Recuperar la honestidad para frenar la corrupción

En pocos días, los argentinos vamos a las urnas para determinar que candidatos se presentarán en el mes de octubre. En la Ciudad de Buenos Aires, los únicos que utilizaran las virtudes de las PASO es la agrupación UNEN, que decidirá como se conformará la lista final que la agrupación presentará a la contienda de octubre. Las encuestas se empeñan en anticipar ya el triunfo de Elisa Carrió, con un segundo lugar disputado entre Lousteau y Gil Lavedra, y no mencionan que cantidad de votantes habrán de volcarse en favor de la Lista 502D presidente Arturo Illia.

La única verdad se sabrá el domingo 11 de agosto, y en tal sentido, la ciudadanía podría formar una lista “de lujo”, si decide acompañar a la Lista 502D completa. Explicar las diferencias entre los protagonistas de UNEN nos llevaría muchas líneas, pero algunos comentarios merecen destacarse: la Lista 502D, que lidera en diputados Leandro Illia y en senadores César Webhe y Claudia Guebel es una oportunidad de llevar al Congreso probados hombres y mujeres de honestidad, gestión y propuestas.

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No es la emisión per se lo que produce inflación

Algunos economistas centran el problema inflacionario solamente como un problema monetario, es decir, que con sólo contraer la base monetaria se soluciona el creciente nivel de precios. Repasemos algunos números que nos permitirá analizar desde la perspectiva monetaria, que sucedió en la última década en materia de emisión monetaria, en la actividad económica y en el tema precios en particular.

Si uno observa el comportamiento de la Base Monetaria desde el año 2004 a la fecha, resulta determinante destacar que los años de mayor emisión monetaria han sido el 2006 (+1035,5% si lector no hay error en las cifras) y el 2010 (195%) para luego ingresar en una tendencia descendente hasta llegar al año 2012, con una expansión del 35,1% respecto al año anterior.

Lo primero que uno debe examinar son los factores de explicación del comportamiento de la Base Monetaria, es decir, lo que llevó a la misma a emitir o contraer demasiados pesos. En aquel año 2006, la fuerte expansión de la emisión monetaria, obedeció a la compra de dólares con casi 14.000 millones –récord en la última década- de los cuales 11.876 fueron con destino al pago de la deuda externa, unos 9.000 se usaron para la cancelación al Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, semejante expansión del peso no dio lugar a un crecimiento desproporcionado del nivel de precios el cual cerró en un 9,8%, a pesar de que comenzaba a vislumbrarse algún ruido menor, la misma había sido motorizada por los rubros de educación, servicios y comidas fuera del hogar (típico de la recuperación salarial de la clase media).

¿Por qué sucedió esto y no se produjo un desborde de precios, tal como indican las recetas monetaristas? En primer lugar debido a que la sobreabundancia de dólares en la economía era un fenómeno sustancial en el marco de un superávit creciente del sector público, que incluso jugaba como factor de contracción de la base monetaria y a su vez el rol del sistema financiero y la política monetaria que también hacían lo suyo, con una tasa de interés de las Lebac del 12%, en promedio por encima de la inflación. En efecto, la esterilización del sector financiero a través de letras del BCRA contribuyó con casi el 50% del monto finalmente expandido (unos $25.300 millones).

El año 2009, fue el punto de inflexión en materia de crecimiento, y en consecuencia, comenzó a perderse el superávit fiscal, al tiempo que se convirtió años después (2011 y 2012) en la principal fuente de expansión de la Base Monetaria por encima de la compra de divisas. A pesar de este comportamiento, la economía transitó una fuerte fuga de capitales que se tradujo en una menor oferta de dólares, como consecuencia de la pérdida de valor en términos reales de la divisa, como resultado de la combinación simultánea entre mayor tasa de inflación y escasa corrección del tipo de cambio. Al año siguiente, 2010, el BCRA esterilizó por más de 25.000 millones de pesos y no alcanzó a morigerar la suba de la expansión monetaria que experimentó una suba del 195% respecto al año anterior, producto de la compra de dólares por parte del BCRA. Aquí sí ya la inflación había trepado a valores cercanos al 22%.

