Tiempo para que impere el sentido común

Cien días es un número simbólico, invitante para hacer un prebalance. Al igual que la mayoría del país, creo que se mantienen las buenas expectativas. Sin embargo, se deben señalar algunas cosas, tanto las que van virtuosamente, como las que no exhiben tal carácter.

Lo bueno y esperanzador es el clima general de libertad. Me parece más subrayable la libertad que el diálogo en sí mismo. Aquélla brinda un contexto saludable, incitante para crear, innovar, hacer, es decir eso que la Argentina necesita para reconocerse a sí misma y así reencaminarse. El diálogo muchas veces es inundado por la circunstancialidad y la formalidad. Además, existen diálogos que para la salud pública – en el siglo pasado existió en la Capital un partido – relativamente exitoso – que así se denominaba – se acercan más a una dosis de contaminación, que a estímulos para que los argentinos nos amiguemos y unamos. Porque ‘dialogar’ con gobernadores elegidos ad eternum o sujetos de fuertes sospechas de corrupción podría desdibujar el noble mandato de cambio.

También anotamos los sinceramientos de algunas variables como el tipo de cambio, aunque está faltando activismo técnico en un INDEC demasiado perezoso, por lo menos para el paladar de muchos argentinos. Haberle sacado de encima la pata estatal al productivo campo argentino es una tonificante noticia saludada por miles y miles de productores – esos de ‘sol a sol’ – y por centenares de ciudades intermedias de todo el país que se beneficiarán con el nuevo apogeo rural.

Arreglar con esa espada peor que la de Damocles que significa la sentencia firme en nuestra contra dictada en Nueva York – jurisdicción que pusimos nosotros – es igualmente benéfico, no obstante las náuseas que nos suscita la especulación carroñera y la torpeza connivente de los funcionarios vernáculos que nos condujeron a esta situación tristísima y gravosísima.

Anunciar las autovías – como la inconcebiblemente demorada ruta 8 – o el puente Reconquista-Goya da aliento porque hace demasiado tiempo que se ha descuidado inexcusablemente la infraestructura ¿Cómo vamos a producir más con estas rutas, puertos y adolescencia de energía?

En el plano de lo inquietante coloco primordialmente la morosidad intolerable de la Justicia para darle un zarpazo a la corrupción, más allá de papeles, pericias, oficios, términos procesales y demás consabidas e insufribles yerbas ¿Hubo que esperar unos videos para citar a Lázaro Báez? Se asemeja mucho a una burla a la ciudadanía. Ciertamente el Ejecutivo no es responsable de la lentitud, pero la Oficina Anticorrupción parecería que debe medicarse con alguna pastilla energizante. Asimismo, el Legislativo no tendría que haber sido tan lábil – es el vocablo más elegante que me viene – y nombrar así como así al exdirector de la Afip y de la corruptísima ONCCA – tanto que hasta la disolvieron ante el formidable escándalo que implicaba su propia existencia –, ¡nada menos!, que Auditor General de la Nación. Esa designación nunca debió firmarse y a la luz de las ‘facilidades’ que le dio a Cristóbal López por más de 8.700 millones de pesos de impuestos no ingresados al erario, debe ser ejemplarmente removido, sin resignar ni el diálogo ni el objetivo de unir a los argentinos. Porque una cosa es unir y otra erigirse de facto en cómplice. Que la primera oposición proponga a alguien tan digno como confiable y será nombrado Auditor inmediatamente. La idoneidad que exige la Constitución no es una palabrita, sino un enorme vocablo, de intenso contenido. Llegó la hora de aprehenderla y ponerla en práctica.

Hay que terminar con pitanzas, canonjías, prebendas,  ñoquis – esos que inexplicablemente defiende algún sector gremial – ‘facilidades’ de la Afip, ventajas, privilegios, exenciones de impuestos como al juego y por supuesto con la corrupción y entonces habrá recursos para el 82% móvil para los jubilados, subir el mínimo de ganancias a $62 mil, con actualización automática y hacer viviendas sociales.

Con respecto a la inflación, no basta con decir que bajará en el segundo semestre. Debe haber un plan antiinflacionario y decirle al país que incentivar el consumo interno a costa de darle a destajo a la máquina emisora de billetes es mortífero.

Yo no hubiera eliminado las retenciones a la minería o hubiera condicionado esa medida a más controles ambientales y sobre lo que se exporta.

Somos tan optimistas como la mayoría y seguimos creyendo a pie juntillas que orden es progreso de veras. Que la democracia repele al desorden y que el debate no implica desunión. En una palabra, basta de prejuicio. Es tiempo para que impere el sentido común.

Gobernabilidad con cambio

El país quiere y requiere cambios. Como mínimo ese es el anhelo del 70%. Empero, el mismo país se anonada con sólo imaginar un escenario convulso. Existe una fina línea entre cambio y convulsión. Ese deslinde se llama hallar los puntos que trazan el equilibrio.

