¿Existe el núcleo duro K?

La oposición, el kirchnerismo, los encuestadores, los periodistas, los analistas políticos y todo aquel que se precie de estar inmerso en el mundillo de la política argentina tiene al menos una idea formada –que no significa que sea compartida- de lo que es el kirchnerismo de paladar negro. Lo que habitualmente se discute es cuál es ese porcentaje de ciudadanos que apoyan de manera acrítica al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Para los analistas de opinión más renombrados esto puede variar entre un 20 % y un 30% del electorado. Sin embargo, y ante la imposibilidad de la Presidente de presentarse a un tercer mandato, lo interesante es ver lo que puede suceder con el traspaso de esa masa de apoyo, con la que supuestamente cuenta ella, a los candidatos que finalmente proponga el Frente para la Victoria en las elecciones generales.

Son varios los dirigentes del oficialismo que pugnan por el favoritismo de Cristina Kirchner y así poder hacerse de una base de sustentación que les permita alcanzar el poder y luego gobernar (política agonal y política arquitectónica). Sin embargo, ni Julián Domínguez, ni Sergio Urribarri, ni Aníbal Fernández, ni Agustín Rossi, ni Jorge Taiana y ni siquiera Florencio Randazzo tienen posibilidad alguna de ganarle a Daniel Scioli una interna tal como están legisladas las PASO. Continuar leyendo

El laberinto de la sucesión

En ocasiones, la salud de la presidente Cristina Kirchner, como la de cualquiera de nosotros, puede privarla de algunas de las funciones que más disfruta realizar. Así sucedió por ejemplo cuando tuvo que enviar a su vicepresidente a encabezar el acto por la independencia el pasado 9 de Julio. Los discursos ante un público de adeptos incondicionales es quizá una de las actividades donde más se la ve gozar. De lo que no se privó en aquel acto es de otra función esencial al cargo y que también parece saborear: hacer valer su autoridad. Así fue que decidió, pese a la oposición silenciosa de la mayoría de los ministros y gobernadores presentes en el acto, poner al frente a al procesado vicepresidente Amado Boudou. Por si a alguien, dentro y fuera del oficialismo, le quedaban todavía dudas, Cristina Kirchner decidió sostener a viento y marea a su vicepresidente, al menos por el momento.

Quienes escapan como pueden de la cercanía del cuestionadísimo vice son aquellos funcionarios o ministros con ambiciones de suceder a su jefa en el máximo cargo. Tal es el caso del ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, quien le dedicó un frío saludo a Boudou y logró evitar el abrazo del oso que su enemigo en el gobierno le tenía preparado. El ministro no se privó de dejar a su paso una frase que sonó lapidaria; declaró a una radio de la provincia de Córdoba que saludó a Boudou porque su padre le enseñó que no se le niega el saludo a nadie. En una carrera alocada contra el tiempo, Randazzo tiene la difícil misión de mostrarse como un eficiente gestor a la vez que intenta ganar la confianza de mayorías que están desencantadas con la administración actual. Su lucha es contra la herencia que le deja su propio gobierno en un área donde ha concentrado la mayor parte de sus errores: los desaguisados cometidos por el ministro Julio De Vido -sostenido y apañado por Néstor y Cristina Kirchner- durante 10 años son su principal escollo.

En una posición similar en algún sentido se encuentra Daniel Scioli, quien pretende mostrarse confiable dentro y fuera del kirchnerismo; una tarea que sólo una personalidad como la suya puede permitirse intentar. El gobernador va incansablemente en busca del apoyo de sus pares provinciales que hoy están con Cristina y tiene posibilidades de lograr su favor en caso de que lo intuyan con fuerza electoral como para competir con Sergio Massa. Cuanto más complicado vea el camino a la sucesión, más es lo que les va a prometer. Desde cargos en el futuro gabinete hasta la constitución de un poder prácticamente colegiado, el mandatario bonaerense no ahorrará esfuerzos para alzarse con la presidencia, lo cual puede también condicionarlo fuertemente en un futuro gobierno. Sin embargo, él sabe que el apoyo de estos líderes provinciales es absolutamente interesado y por eso su principal sostén lo tiene en sus colaboradores más cercanos y su círculo íntimo, el cual incluye a varios familiares directos como su esposa Karina Rabollini y sus hermanos José y Nicolás Scioli.