En el año 2011, se desató el trilema que llevó al gobierno al cepo cambiario. En efecto, el gobierno no quería devaluar, ni aumentar la tasa de interés, ni ceder tasa de crecimiento, y se produjo una salida de dólares muy por encima de lo esperado. Esto, si bien no derivó en una expansión desmedida de la Base Monetaria, sí produjo una fuerte expansión del gasto público para evitar la caída del nivel de actividad, consolidando un déficit fiscal creciente, que fue apuntalado con los aportes desde el BCRA.

Finalmente, la no convalidación de parte del BCRA de una tasa de interés más alta, resultó determinante, ya que el sector financiero no fue la malla de contención de la emisión fuerte de pesos en la economía. De todos modos, y en el marco de un año electoral, la economía creció en el 2011 un 8,9% convirtiéndose en el sprint final del modelo, que necesitaba y aún lo está, una combinación urgente de medidas que tiendan a un ataque al déficit fiscal, a través de una reforma mucho más profunda por el lado de los ingresos y no simplemente del gasto. Además, debe aprovechar para hacer sintonía fina de su política monetaria, que acompañe con una mayor esterilización de parte del sector financiero, y consolidar escenarios que apunten a una mayor inversión externa, que produzca una reversión en la tendencia a la fuga de capitales.

El desdoblamiento cambiario, se convierte en los hechos en un callejón de dudosa salida, deberá poner el énfasis en resolver las cuestiones estructurales que han debilitado el modelo, de modo de poder salir por afuera de este momento, disminuyendo la inflación a través de un conjunto de medidas más serias que aplicar, como algunos economistas sugieren, una receta monetarista ortodoxa, que a decir verdad no explica los costos en términos de actividad y empleo y solo se convierte en un cambio de paradigma que es pasar de un modelo productivista a uno rentístico. No es casual que quienes lo proponen han siempre estado más cerca de la banca que de la actividad real de la economía y no alcanzan a entender que establecer un nuevo equilibrio macro deberá hacerse con medidas graduales y no con políticas de shock que ya han fracasado. Con reducción del déficit fiscal, abundancia de dólares y mayor protagonismo del sector financiero se podría alcanzar una reducción del nivel de precios sin caer en estrategias monetaristas que solo esconden el propósito de volver a reeditar las políticas de los años noventa basadas en precios bajos, endeudamiento alto y apertura comercial y financiera que trajo a nuestra economía la friolera estadística de un 24% de desocupación.

El modelo productivo se sostiene bajando la inflación

Desde el año 2003, la Argentina transitó por dos etapas claramente diferenciadas. La primera, bajo la administración de Néstor Kirchner (2003-2007), caracterizada por un cambio radical del modelo económico imperante en la década de los noventa. Este se dio con un tipo de cambio alto, de flotación administrada, bajo pasaje a precios, un fuerte y decidido impulso al mercado interno y externo, la renegociación de la deuda externa mediante tasas de crecimiento promedio del 8% anual y la consolidación de los superávit gemelos (fiscal y externo). Este escenario se complementó con una fuerte suba del precio de los principales commodities -en particular la soja-, lo que posibilitó la aplicación de retenciones con destinadas a contener el alza del precio de los alimentos, generando los recursos suficientes como para direccionarlos hacia políticas sociales.

La veloz recuperación del empleo, con reducción en los niveles de pobreza e indigencia, produjo una mayor demanda de bienes y servicios hasta alcanzar un punto en que las tensiones de precios comenzaron a hacerse evidentes. La primera respuesta fue el control de precios (de escaso éxito), al tiempo que se producían enfrentamientos sectoriales en defensa de sus intereses, que no eran otros que alcanzar mayores niveles de rentabilidad en un escenario internacional que comenzaba a flaquear de la mano de la crisis financiera iniciada en los EEUU y que se desparramó, como una mancha de aceite, por Europa y otras geografías.

