La entrevista del presidente argentino con el primer ministro británico en Davos fue una buena cosa, síntoma del retorno a la correcta política ya aplicada con anterioridad: continuar reclamando soberanía, pero sin que eso perjudique las buenas relaciones, las inversiones, el comercio y, a su debido tiempo, la posibilidad de emprendimientos conjuntos. Eso ya se hizo y muchos —hoy mudos— lo combatieron ferozmente, pero ya es consenso nacional.
Después de 1982, la recuperación de las Malvinas se tornó aún más difícil, hundió a la opinión pública argentina en una suerte de paralizante sopor peligrosamente cercano a la resignación. El kirchnerismo convirtió al reclamo en una cabalgata demagógica sin posibilidades, ni verdadera voluntad, de aportar a alguna solución concreta. Tantas veces convocados a sonoras cruzadas reivindicatorias, muchos argentinos tienden a ilusionarse cada vez que se consigue alguna entrevista —aunque sea de un cuarto de hora— con algún gobernante británico, suponiendo que de allí surgirá la solución. El camino será inverso, esa entrevista triunfal va a ocurrir dentro de muchos años, cuando volvamos a ser un país importante al que Gran Bretaña no pueda seguir ignorando. Y van a tener que otorgarnos más de quince minutos.
Mientras tanto, por varias décadas, debemos dejar de esperanzarnos demasiado en tratativas finalmente fugaces, para concentrarnos no en lo que pasa afuera, sino adentro de la Argentina, entre nosotros. Continuar leyendo