En 1993 se había empezado a trabajar –desde el espacio de los derechos humanos- en la transformación del Servicio Militar Obligatorio (SMO). Se pensaba en un servicio civil que aportara a la integración social y cultural mediante acciones organizadas de servicio a la comunidad. Conocíamos los estudios de Eduardo Pimentel y su ONG FOSMO (Frente Opositor al SMO), pioneros en la temática.
Una profesional de la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos) nos estaba dando una mano con el borrador del proyecto. Pero no lográbamos encontrar una fórmula sustentable de organización: ¿qué área se haría cargo de la convocatoria a los nuevos empadronados? ¿cómo y quiénes y dónde se organizaría a los ingresantes? ¿cuáles los ejes de la capacitación? ¿y cómo conducir o coordinar los servicios sociales a prestarle a la comunidad? ¿qué papel se le asignaría a las FFAA para que no se opusieran al proyecto? Lo único cierto y consensuado era que el SMO no daba para más y que después del desastre de Malvinas, debía liquidarse o sustituirse por otro con un sentido de Patria que no pase por las armas bélicas. El Presidente Menem avalaba esa iniciativa.
En eso estábamos cuando ocurrió el caso Omar Carrasco que precipitó los hechos.
Esa muerte fue la gota que colmó un vaso ya rebosante de cuestionamientos a las FFAA. Estaba maduro el fruto amargo del autoritarismo militar, y la sociedad preparada para el cambio. Nuestros borradores y sus interrogantes quedaron –justamente- archivados.
Sorprende que haya quienes imaginan retroceder veinte años. Quizás sueñen con recorrer un camino inverso, y así, a partir de una resurrección de la colimba, también resucitar la cultura de la subordinación, uniformidad y castigos corporales.
Al mismo tiempo es una simpleza creer que la muerte de Carrasco fue la que cambió la Historia. Había un contexto proclive. Es erróneo descontextualizar ese hecho de su clima de época, porque niega la acumulación continua en la conciencia política y cultural de una sociedad que va construyéndose a sí misma. Atribuir la derogación de la “colimba” a un solo acontecimiento no se hace sólo para ningunear al gobierno de entonces sino también a todo el movimiento de DDHH que desde hace décadas y aún con sus propias contradicciones, construye día a día las condiciones para que en cada etapa se supere la anterior.
El proyecto de sustituir el Servicio Militar por otro Social fracasó en ese momento, pero hoy hay un contexto proclive que permitiría sumar voluntades. El país no necesita militares sino docentes que entrenen en conocimientos, responsabilidades y derechos a los jóvenes para servir a la Patria en tareas comunitarias junto a los que más necesitan.
Las preguntas que quedaron archivadas, hoy quizás podrían encontrar sus respuestas.