¿Un “cubano” en la Casa Blanca?

Donald Trump, víctima de un acceso de furia, había decidido no acudir a un debate entre republicanos de la cadena Fox. Ante esa circunstancia, a Chris Matthews, notable periodista de la televisión norteamericana, se le escapó frente a la cámara un comentario racista: “¿quién quiere ver una discusión entre dos cubanos?”. Luego presentó excusas y pidió que lo perdonaran.

Se refería a los senadores Marco Rubio de Florida y Ted Cruz de Texas, dos de los candidatos favoritos, hijos de cubanos. Los padres de Rubio son unos laboriosos inmigrantes de origen humilde, mientras los de Cruz lo forman un matrimonio mixto. Él es un ingeniero cubano convertido en pastor evangélico y ella una estadounidense nacida en Delaware. Cruz ni siquiera habla español.

En efecto, como entonces se dijo mil veces, si hubieran sido dos judíos, dos afroamericanos o dos viejos anglos blancos, Matthews no se hubiese atrevido a decir una cosa así. Tampoco si se hubiera tratado de dos mujeres, dos homosexuales, o dos religiosos. El freno de la “corrección política” habría funcionado de manera automática e instantánea.

En todo caso, el periodista norteamericano mentía. Ni Rubio ni Cruz son cubanos. Son absolutamente norteamericanos. Llevan en su memoria social el equipamiento necesario para asumir de manera auténtica la identidad que el país les otorga a sus habitantes naturales: el conocimiento absoluto de la lengua, el relato histórico, los mitos y leyendas, los cantos infantiles, la literatura y la cultura popular. Todo.

Sólo que tienen algo más. Como buenos nativos del país, asumen “el discurso” de Estados Unidos desde cierta perspectiva e influencias extranjeras. Eso sucede siempre. ¿Cuánto de Irlanda había en la personalidad norteamericana de John F. Kennedy? Los abuelos de Trump nacieron en Alemania (el apellido originalmente era Drumpf) y, aunque no tendría sentido presentar al candidato como un germano-americano, ¿por qué creer que ningún elemento de su naturaleza y comportamiento procede de ese origen por vía del aprendizaje?

A mi juicio, el matiz cubano de los antecedentes familiares de Rubio y Cruz, al margen de la otra gran lengua y cultura del Nuevo Mundo, lo que nunca está de más, les agrega un elemento valioso desde el punto de vista moral y los hace portadores de personalidades complejas, como le sucede a cualquier persona que crece en un ámbito sacudido por una experiencia estremecedora.

Han escuchado en sus casas las trágicas historias de una sociedad devastada por el totalitarismo y el mal gobierno –sus familias han sido víctimas de este modo monstruoso de estabular a la sociedad–, y seguramente le conceden un valor especial a la libertad individual y al rule of law. Aprendieron que donde no se respetan las leyes y las instituciones todos están abocados a la catástrofe en algún momento de la vida.

Supongo que a Bernie Sanders, muy familiarizado con el Holocausto por su condición de judío, le sucede algo similar. Su padre perdió a unos cuantos familiares polacos durante la barbarie nazi. Los asesinaron. Esa oculta cicatriz en el corazón de Sanders seguramente no le sobra si le tocara gobernar.

Él sabe, en carne propia, o en la de sus parientes lejanos, el peligro de la gente dogmática dispuesta a imponer sus prejuicios a sangre y fuego. Ese triste bagaje, como el que se transmite en los hogares de origen cubano, es útil a la hora de ejercer el poder, especialmente hoy que en el Medio Oriente se alarga la sombra criminal del Estado Islámico.

Es curioso que el presidente Obama esté a la búsqueda de su legado. Lo tiene desde el momento mismo en que resultó elegido. No ha sido el mejor presidente, y no hay duda de que ha cometido numerosos errores en la conducción de la política exterior, pero, junto a un desempleo por debajo del 5%, le deja al país el hecho importantísimo de haber roto con la tradición de enviar siempre a la Casa Blanca a varones blancos de origen más o menos “anglo-sajón”. Él fue el primero.

