Por: Adrián Ravier
Cuando Axel Kicillof llegó al gobierno –en sus distintas funciones- el periodismo recordó su formación marxista. El ahora ministro de Economía pidió a la prensa –con razón- que dejen de “agitar fantasmas”. No estaba en sus intenciones imponer en la Argentina el ideal comunista. Tal es así que concluí en otra nota, que Kicillof venía a ser un “Keynes argentino”, intentando fortalecer el rol regulativo del Estado.
En la entrevista que ofreció con posterioridad al anuncio de Capitanich sobre la flexibilización cambiaria, Kicillof mostró su preocupación porque los exportadores acopian cereales, particularmente soja, “para especular y presionar una devaluación”. Lo que Kicillof no parece comprender, sin embargo, es la lección básica que la economía moderna nos enseña: “los individuos se comportan bajo incentivos.”
Si diariamente los exportadores observan una devaluación continua del dólar oficial, lo conveniente es no exportar, retener los cereales y hacerlo más tarde a un tipo de cambio más favorable. Y es que por cada dólar que se exporta a precios internacionales, al exportador sólo le llega su conversión al tipo de cambio oficial, menos las retenciones y otros impuestos. El incentivo es muy claro: mientras más retenga los cereales, mayor será el ingreso que recibirá por su venta. Kicillof debería preocuparse más por conseguir estabilidad monetaria, que por atacar a ciertos sectores de manera infundada.
En la última década, el pueblo argentino se ha dividido como nunca antes, entre quienes apoyan el modelo vigente, y quienes lo rechazamos. Se trata de un necesario debate de ideas, legítimo, entre quienes estamos preocupados por alcanzar el mayor bienestar para los argentinos. Que el ministro de Economía utilice este ataque sobre ciertos sectores, sólo alimenta un odio innecesario. Los exportadores y los productores agropecuarios no sólo no son el enemigo del pueblo argentino, sino que representan la industria más importante sobre la que se apoya el bienestar de nuestra gente.