Lo que ha sucedido con el Papa es muy importante, muy propio de todo Vicario de Cristo en la Tierra: que donde haya conflicto se lo reemplace por el diálogo. Es lo que Francisco está haciendo entre Cuba y Estados Unidos. Lo que hizo en Bolivia por su salida al mar. Y es lo que, entre Chile y nosotros, tan eficazmente se hizo a través del recordado cardenal Samoré. Cualquiera que no entienda algo tan básico lo único que hace es evidenciar que no quiere el diálogo.
Lo que llega hoy desde Francisco es exactamente lo que hemos propuesto los argentinos desde 1833, cuando las islas fueron usurpadas. Y es lo mismo que en 1965 resolvió la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y es lo mismo que, todos los años, sin faltar uno solo, se invita en el Comité de Descolonización de la ONU: “la solución pacífica y negociada de la controversia sobre soberanía. “
Como dijo la Presidente en las propias Naciones Unidas, reiterando lo dicho siempre por todos los gobernantes argentinos: no estamos reclamando que nos devuelvan las islas así, de golpe, sin diálogo, estamos pidiendo simplemente que se sienten a negociar, a comparar los derechos de cada uno y llegar a un acuerdo definitivo.
En este conflicto la posición argentina ha sido la más sensata desde siempre, y lo estamos llevando con tanto éxito en el mundo que hasta el Sumo Pontífice del Vaticano, que hasta ahora nunca se había pronunciado, aparece a favor del pedido de diálogo; no de soberanía, porque en eso el Vaticano no puede opinar, pero sí de la necesidad de conversaciones que no se producen a causa de la negativa británica.
Torpe la reacción isleña a través de Twitter de amonestar a Francisco: “Esperando una disculpa, en nuestra población de 3.000 habitantes hay muchos católicos a quienes has defraudado”. Enfoque equivocado y para ellos muy inconveniente: si lo que vale es el número de católicos, de este lado podríamos invocar como cuarenta millones.
Interesante la reacción, ya de antes conocida, del Foreign Office ante cualquier intervención de un Papa: “considera la cuestión de las islas Falkland como bilateral entre naciones soberanas y que (el Papa) no tiene un rol para jugar (en la disputa). No esperamos que esa posición cambie,” cuando hasta no hace mucho procuraban saltear la bilateralidad incluyendo a los isleños como tercera parte.
La Santa Sede es el vínculo diplomático más antiguo de Londres, ambos Estados cuentan con cancillerías de la más alta calidad mundial y el Foreign Office seguramente no confunde a un Papa apoyando al diálogo como si se estuviera pronunciando a favor de la soberanía argentina. Son astutos, no tontos: la figura de Francisco no aparece sino sumándose a los pronunciamientos de las Naciones Unidas y de la entera Latinoamérica, ante los cuales la Corona nunca pudo ofrecer una respuesta basada en un derecho de veras sostenible. Saben muy bien que solo pueden conservar a las Islas por la fuerza y por su diferente peso en el mundo.
Pero paso a paso los derechos están superando a la fuerza en el sistema internacional y tarde o temprano, seguramente en este siglo, esas negociaciones entre el Reino Unido y la Argentina van a tener que reanudarse con un final que no puede ser otro que el de hacer más lugar a los derechos que a la fuerza. Los derechos de ambas partes y la fuerza de ninguna.
Ese momento llegará más rápido si la Argentina se decide a crecer, a ser más importante en el mundo y adquirir un peso que nadie pueda ignorar, incluyendo a Gran Bretaña. Algún día los británicos y sus gobernantes aceptarán que, en el sistema internacional que ellos mismos tan brillantemente ayudaron a construir, un justo reclamo merece la oportunidad de sentarse a la misma mesa y discutir hasta entendernos.
Inesperadamente, las reacciones en Argentina han sido sobrias y ni el oficialismo ni la oposición han procurado “apoderarse” de esta actitud del Papa, en la quizá incipiente iniciación de un camino en el que el tema de Malvinas deje de ser motivo de disputas entre nosotros, a ver si conseguimos unificar nuestras posiciones. El futuro es por ahí.
Durante ciento treinta y dos años lidiamos con sordos en Londres y con sorderas entre argentinos. La ventaja va a ser para el primero que se siente a escuchar al otro. Los mensajes de Francisco, de las Naciones Unidas y de los principios de la civilización que tanto compartimos con los ingleses señalan un único camino. Con el error de 1982 perjudicamos enormemente nuestras posibilidades. Toca ahora construir un peso en el mundo que no permita esquivar nuestro reclamo.
Lo que ha hecho Francisco no estimula solo a una invitación a los ingleses para que dialoguen con los argentinos, como invitó a los norteamericanos a que dialoguen con Cuba. También convoca a todos los argentinos para que dialoguemos entre nosotros y comencemos a generar una política de Estado sobre Malvinas, que trascienda al próximo gobierno y a varios gobiernos subsiguientes. La solución va a llegar más rápido si los argentinos mostramos por mucho tiempo una misma política de Malvinas aunque cambien los presidentes. No queda otra.