Su elección encajó en la realidad norteamericana actual, mucho más variada y mestiza, en la que no ya no caben los viejos estereotipos. De ahí que en las elecciones generales del próximo noviembre, si la candidatura de Donald Trump es derrotada en el proceso de primarias del partido republicano –algo que muchas personas inteligentes desean ardientemente por el bien del país–, y si se mantiene la tendencia observada en las primarias de Iowa, es probable que se enfrenten un norteamericano de padres cubanos y una mujer o un judío.

La inacabada Guerra Fría

Otra vez miles de cubanos se aprestan a entrar en Estados Unidos. Ya llegaron los primeros. Es una vieja y cansada historia. Lo vienen haciendo masivamente desde 1959, cuando comenzó la dictadura comunista de los hermanos Castro. En esta oportunidad proceden de Costa Rica.

Desde 1966 los cubanos reciben un trato preferencial por parte de las autoridades migratorias norteamericanas. Le llaman la ley de ajuste. Es una de las múltiples excepciones que tiene la compleja legislación norteamericana en materia migratoria. Hay otras. Por ejemplo, otorgarles estatus de protección temporal (TPS, por sus siglas en inglés) a millares de indocumentados radicados en Estados Unidos. Una docena de nacionalidades se benefician de esta medida, concebida para proteger a ciertas personas de los horrores de la violencia o de los desastres naturales que padecen en sus países de origen.

Pero existen diferencias esenciales entre los TPS y la ley de ajuste. La protección temporal debe ser renovada periódicamente y depende de la voluntad de un Congreso voluble. La regla que afecta a los cubanos, en cambio, conduce a la obtención de la residencia oficial transcurrido el año, y a la ciudadanía pasados los cinco. Continuar leyendo

Cuba y las tres preguntas

Los Castro han cumplido 57 eneros en el poder. A estas alturas, la curiosidad general se limita a formular tres preguntas inquietantes: ¿Por qué han durado tanto? ¿Es un fracaso, como dicen sus adversarios, o un éxito, como aseguran los simpatizantes? ¿Qué sucederá después de este larguísimo Gobierno, el más prolongado de la historia de América?

El Gobierno de los Castro ha sido tan duradero porque es una dictadura que no busca el consentimiento de la sociedad, ni se dedica a obedecerla. Por el contrario, sus esfuerzos están permanentemente consagrados a dirigirla y controlarla.

El secreto de esa permanencia es convertir al pueblo en rebaño y estabularlo convenientemente. Para esos fines dispone de un formidable aparato de contrainteligencia cifrado en unas sesenta mil personas y un probado guión represivo. El 0,5% de la población, de acuerdo con la infalible fórmula aprendida de la Stasi alemana, madre y maestra de los servicios cubanos, junto al KGB.

El otro régimen parecido que existe en el planeta, Corea del Norte, es también una dinastía militar y tiene 68 años de vida continua. El padre de ese orquestado hormiguero de gimnastas rítmicos fue Kim Il-Sung. Comenzó en 1948 y murió, mandando, en 1994, no sin antes legar a los museos las sillas en las que había colocado sus egregias nalgas. Luego le han seguido su hijo Kim Jong-il y su nieto Kim Jong-un. Continuar leyendo

Gracias, Dios mío, por el mercado y la libertad

Fue el paroxismo del consumo. La noche del Día de Acción de Gracias (Thanksgiving), el último jueves de noviembre, decenas de miles de norteamericanos durmieron en las puertas de las tiendas para arramblar con todo lo que pudieron en el llamado viernes negro (Black Friday). Luego, siguió la fiesta durante un fin de semana en el que las rebajas de precio y la competencia entre tiendas y marcas incitaban sin tregua el insaciable apetito de los consumidores.

