. Somos pobres, sí, pero sin duda al madurar como sociedad, hacerle frente a las autocracias y entender que el todo suma o resta, nuestra tendencia será a la creación de riquezas para el mayor bienestar social.
Esta primavera atrevida, inesperada, insospechada, se llevó por delante las estructuras hegemónicas que se acostumbraron a mandar, mientras domaban a nuestros pueblos para marcarles su destino, el obedecer. Una primavera que llegó de una manera que se creía imposible: el voto masivo. Volviendo a Macri: “Hicimos de lo imposible posible”.
Cuba y el restablecimiento progresivo de sus relaciones con los Estados Unidos, Argentina con la victoria de la oposición luego de doce años de kirchnerismo, Guatemala con el juicio al expresidente Otto Pérez Molina y parte de su equipo de Gobierno, en Brasil con el juicio político en puertas a la mandataria Dilma Rousseff y finalmente en Venezuela, con la aplastante victoria de los factores de la Mesa de la Unidad Democrática sobre el partido de Gobierno, constituyen lo que a mi juicio es la primavera latinoamericana. Sin duda espero que trascienda en la futura y definitiva separación de los poderes del Estado; en el respeto de los derechos humanos y las libertades individuales; en el ataque frontal a la corrupción a través de sanciones ejemplarizantes; en el fortalecimiento de las instituciones, desde lo municipal hasta lo nacional; en la meritocracia; en el fomento a la investigación, a la formación y a la competitividad; en la creación de un futuro próspero, de evolución, de madurez colectiva.
Estamos en puerta de lo que puede ser el inicio de una profunda transformación de nuestros pueblos. Una nueva visión que nos encamine hacia un sistema de rendición de cuentas, de temor al pueblo y a las instituciones, de genuino dolor por el prójimo, sin demagogos, entendiendo que somos parte de una espiral que nos arrastra a todos o para la miseria o para la prosperidad.