Por: Alejandro Banzas
Algunos economistas centran el problema inflacionario solamente como un problema monetario, es decir, que con sólo contraer la base monetaria se soluciona el creciente nivel de precios. Repasemos algunos números que nos permitirá analizar desde la perspectiva monetaria, que sucedió en la última década en materia de emisión monetaria, en la actividad económica y en el tema precios en particular.
Si uno observa el comportamiento de la Base Monetaria desde el año 2004 a la fecha, resulta determinante destacar que los años de mayor emisión monetaria han sido el 2006 (+1035,5% si lector no hay error en las cifras) y el 2010 (195%) para luego ingresar en una tendencia descendente hasta llegar al año 2012, con una expansión del 35,1% respecto al año anterior.
Lo primero que uno debe examinar son los factores de explicación del comportamiento de la Base Monetaria, es decir, lo que llevó a la misma a emitir o contraer demasiados pesos. En aquel año 2006, la fuerte expansión de la emisión monetaria, obedeció a la compra de dólares con casi 14.000 millones –récord en la última década- de los cuales 11.876 fueron con destino al pago de la deuda externa, unos 9.000 se usaron para la cancelación al Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, semejante expansión del peso no dio lugar a un crecimiento desproporcionado del nivel de precios el cual cerró en un 9,8%, a pesar de que comenzaba a vislumbrarse algún ruido menor, la misma había sido motorizada por los rubros de educación, servicios y comidas fuera del hogar (típico de la recuperación salarial de la clase media).
¿Por qué sucedió esto y no se produjo un desborde de precios, tal como indican las recetas monetaristas? En primer lugar debido a que la sobreabundancia de dólares en la economía era un fenómeno sustancial en el marco de un superávit creciente del sector público, que incluso jugaba como factor de contracción de la base monetaria y a su vez el rol del sistema financiero y la política monetaria que también hacían lo suyo, con una tasa de interés de las Lebac del 12%, en promedio por encima de la inflación. En efecto, la esterilización del sector financiero a través de letras del BCRA contribuyó con casi el 50% del monto finalmente expandido (unos $25.300 millones).
El año 2009, fue el punto de inflexión en materia de crecimiento, y en consecuencia, comenzó a perderse el superávit fiscal, al tiempo que se convirtió años después (2011 y 2012) en la principal fuente de expansión de la Base Monetaria por encima de la compra de divisas. A pesar de este comportamiento, la economía transitó una fuerte fuga de capitales que se tradujo en una menor oferta de dólares, como consecuencia de la pérdida de valor en términos reales de la divisa, como resultado de la combinación simultánea entre mayor tasa de inflación y escasa corrección del tipo de cambio. Al año siguiente, 2010, el BCRA esterilizó por más de 25.000 millones de pesos y no alcanzó a morigerar la suba de la expansión monetaria que experimentó una suba del 195% respecto al año anterior, producto de la compra de dólares por parte del BCRA. Aquí sí ya la inflación había trepado a valores cercanos al 22%.
En el año 2011, se desató el trilema que llevó al gobierno al cepo cambiario. En efecto, el gobierno no quería devaluar, ni aumentar la tasa de interés, ni ceder tasa de crecimiento, y se produjo una salida de dólares muy por encima de lo esperado. Esto, si bien no derivó en una expansión desmedida de la Base Monetaria, sí produjo una fuerte expansión del gasto público para evitar la caída del nivel de actividad, consolidando un déficit fiscal creciente, que fue apuntalado con los aportes desde el BCRA.
Finalmente, la no convalidación de parte del BCRA de una tasa de interés más alta, resultó determinante, ya que el sector financiero no fue la malla de contención de la emisión fuerte de pesos en la economía. De todos modos, y en el marco de un año electoral, la economía creció en el 2011 un 8,9% convirtiéndose en el sprint final del modelo, que necesitaba y aún lo está, una combinación urgente de medidas que tiendan a un ataque al déficit fiscal, a través de una reforma mucho más profunda por el lado de los ingresos y no simplemente del gasto. Además, debe aprovechar para hacer sintonía fina de su política monetaria, que acompañe con una mayor esterilización de parte del sector financiero, y consolidar escenarios que apunten a una mayor inversión externa, que produzca una reversión en la tendencia a la fuga de capitales.
El desdoblamiento cambiario, se convierte en los hechos en un callejón de dudosa salida, deberá poner el énfasis en resolver las cuestiones estructurales que han debilitado el modelo, de modo de poder salir por afuera de este momento, disminuyendo la inflación a través de un conjunto de medidas más serias que aplicar, como algunos economistas sugieren, una receta monetarista ortodoxa, que a decir verdad no explica los costos en términos de actividad y empleo y solo se convierte en un cambio de paradigma que es pasar de un modelo productivista a uno rentístico. No es casual que quienes lo proponen han siempre estado más cerca de la banca que de la actividad real de la economía y no alcanzan a entender que establecer un nuevo equilibrio macro deberá hacerse con medidas graduales y no con políticas de shock que ya han fracasado. Con reducción del déficit fiscal, abundancia de dólares y mayor protagonismo del sector financiero se podría alcanzar una reducción del nivel de precios sin caer en estrategias monetaristas que solo esconden el propósito de volver a reeditar las políticas de los años noventa basadas en precios bajos, endeudamiento alto y apertura comercial y financiera que trajo a nuestra economía la friolera estadística de un 24% de desocupación.