Entre Thanksgiving y las Navidades, los norteamericanos compran el 20% de todo lo que adquieren a lo largo del año. Por otra parte, se sabe que la extraordinaria vitalidad de la economía de Estados Unidos —que este año producirá más de diecisiete billones de dólares (trillions, en inglés)— depende en un 70% de las compras de su sociedad. Cuando ese porcentaje disminuye sustancialmente, el país entra en recesión, aumenta el desempleo y la situación de los más pobres suele agravarse.

Los responsables de ese asombroso milagro económico son los apóstoles del mercado: los emprendedores que lanzan las empresas, los legisladores que las protegen con leyes justas, los tribunales que administran el derecho mercantil, los financieros que procuran los recursos, los capitalistas que arriesgan sus ahorros o parte de ellos, los abogados que le dan forma legal al empeño y lo defienden en los conflictos, los ingenieros que construyen los bienes u organizan los servicios, los comerciantes que los transan, los publicitarios que despiertan el interés de las gentes, los especialistas en marketing, los vendedores, y un sudoroso etcétera de gente febrilmente dedicada día tras día a producir y a innovar para poder competir. Continuar leyendo

El mejor presidente de Estados Unidos

Espero que el señor Donald Trump no sea el candidato de los republicanos y mucho menos el próximo presidente de Estados Unidos. No sólo por su deplorable manera de enfrentarse al problema de la inmigración. Eso es desagradable y absurdo, pero no lo más grave. Lo peor es que no tiene una psicología presidenciable.

Su personalidad no es compatible con la delicada tarea de dirigir en el siglo XXI una compleja y mastodóntica nación de 320 millones de individuos, enfrentados por intereses y valores contrapuestos, adscritos a todas las etnias, las culturas, las razas y las religiones imaginables, artificialmente vinculados por la adhesión a una Constitución y a unas instituciones comunes.

El señor Trump, qué duda cabe, es un buen negociante, capaz de descubrir oportunidades de ganar dinero, para lo que se requiere una imaginación específica aunada a la voluntad de arriesgarse —lo que también varias veces lo ha precipitado a la bancarrota. Pero esos rasgos no necesariamente lo capacitan para desarrollar una buena labor en la Casa Blanca.

Si el Gobierno de los Estados Unidos fuera una gigantesca empresa de servicios —educación, sanidad, seguridad, transporte, relaciones exteriores, todo— y, en vez de elegir a un presidente por la vía de las urnas, contratara a una firma de cazatalentos para que localizara a un buen CEO o presidente, ¿a quién reclutaría esta hipotética compañía? Continuar leyendo

Gulliver contra doce mil enanos

Cuba 191, Estados Unidos 2. Eso se llama una paliza diplomática. Ciento noventa y un países votaron en la ONU a favor de una resolución presentada por Cuba contra las restricciones comerciales y financieras impuestas por Estados Unidos al Gobierno de los Castro desde 1961. Sólo dos naciones se opusieron: Estados Unidos e Israel.

Viene ocurriendo desde hace mucho tiempo. La novedad es que este año el Gobierno de Barack Obama lo celebra secretamente, aunque la ley y el sentido común obliguen a la diplomacia norteamericana a rechazar la resolución. El propio presidente había urgido al Congreso a que derogara la medida.

En todo caso, Estados Unidos, realmente, no se defendió. Al fin y al cabo, estas resoluciones de la ONU no son vinculantes. Es pura propaganda dentro de una organización tan desprestigiada que eligió a Venezuela y Ecuador para pertenecer al comité que vigila el cumplimiento de los derechos humanos, que es algo así como poner al zorro a cuidar el gallinero.

Lo interesante es cómo la dictadura de los Castro consigue desviar la atención sobre el verdadero corazón del asunto —la persistencia de una dictadura estalinista derivada del modelo soviético erradicado de Occidente hace un cuarto de siglo— y la coloca sobre una percepción fabricada: una pobre isla asediada por la mayor potencia del planeta. David contra Goliat. Continuar leyendo