Otra de las apuestas del kirchnerismo para la sucesión, en este caso de su núcleo más duro, es el ministro de Economía Axel Kicillof. Apoyado en un firme intento de los medios amigos de convertirlo en una especie de hormiga atómica en su lucha contra el mal (los fondos buitres en este caso) y mediante una feroz carrera por sumar millas a su plan de viajero frecuente, el ministro desarrolla la doble tarea de negociar mientras critica, de teorizar mientras utiliza las armas de la pura práctica política, de apelar a la historia económica mientras se concentra en el más furioso presente.

Debajo de los ministros de Economía y del Interior, aparecen en lo que sería un tercer pelotón (teniendo en cuenta posibilidades electorales): el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, y el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri. El primero trata de asentarse en su buena relación con miembros de la oposición y en su llegada a la Santa Sede. Urribarri trata de posicionarse desde el encolumnamiento más absoluto al liderazgo de Cristina Kirchner, reconociendo y fomentando incluso esa continuidad por encima de quien sea electo presidente, proponiendo así una devaluada reedición del viejo eslogan “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. También el ministro Agustín Rossi intenta combinar sus labores de gestión en la cartera de Defensa con sus recorridas de campaña.

Por lo visto, todas las opciones que tiene Cristina en su espacio político para sucederla tienen una cuota importante de contraindicaciones. Ante este panorama toma mayor fuerza la teoría de aquellos que sostienen que la presidente apuesta a que la suceda alguien por fuera del peronismo. Tal vez conservando su núcleo duro de incondicionales, manteniendo sus posiciones en la burocracia estatal y replegándose a la labor de oposición pueda en algún momento volver al centro de la escena. Con toda sinceridad, y a riesgo de desilusionar a los más fervorosos militantes, da la sensación que el kirchnerismo es un ciclo terminado.

Un frente rupturista pero frágil

El Frente Amplio UNEN (FAUNEN) hizo su anunciada y preparada irrupción al escenario político la pasada semana y, si bien no cambió la fotografía actual, modificó el panorama a futuro al tiempo que focalizó la agenda sobre su lanzamiento, lo cual no es poco en un espacio simbólico que tiempo atrás solía monopolizar el gobierno. Lo llamativo es que siendo una noticia positiva para el mercado electoral y político argentino también aparece con un destino muy probable de desmembramiento o, al menos, de reestructuración. Lejos de la chicana política fogoneada y difundida desde todos los medios de comunicación comprados o cooptados (y financiados) por el kirchnerismo que señalan las deficiencias de origen de esta coalición y hacen una maliciosa comparación con la fallida Alianza, lo que se descuenta es que la discusión acerca de la incorporación o no del PRO de Mauricio Macri va a generar una tensión que difícilmente puedan tolerar y mucho menos resolver sin que esto les produzca bajas entre sus filas.

Si bien la explicación de tal tensión pasará por la discusión acerca de cuál es el límite para la conformación de esta coalición, en realidad se trata fundamentalmente de quienes tengan o no una vocación real de poder. En este sentido, y a contramano de los puristas del espacio, las figuras más prominentes son más proclives al acuerdo aunque por ahora no hayan exteriorizado esta preferencia. Ernesto Sanz, Oscar Aguad, Julio Cobos, entre otros importantes dirigentes, tienen decidida la incorporación del PRO a la coalición y esperarán el momento oportuno para hacerlo. En ellos podríamos decir que prima, en términos de Max Webber, la ética de la responsabilidad. Más reacios son los dirigentes más ideologizados, y de menor peso político del espacio, como Pino Solanas, Victoria Donda, Héctor Tumini y Margarita Stolbizer. Ellos se inclinan más por reafirmar sus convicciones (ética de la convicción), aunque esto les implique no poder acceder al control del ejecutivo. Tal vez, gobernar no sea algo que les quite el sueño mientras puedan mantener desde el Poder Legislativo cierto grado de influencia (menor por cierto) o al menos de expresión. Con dudas hay dirigentes de menor relevancia como Ricardo Alfonsín y también hay un presidenciable como Hermes Binner.

