Lo que el mundo se juega en las elecciones norteamericanas

Robert W. Merry, editor en The National Interest y notable escritor de temas históricos, afirma que el enfrentamiento entre Donald Trump y Hillary Clinton es, en realidad, una batalla entre el nacionalismo y el globalismo. Me parece un buen resumen, pero vale la pena ahondar en el tema.

En Estados Unidos siempre han coexistido la tentación de aislarse de los conflictos internacionales, prescrito por el famoso discurso de despedida de George Washington, y la propuesta alterna de Thomas Jefferson de concebir el “Empire of Liberty” como destino natural de un país que debía dedicar sus mejores esfuerzos a la expansión de la democracia y la protección de los desvalidos más allá de sus fronteras.

No debe olvidarse que durante las dos guerras mundiales, de acuerdo con las encuestas de la época, el porcentaje de los norteamericanos decididos a participar en los conflictos era menor que el de los pacifistas, hasta que las acciones bélicas de Alemania, en la Primera, y de Japón, en la Segunda, precipitaron la ruptura de las hostilidades. Continuar leyendo

El último WASP

Es difícil detener a Donald Trump. Se le ha escapado al pelotón de aspirantes republicanos a la Casa Blanca. La convención final será en julio. Aunque el establishment republicano se oponga con muy buenas razones, Trump llegará a los 1.237 delegados que le exige el reglamento, o con una cifra tan cercana que hace casi imposible sustituirlo por otro candidato sin dividir profundamente al viejo partido cofundado por Abraham Lincoln.

Para entender el fenómeno Trump hay que releer el libro de Samuel P. Huntington, Who are we? The Challenges to America’s National Identity (2004). Algo así como “¿Quiénes somos nosotros? Los retos a la identidad nacional de Estados Unidos”. Huntington (1927-2008) fue un sabio profesor de Harvard y uno de los mejores pensadores norteamericanos de las últimas décadas. Tuve el honor de colaborar con él y Larry Harrison en Culture Matters, uno de sus últimos libros.

La tesis central de Who are we? es que Estados Unidos es una expresión de los protestantes reformistas ingleses que colonizaron al país y le imprimieron su sesgo civilizador. Aquellos fundadores no eran inmigrantes que llegaban a incorporarse a un mundo establecido. Fueron los creadores de una sociedad nueva, parcialmente diferente a la que habían dejado en Europa. Continuar leyendo

Los machos Alfa también pierden

Sigue el alzamiento contra el Macho Alfa. Tras los resultados del sábado arreciará la rebelión. Han tocado a degüello. Primero fue la carta pública firmada por 94 expertos en relaciones internacionales de tendencia republicana. Advertían que Donald Trump era un peligro para Estados Unidos y para el mundo. El extraño revoltijo de cabellos que coronaba su cabeza reflejaba el desordenado caos que existía dentro de su cráneo. Tenía pocas ideas, pero todas eran rematadamente malas y peligrosas.

Luego siguió la declaración pública de Mitt Romney. Fue directo y corrosivo. Le llamó tramposo y, con otras palabras, explicó que semejante sujeto no podía representar al partido de Abraham Lincoln, especialmente tras el entusiasta apoyo que recibiera del KKK.

La noche del jueves 3 de marzo se extendió la rebelión. Ocurrió en un debate organizado por la cadena Fox. Los senadores Marco Rubio y Ted Cruz armaron una eficaz operación de pinzas contra quien, hasta ahora, encabeza el pelotón de aspirantes republicanos a la Casa Blanca. John R. Kasich, gobernador de Ohio, se mantuvo al margen del combate. Desempeñaba el papel del estadista interesado en discutir los grandes temas y no las cuestiones personales. Continuar leyendo

El lider light, el caudillo malo y el profeta enardecido

El 1 de marzo será el Super martes. Doce estados norteamericanos realizarán sus primarias en una atmósfera de suspense que tiene mucho de pasión irracional. Será un “duelo al sol”, pero a tres pistolas, como se vio en el debate de la noche del jueves, ganado claramente por Marco Rubio en el O.K. Corral de CNN y Telemundo. Quien salga victorioso el Super martes poseerá una altísima probabilidad de ser el candidato de su partido.

En los años sesentas, Sergio Leone, director de cine italiano, llevó a la cumbre el spaghetti western con una trilogía de películas que, de paso, dieron a conocer a Clint Eastwood. Uno de aquellos filmes, el más famoso, se conoció comoEl bueno, el malo y el feo.

Marco Rubio es el bueno. Tiene una cara juvenil de muchacho bondadoso que lleva la abuela a la terapia los sábados por la mañana. Es un líder light. Alguien que es seguido por un tipo de adhesión en la que no entra la fe incondicional. Es gentil y risueño. Tiene en su haber una hermosa familia y una impresionante cadena de triunfos políticos, pero lo acusan de ser un peso ligero. Probablemente lo sea, aunque sospecho que ese rasgo no es un problema serio. Lamentablemente, la mayor parte de los políticos son pesos ligeros. También lo acusan de hablar español y ser bicultural (como a Mitt Romney le imputaban hablar francés, como si ese raro conocimiento en un país monolingüe fuera un oscuro delito).

