El modelo Kicillof

Recientemente Axel Kicillof, el ministro de Economía de la Nación, justificó la actuación del vicepresidente Amado Boudou en el polémico caso Ciccone que hoy estudia la Justicia señalando que la impresión de billetes es una función estratégica del Estado. De la misma manera, Kicillof justificó varias expropiaciones o nacionalizaciones como las de Aerolíneas Argentinas, la del sistema de pensiones, la de los ferrocarriles o la de Repsol-YPF. Luego de que el propio gobierno mostrara su incapacidad para regular tarifas e inversiones de estas empresas “privadas”, se decidió en cada caso culpar a las empresas por los problemas en los servicios y avanzar en la expropiación o nacionalización.

Lejos de aquella famosa frase de la presidente (“chiquitito pero cumplidor”), los resultados no han sido buenos, con una empresa aeronáutica que sólo se sostiene por los subsidios crecientes que recibe del gobierno, con un sistema de pensiones que lejos está de cumplir su función de cara al futuro, con ferrocarriles que cada año ofrecen peor servicio y mayor número de accidentes y con un país que abandonó el auto-abastecimiento de petróleo y ahora necesita algunos miles de millones de esos escasos dólares por año para que la economía no se quede sin energía.

Del modelo heredado de gobiernos anteriores al imaginario-ideal de Kicillof, se deben corregir varias anomalías, y es allí donde el ministro está operando, definiendo cuáles son las “cuestiones de Estado” e interviniendo en consecuencia lo necesario para asegurarle a los argentinos estabilidad de empleo y fomentando el desarrollo.

Estamos entrando posiblemente en la última etapa de doce años de kirchnerismo y el modelo que la Argentina proyecta es el del actual ministro de Economía, cuya formación económica lo ha conducido siempre a desconfiar del mercado mucho más que en sus colegas del gobierno. Todo está justificado en el “modelo de Kicillof”, si él cree -dentro de su arbitrariedad- que es una “cuestión de Estado”.

Se respaldará siempre en la democracia, en el voto del pueblo que eligió a Cristina Fernández de Kirchner en el poder y a él como su consejero económico. Nos debemos entonces los argentinos un debate acerca del modelo que queremos y la definición de las “cuestiones de Estado”.

El problema, desde mi humilde punto de vista, es que la “cuestión de Estado” central ya no es la seguridad, la justicia independiente, la protección del Estado de Derecho, la estabilidad monetaria, la desocupación o la pobreza, sino llegar a 2015 sin sufrir las consecuencias de estas políticas que se vienen aplicando. Tenga o no éxito Kicillof en este objetivo cortoplacista, la destrucción de nuestras “instituciones” ya es un daño irreparable.

Agitando fantasmas

Cuando Axel Kicillof llegó al gobierno –en sus distintas funciones- el periodismo recordó su formación marxista. El ahora ministro de Economía pidió a la prensa –con razón- que dejen de “agitar fantasmas”. No estaba en sus intenciones imponer en la Argentina el ideal comunista. Tal es así que concluí en otra nota, que Kicillof venía a ser un “Keynes argentino”, intentando fortalecer el rol regulativo del Estado.

En la entrevista que ofreció con posterioridad al anuncio de Capitanich sobre la flexibilización cambiaria, Kicillof mostró su preocupación porque los exportadores acopian cereales, particularmente soja, “para especular y presionar una devaluación”. Lo que Kicillof no parece comprender, sin embargo, es la lección básica que la economía moderna nos enseña: “los individuos se comportan bajo incentivos.”

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Consecuencias de la arbitrariedad de Kicillof

“¡Los mismos que nos dijeron durante diez años que el dólar valía un peso, son los que hoy nos quieren convencer de que vale 13!”, fue la frase arrojada por Kicillof ante el lógico pedido de la prensa de hacer preguntas tras el anuncio del Jefe de Gabinete acerca de la flexibilización cambiaria. Un par de días más tarde, en la ya famosa entrevista que Kicillof ofreció a un diario alineado al oficialismo, éste planteó que el tipo de cambio adecuado para los objetivos del gobierno era de $8. Lo que Kicillof nunca explicó es por qué el tipo de cambio a $13 le parece exagerado, y por qué un tipo de cambio a $ 8 le parece adecuado. Mi análisis de la situación, se resume en una palabra: “arbitrariedad”.

