Por: Adrián Ravier
La devaluación fue una mala idea. Fue la peor salida de la convertibilidad que se pudo imaginar. No sólo se quebraron los contratos y se debilitaron las instituciones, sino que además se dejó al país en una profunda crisis económica y social, de la que después de 20 años apenas logramos recuperarnos, pero no superar.
El punto de inflexión fue quizás esa carta de renuncia que Ricardo López Murphy tuvo en su bolsillo por unos pocos días entre el 5 y el 20 de marzo de 2001, antes de que retornara Domingo Cavallo al frente del Ministerio de Economía. Ricardo López Murphy fue quien tenía un diagnóstico apropiado y quien explicó con claridad a la sociedad y a la dirigencia las consecuencias de abandonar la convertibilidad. Fernando de la Rúa le dio la espalda y el peor escenario se hizo realidad. Domingo Cavallo partió de un diagnóstico equivocado: “El problema no es el déficit, es la competitividad”. Y con aquella frase y una mala idea de una canasta de monedas inició una gradual salida de la convertibilidad que ocasionó una fuga de capitales fenomenal. Ya sin reservas, y con Eduardo Duhalde en la Presidencia, que siempre se le fue esquiva en el proceso electoral, Argentina se entregó nuevamente a una enorme intervención estatal, con mucha propaganda política y con ello vinieron las dos décadas perdidas en materia de crecimiento económico.
En 2015 Argentina tenía un ingreso promedio por habitante en dólares similar al de 1996. ¿Pero cómo es esto posible tras una década ganada? Porque no hubo crecimiento, sólo recuperación. El siguiente gráfico muestra con claridad la evolución del PIB per cápita en dólares de 2015.
Se puede observar allí el pico de la década de 1990 en el año 1998, con 12 mil dólares por habitante, que comienza a caer en el tercer trimestre de 1998, hasta llegar a fines del 2001 a unos diez mil dólares por habitante. La devaluación y la salida de la convertibilidad ocasionaron una fuerte caída en el ingreso, a sólo cuatro mil dólares per cápita. Desde entonces, la economía argentina emprendió una recuperación que en 2008 alcanzó los 11.300 dólares. La crisis internacional de 2009 redujo el ingreso per cápita pero rápidamente la economía se recuperó y el crecimiento de los siguientes tres años rompió el pico de la década de 1998, al alcanzar los 14 mil dólares de ingreso per cápita. El efecto Kicillof, sin embargo, no se hizo esperar y la economía argentina llegó al 2015 con un ingreso per cápita de 12 mil dólares, el mismo nivel de 1998.
¿Por qué consideramos el PIB per cápita? Porque el PIB no toma en cuenta el crecimiento poblacional. ¿Por qué tomamos el dólar para medir el ingreso en Argentina? Porque el alto nivel de inflación y la intervención en Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) impiden evaluar correctamente la evolución del ingreso de los argentinos en moneda local. Gran parte del relato al que fuimos sometidos todo este tiempo se produjo por no poder diferenciar las variables nominales de las reales.
¿Por qué tomamos el PIB per cápita en dólares de 2015? Porque no es lo mismo el dólar de la década de 1990 que el dólar actual, tras la depreciación que esta divisa sufrió en estas dos últimas décadas.
El PIB per cápita en dólares de 2015 nos ofrece un acercamiento más apropiado a la realidad, que muestra que la economía argentina no creció en 20 años. Hubo, por supuesto, una recuperación de aquella devaluación, que en realidad se habría completado en 2009, si no fuera por la crisis internacional y por malas políticas económicas tomadas especialmente en el último Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, empezando por el cepo cambiario.
La foto aún no está completa. Faltan en este gráfico dos fenómenos fundamentales: 1) el sinceramiento del tipo de cambio en los primeros meses de 2016, que sin duda volvió a reducir el ingreso en dólares (¿volvimos a 1996 o a la década de 1970?) y 2) la confirmación de si realmente la economía argentina recuperará el esperanzador crecimiento económico en 2017, lo que parece difícil si tenemos en cuenta los desequilibrios macroeconómicos que todavía resta corregir, comenzando por un déficit fiscal que en 2015 cerró con 9% del PIB y que aún no está claro en qué medida fue corregido, además del elevado nivel de inflación, la presión tributaria récord y la sobredimensión del Estado.
El desafío de Mauricio Macri no sólo es resolver los desequilibrios macroeconómicos. El desafío es volver a crecer después de varias décadas perdidas.