Lo verdaderamente grave en Rubio es su falta de empatía con la tragedia de los indocumentados, y muy especialmente la de los jóvenes dreamers. Para alguien que ha convertido en un ritornello la idea del “sueño americano”, esa dureza, real o impostada, contra jóvenes traídos por sus padres a Estados Unidos cuando eran unos niños, personas que son cultural, emocional e intelectualmente norteamericanas, aunque no lo sean legalmente, es una penosa contradicción. Si realmente lo cree, tiene muy poco corazón. Si lo dice para contentar a la derecha republicana, tiene muy poca espina dorsal.

Donald Trump es el malo. Le encanta serlo. Es un bully y por eso mucha gente lo sigue. Los bullies arrastran a cierto tipo de ciudadanos. Mussolini o Hitler eran bullies. Trump no es un líder, sino un caudillo. A los caudillos se les obedece incondicionalmente porque Dios te libre de no hacerlo. Su gesticulación es la de una persona siempre colérica a punto de propinarte una bofetada o de ordenarles a los guardaespaldas que te den una paliza. Pone cara de malo, eleva el mentón, cierra los ojitos y saca el pecho porque le gusta intimidar. Su castigo comienza con los gestos. Se convirtió en una celebridad cesanteando ejecutivos en un programa de televisión llamado “El Aprendiz” (The Apprentice). Su inconfundible consigna de batalla era gritarle al concursante: ¡you’re fired!

Trump es un populista de derechas. Es autoritario, nacionalista, y proteccionista, como todos ellos. Hay mucho de racismo en su ideología. Algunos de sus partidarios difunden una vergonzosa consigna supremacista: “vote por Trump, no por los dos cubanos”. Los “cubanos” son Rubio y Cruz, dos estadounidenses hijos de cubanos. Por la misma regla racista se podría decir “no vote por el alemán Trump”, pero sería igualmente injusto. Trump desciende de alemanes, pero es tan gringo como el pie de manzana.

Para Trump, el esplendor norteamericano se consigue por medio de opacar el de los mexicanos, japoneses, chinos y surcoreanos. Si lo dejan, hará una enorme muralla en la frontera sur. Está decidido a que la paguen los mexicanos, incluso Vicente Fox, que se niega vehementemente. Quiere exportar a manos llenas, pero impedir las importaciones porque no cree en la libre elección de los consumidores. En su hipotético gobierno todo el que lo contradiga será castigado al grito de you’re fired! Si pudiera, los fusilaba al amanecer. Menos mal que no puede.

Ted Cruz es el feo. Es un hombre inteligente lleno de certezas. Esa combinación entre un IQ muy alto y unas convicciones muy firmes suele transformarse en una repelente inflexibilidad. Por eso es el feo. No conoce la duda ni le preocupa el ridículo. Puede hablar sin ton ni son durante dos días en el senado para tratar de boicotear inútilmente una legislación. Su personalidad se ha fosilizado en un sistema binario de blancos y negros. No caben los grises. Está seguro de que la Biblia es el libro que contiene todo lo bueno y noble que debe preservarse en el terreno espiritual. Y está seguro, también, de que la Constitución de 1787, con las enmiendas y el Bill of Rights, es la única fuente de las virtudes ciudadanas. Por eso puede ser durísimo con los pobres inmigrantes. Estos tipos han mentido. Es verdad que lo han hecho para sobrevivir, pero han mentido. Han pecado. Han violado las leyes. Viven escondidos. Las mujeres pro-choice y los matrimonios gays se quemarán para siempre en el infierno. Cruz no conoce la compasión, sino las reglas. Hay que castigarlos y extirparlos del país. No es un líder light, como Rubio, ni un caudillo, como Trump. Es un enardecido profeta, como Jeremías, que se inspira todos los días en el Libro de las lamentaciones.

¿Quién ganará el martes? ¿El líder light, el caudillo malo o el profeta enardecido? Según las encuestas, Donal Trump, el caudillo bully, malo como un forúnculo en la abertura del recto, encabeza el pelotón. Mala cosa. Como diría Ted Cruz: “Dios nos coja confesados”. Ya se sabe que no es el fin del combate electoral, pero es una batalla muy importante

Trump, Sanders y el fin del excepcionalismo norteamericano

Será como Godzilla contra King Kong. Lo que hace unos meses parecía imposible, hoy tiene algunas probabilidades de ocurrir: que acaben enfrentándose Donald Trump y Bernie Sanders en una batalla electoral por la Casa Blanca.

Pudiera ser. La composición política de Estados Unidos cada día que pasa se asemeja más a Europa. Donald Trump recuerda a Jean-Marie Le Pen, el político francés cuasifascista fundador del Frente Nacional, partido del que luego resultaría expulsado.