Bajo la presidencia de Cristina Kirchner, se produjo la reforma al sistema previsional, introduciendo un cambio sustancial en la estructura del gasto público, al mismo tiempo que se sancionó la Asignación Universal por Hijo, entre otras medidas de neto corte social. El avance de la demanda agregada durante los años 2010 y 2011, con una moderada respuesta de parte de la oferta y un incremento sustantivo de la tasa de inflación, produjo un fuerte deterioro del tipo de cambio real, lo que motivo a un mayor grado de incertidumbre en los agentes económicos, lo cual derivó en una salida de capitales de casi el 20% del PBI. El impacto de las medidas se tradujo en una sostenida restricción externa que tuvo como correlato el denominado “cepo cambiario”, al mismo tiempo que se producía una desaceleración en la tasa de crecimiento debido a la consecuente restricción en el plano fiscal.

Hoy la situación se hace más delicada. Los pilares del modelo se han desgastado: atraso cambiario, con restricción y doble mercado. De estas medidas surge una recesión del mercado inmobiliario, de la construcción y una reducción del volumen de comercio internacional. El incremento de la inflación se tornó central en la escena y el gobierno, que en el pasado apeló al tipo de cambio nominal como ancla de precios, ha resuelto en el corto plazo contener los reclamos salariales en torno a un 20% y a un mayor control de precios, principalmente de alimentos.

No hay una política fiscal determinada y, mucho menos, una actitud contractiva de la política monetaria, posición mayoritariamente defendida por quienes abogan por el clásico ajuste neoliberal de los 90.

¿Es posible recomponer el modelo?

La posibilidad de recomponer la situación macroeconómica no es sencilla, pero lo primero es que haya decisión política sin falsos dogmatismos, pero sí con un plan que contemple:

1)      Emitir señales de razonabilidad y credibilidad, con un rápido reordenamiento del Indec y una reformulación del IPC.

2)      Una reforma tributaria integral contemplando abarcar a sectores exentos como la renta financiera, al juego,  la minería y demás sectores que hoy son privilegiados.

3)      Una ingeniería a la hora de administrar el gasto, eficientizándolo y dándole un tinte más progresista en materia de subsidios.

4)      El lanzamiento de una banca de desarrollo al estilo BNDES, con fondos originados en organismos regionales para proyectos de infraestructura, en particular, del sector eléctrico y en proyectos de inversión orientados a la sustitución de importaciones.

5)     Un objetivo de inflación decreciente (para los próximos cuatro años) y explícito, de modo de poder monitorearlo permanente.

6)      La política monetaria deberá ser consistente con el programa global.

7)      Acuerdos salariales bianuales en línea con los objetivos preestablecidos.

8)      El control de los mercados debe estar claramente definido y no quedar atrapado en el falso dilema de libertad absoluta de mercado o en infantiles controles de precios. Debe alcanzarse un equilibrio tal que permita al Estado ejercer un rol regulador de las actividades monopólicas u oligopólicas, a partir de organismos serios con participación del consumidor.

9)      Finalmente, tener como objetivo la liberalización del tipo de cambio de modo de no persistir en la distorsión que significa disponer de incertidumbre cambiaria, lo cual solo contribuye a darle mayor inestabilidad al conjunto del modelo macroeconómico.

10)  Para salir del cepo, es necesario cumplimentar los puntos mencionados anteriormente e ir recuperando superávit fiscal para evitar la emisión monetaria para la compra de reservas o financiamiento del sector público. Una vez conseguidos dichos objetivos, será necesario reforzar la tenencia de reservas en el BCRA a través de una línea especial que pueda brindar el BIS o algún organismo regional.