Las reformas son indispensables e ineludibles. Agregaría, urgentes. En algún trabajo de hace un lustro señalamos “las 12 + 1 Reformas” (fue para eludir el número 13, por las dudas…) que reclama la Argentina. Van desde la vuelta a los valores y la cultura del cumplimiento de la ley – con la abrogación de la ‘viveza’- hasta la correcta ubicación del rol del Estado en sinergia con la iniciativa privada, pasando obviamente por la meta de la calidad educativa y el regreso al trabajo que apareja nada menos que dignidad y libertad para las personas.

Esas reformas exigen un fuerte liderazgo político  sustentado por consistentes instituciones. No tendremos la oportunidad de enderezar el rumbo del país – quebrar la inercia declinante trocándola por una dinámica resurgente – sin un líder, pero no cualquier líder y a cualquier costo. Un ‘caudillo’, un sistema decisional personalista sería un espejismo de liderazgo, no destrabaría el estancamiento argentino y por supuesto no garantizaría la gobernabilidad.

Gobernabilidad significa suficiente poderío como para sostener los cambios sin que otros factores e intereses socaven la estabilidad política. Pero también es un poder con límites institucionales, es decir que no sólo respeta la Constitución, sino que sus resoluciones son adoptadas con firmeza y consenso.

Debemos probar que es posible ser firmes y a la vez dialoguistas. Disponer con vigor, pero con consenso. El secreto de esta combinación es sencillo: el líder escucha a todos para luego determinar el camino. Todos los que dieron su opinión quedan contenidos y aunque a algunos la conclusión no los satisfaga, saben que el líder ha prestado oreja. En ese contexto, prima la confianza colectiva respecto de la justeza del rumbo porque el decisorio ha contemplado al conjunto.

La gobernabilidad se emparenta con la confianza. Y con la eficacia de la gestión. La confianza es el sustrato de la gobernabilidad y un ayudante esencial de la eficacia de la administración.

Somáticamente hablando nuestro país sufre del zigzagueo o vaivén. Ir y venir, por definición implica estancarse, neutralizar y derrochar energías.  Ha sido una lastimosa regla vernácula que a un período de gobierno fuerte le sucedió otro débil. El desafío es cómo lograr un nuevo liderazgo institucionalista.

Un régimen de sólida vigencia institucional, pero sin un enérgico timonel prima facie aparece como muy difícil para la idiosincrasia argentina. Asimismo, un sistema del tipo caudillesco o personalista nos seguirá retrasando en la región y en el mundo, sin depararnos progreso. Nos mantendríamos en ‘más de lo mismo’.

Gobernabilidad no es ceder a todos y cada uno de los reclamos sectoriales. Tampoco resolver a partir de una mesa donde apenas se sientan dos y a veces sólo uno. El arte de gobernar exige dominar el ‘punto de cocción’, ese que únicamente conocen quienes saben cocinar. Y se deleitan cocinando. Hay muchas academias culinarias, pero ese arte suele trasmitirse de madres a hijas – excusas por discriminar inicuamente a mi género-, más que aprenderse en libros y teorías. Es similar al arte de gobernar que es innato y también es una delicia. Otra vez vale insistir que gobernar no es sinónimo ni de imponer ni de dominar, sino de encastrar voluntades, vertebrarlas.

Una cosa es tener placer ejerciendo el dominio y otra gobernando. Quizás por eso observamos en este tiempo a muchos empoderados con rostro abrumado, como desbordados por el escenario cada vez más complejo. Es que ellos tienen vocación por dominar y la realidad les presenta diariamente muchos puntos de escape por donde se les escurre su intención y su codicia dominadora. Contrastantemente, nosotros pedimos gobernantes con caras alegres porque su gestión y la realidad se mantienen en constante convergencia.

Nos va el futuro argentino – hoy francamente oscuro – en lograr esa síntesis entre liderazgo e institucionalidad republicana. Esta fórmula podría enunciarse como conductor o guía democrático. El porvenir proseguiría enajenado y sombrío si en lugar de esa simbiosis se produjere cualquiera de estas opciones: un jefe dominante o un presidente desestabilizado por la pérdida del control de los resortes básicos para poder gobernar.

Hagamos todos los esfuerzos y pongamos toda nuestra aptitud cívica para obtener en los finales de 2015 una articulación de energía desde el poder en el marco de robustas instituciones.

La clave es no entregar ni abdicar ninguna de los dos, ni la gobernabilidad ni el cambio.

Una mirada a la geopolítica sin ideología

Por debajo de la invocación de la libertad,  por un lado, y del contrastante autoritarismo, por el otro, lo que existe en el planeta, si lo describimos descarnada y crudamente, son intereses y de los grandes. Lo cierto es que el mundo tiene más avatares y conflictos– infinitamente más – que los de la Guerra Fría. Y padece de inenarrablemente más inestabilidad que en ese sombrío período de posguerra hasta la caída del Muro en 1989.

Miremos un poco. Europa – a pesar de los esfuerzos de Alemania – vive de zozobra en zozobra, preocupada por el  desempleo, el retroceso del proceso integrador, la xenofobia, la inmigración no deseada, los embates rusos y las amenazas que vienen del sur del Mediterráneo – que es igual que decir Magreb. Para colmo, el resurgimiento de la guerra explícita, como pasa en Ucrania, contribuye a enrarecer el clima político. Continuar leyendo