Trump no tiene, como Le Pen, una densa biografía política y militar, sino una larga y fundamentalmente exitosa experiencia como empresario, pero coinciden en la visión nacionalista, el rechazo a los inmigrantes y el culto por la intimidación del adversario. Son, como en los boleros, dos almas gemelas.

Cuentan, además, con las mismas fuentes de admiración. Los partidarios de Trump y de Le Pen forman parte de cierta clase trabajadora de rompe y rasga, poco educada, que disfruta del lenguaje directo y sin filtro, capaz de llamarle pan al pan, y a la vagina o al pene cualquier grosería que se les ocurra.

Bernie Sanders, por otra parte, no es un déspota comunista que llegaría al poder para crear una dictadura. Es otra cosa. No es Stalin ni Fidel Castro. “Que no panda el cúnico”, como decía el Chapulín Colorado. Es una especie de Olaf Palme nacido en Brooklyn. Declara ser un socialista. ¿Qué significa esa palabra en su caso?

Es un redistribucionista, un populista que subirá notablemente los impuestos federales para dedicar los fondos a “obra social”, convencido de que las necesidades de ciertas personas deben ser convertidas en obligaciones de todas las personas, sin advertir que esa traslación de la responsabilidad individual suele crispar y confundir al conjunto de la sociedad.

Es una lástima que Sanders, cuando estudió en la Universidad de Chicago, no hubiera acudido a las clases de Gary Becker, entonces profesor de esa institución. Le dieron el Premio Nobel de economía, entre otras razones, por describir los daños imprevistos que se derivaban de las buenas intenciones del welfare.

¿Cuánto aumentaría Sanders los tributos, si consigue (que lo dudo) vencer la resistencia del Congreso? Combinados con los estatales, más otras cargas fiscales, como explicó Josh Barro en The New York Times, y luego matizó Tim Worstall en Forbes, alcanzaría el 73% de los ingresos. Ese porcentaje desborda la Curva de Laffer y, por lo tanto, recaudará mucho menos de lo previsto.

Será un fracaso y acabará empobreciéndolos a todos, como sucedió en Suecia hasta que en 1992-1994 comenzaron a rectificar el Estado de Bienestar. Algo que describe espléndidamente el economista Mauricio Rojas en The rise and fall of the Swedish model, excomunista chileno que vivió en ese país varias décadas, comprendió que se había equivocado, tuvo la decencia y el valor de rectificar, y llegó a ser parlamentario por el Partido Liberal.

En cualquier caso, la presencia de personas como Trump y Sanders en el panorama político de Estados Unidos liquida totalmente la noción del excepcionalismo norteamericano, suscrita por tantos pensadores e ideólogos persuadidos de que el país tiene una responsabilidad moral que cumplir con la humanidad.

Termina la discutida proposición, un tanto mesiánica, de que Estados Unidos es una nación única, la primera república moderna, diferente a las demás, escogida por Dios para servir de modelo y para defender el republicanismo, la libertad, el individualismo, la igualdad y la democracia, para derrotar paladinamente a fascistas, nazis y comunistas, y hoy, para enfrentarse al islamismo asesino del nuevo califato.

Es una lástima. Lincoln al final de su breve Discurso de Gettysburg afirma que “los americanos tienen la tarea de que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la Tierra”. Es otra versión del excepcionalismo. A Ronald Reagan le gustaba jugar con esas ideas y con la metáfora que sigue: el país es “la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte que no se puede esconder”. Se lo atribuyen a Jesús en El Sermón de la Montaña.

Nada de eso. Es una nación como todas. Con sus Trump y sus Sanders. Como todas.

El mejor presidente de Estados Unidos

Espero que el señor Donald Trump no sea el candidato de los republicanos y mucho menos el próximo presidente de Estados Unidos. No sólo por su deplorable manera de enfrentarse al problema de la inmigración. Eso es desagradable y absurdo, pero no lo más grave. Lo peor es que no tiene una psicología presidenciable.

Su personalidad no es compatible con la delicada tarea de dirigir en el siglo XXI una compleja y mastodóntica nación de 320 millones de individuos, enfrentados por intereses y valores contrapuestos, adscritos a todas las etnias, las culturas, las razas y las religiones imaginables, artificialmente vinculados por la adhesión a una Constitución y a unas instituciones comunes.

El señor Trump, qué duda cabe, es un buen negociante, capaz de descubrir oportunidades de ganar dinero, para lo que se requiere una imaginación específica aunada a la voluntad de arriesgarse —lo que también varias veces lo ha precipitado a la bancarrota. Pero esos rasgos no necesariamente lo capacitan para desarrollar una buena labor en la Casa Blanca.

Si el Gobierno de los Estados Unidos fuera una gigantesca empresa de servicios —educación, sanidad, seguridad, transporte, relaciones exteriores, todo— y, en vez de elegir a un presidente por la vía de las urnas, contratara a una firma de cazatalentos para que localizara a un buen CEO o presidente, ¿a quién reclutaría esta hipotética compañía? Continuar leyendo