Siguiendo con quienes firmemente se oponen al acuerdo con el PRO, incluso aquellos que como Stolbizer reconocen la valía de la fuerza de Mauricio Macri, a la cual reconocen como un partido moderno y democrático, el argumento principal que esgrimen es que el FAUNEN conforma una fuerza de centro-izquierda progresista muy distinta a lo que es el PRO, espacio de centro-derecha liberal-conservadora (valga la contradicción). Según este sector, con una valiosa dosis de sinceridad, no puede haber con el partido que gobierna la Ciudad ninguna coincidencia en cuanto al diagnóstico ni en cuanto a las políticas a aplicar. Tal vez no se hayan percatado que dentro de su espacio hay también este tipo de diferencias. Para poner solo un ejemplo, es claro que en la actualidad, las posturas que sostiene Elisa Carrió son más cercanas a las de Mauricio Macri que a las de Victoria Donda. Desde el sector del FAUnen que es permeable a la incorporación de Macri, el principal argumento pasa por poder conformar una coalición de poder que sea realmente una alternativa al peronismo.

Una buena figura utilizó el escritor Jorge Asis para describir el natural ensamblaje que representaría la unión de estos dos sectores. Según “el turco”, la UCR (miembro estructural del FAUNEN) es un esqueleto sin candidato mientras que Mauricio Macri es un candidato sin esqueleto. En este contexto da la sensación que cualquier oposición que desde dentro o fuera de ambos sectores se haga por evitar la convergencia está destinada a fracasar; más aún cuando Macri decidió “desperonizar” al PRO por más que les pese a dirigentes como Diego Santilli y Cristian Ritondo.

El viejo sueño europeísta de Néstor Kirchner donde dos fuerzas, una de centro izquierda y otra de centro derecha, se disputan y alternan en el poder es hoy una quimera. Siguiendo la tipología de partidos políticos creada por el politólogo italiano Giovanni Sartori, quizá la más adecuada para analizar el sistema de partidos imperante en la mayoría de los países de América Latina, podemos colocar nuestro sistema dentro de lo que él llamó “de partido predominante”, donde este es sin dudas el peronismo. Con dos candidatos fuertes en ese espacio como Daniel Scioli y Sergio Massa, más el kirchnerismo residual que definirá a futuro el candidato sobre el que finalmente se incline, conforman al menos el 50% de votantes. Teniendo en cuenta esta situación, hay dos análisis, ambos equivocados, que han hecho algunos dirigentes políticos. Margarita Stolbizer ha dicho que el FAUNEN compite desde la centro-izquierda contra la opción del PRO, que es centro derecha; olvidándose tan solo al peronismo. Por su parte, el precandidato del Frente para la Victoria, cuya obsecuencia es inversamente proporcional a sus posibilidades de triunfo, léase Sergio Urribarri, retomó la idea bipartidista de Kirchner antes mencionada pero ubicando al Frente para la Victoria como la fuerza de centro izquierda y a FAUNEN como la de centro-derecha, por lo cual ni vale la pena tomar seriamente esta afirmación.

Es probable también, aunque sea una estrategia ciertamente arriesgada, que ambos sectores acuerden, exteriorizando la decisión o no, apoyar a quien entre en la segunda vuelta. Esta opción puede dejarlos sin nada en unos comicios que, a priori, aparecen con una gran atomización electoral. Por lo tanto, y si la política entra dentro de aquellos campos donde la racionalidad impera, el acuerdo FAUNEN-Pro es un hecho que sólo requiere formalización.