Lo cierto es que para conocer cuál es el precio libre de un mercado, se requiere permitir que las personas interactúen libremente en ese mercado. Si restringimos un mercado, entonces ya no tendremos un precio libre, sino un precio intervenido, el cual se sostendrá en la medida que pueda mantenerse la intervención y sus costos. Con un mercado desdoblado, tenemos que hacer dos análisis distintos. En el caso del mercado “oficial”, tenemos que comprender que el gobierno puede obligar al sistema bancario argentino a vender “sus” reservas al precio que desee. En este caso, Kicillof eligió $ 8, y una forma de comprender la arbitrariedad y lo infundado de esa decisión es cómo el BCRA debe intervenir diariamente perdiendo reservas para que su precio no se eleve. En el caso del mercado informal o “blue”, la oferta y demanda restringida de aquellas personas físicas y jurídicas -que podemos definir como “no privilegiados”- y que no pueden acceder a la arbitraria y baja cotización oficial, han fijado un precio de equilibrio en torno a los $ 13.

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De Lavagna a Kicillof, un único modelo

Ante el ya evidente fracaso de la política económica populista del kirchnerismo en los diez años que van desde 2003 a 2013, surge cierta literatura que busca rescatar a algunos responsables directos de los acontecimientos actuales.

Eduardo Duhalde intentó rescatar por ejemplo a su ministro de Economía, Roberto Lavagna, al punto de candidatearlo como una persona de experiencia para resolver la situación actual. Martín Redrado o Martín Lousteau escriben decenas de columnas críticas en las que intentan separarse del actual gobierno, cuando hace unos pocos años acompañaron el proceso. Es cierto, se podrá decir que desde 2007 Cristina Fernández de Kirchner se ocupó personalmente de profundizar ese mismo populismo que “nació” post-convertibilidad, pero cada uno de estos tres economistas tuvo su responsabilidad en la actual situación que sufrimos.

Para empezar, diré que la salida de la convertibilidad fue la peor que se podía haber diseñado. Eduardo Duhalde acusa al gobierno actual de improvisación, cuando él mismo prometió devolver dólares a quienes depositaron dólares, y sólo unos días después pesificó todos los depósitos y fue el responsable de la mayor estafa al pueblo argentino de las últimas décadas. En segundo lugar, hay que ser claros en que esa devaluación, que implicó el abandono de la convertibilidad y que hoy es vista como el comienzo de la “década ganada”, en realidad nos dejó con otra “década perdida”. Es cierto que entre 1998 y 2001 la economía estaba estancada y con alto desempleo, pero la devaluación convirtió esa crisis en una profunda depresión que hizo caer el PIB más del 10 % en 2002, además de destruir el Estado de Derecho.

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El turno de Kicillof

No comprendí el optimismo que despertó en los medios el nombramiento de Capitanich al frente de la Jefatura de Gabinete hace sólo un par de meses. Es cierto que dialogó con la prensa en estos dos meses más de lo que sus antecesores lo hicieron en los años previos. Pero la situación argentina amerita cambios de fondo, no cambios de estilo. Y esos cambios de fondo brillaron por su ausencia.

Ahora es el turno de Kicillof, que estratégicamente supo hacer silencio y dejar caer la imagen de su socio en el gobierno sin ver deprimida la propia. Pero él es el ministro de Economía, y las noticias no son buenas en la órbita que maneja: las reservas siguen cayendo, el dólar blue se volvió a disparar, la inflación no cesa, la escasez de productos es cada vez más visible y el desequilibrio fiscal no encuentra financiamiento.

La Argentina necesita cambios estructurales, pero la apuesta oficial -especialmente de la presidente- va por otro camino. Se trata de llegar al 2015 sin abandonar la línea que caracterizó al gobierno todos estos años. Bajo esa premisa, conjeturo que veremos un fracaso atrás de otro, con caras nuevas recurrentemente que intentarán lo imposible. Kicillof no podrá escapar a lo sucedido con sus antecesores. El problema central, una vez más, es el exacerbado gasto público. La teoría de las finanzas públicas nos enseña que para financiarlo hay tres instrumentos centrales. Impuestos, deuda y emisión.

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