El Papa y la pobreza

Los congresistas norteamericanos invitaron a almorzar al papa Francisco. Su Santidad prefirió irse a comer con un grupo de desamparados en una institución caritativa de la Iglesia. Quería estar con los “excluidos”.

Fue una selección predecible. La Iglesia Católica valora extraordinariamente la relación con los pobres y, de alguna manera, ensalza la pobreza, la austeridad y castiga el consumismo. Lo dijo San Basilio y lo suele repetir el Papa: “El dinero es el estiércol del demonio”.

Así es desde que Jesús, que había nacido en una cueva, comenzó a predicar y eligió a sus apóstoles, una docena de personas de muy escasos recursos, algunos de ellos pescadores.

Cuando la Iglesia creció y se asentó, esta impronta se mantuvo durante varios siglos en la veneración de los eremitas que se apartaban del mundo y se refugiaban en el desierto para agradar a Dios mediante una vida de privaciones y soledad. Simeón alcanzó la santidad por pasar muchos años encaramado en una columna a la que fue agregándole altura hasta alcanzar los 15 peligrosos metros.

A mi juicio, la Iglesia insiste en un discurso contradictorio enquistado en sus orígenes al servicio de muchedumbres de pobres y enfermos, situación que tiene una escasa relación con el mundo contemporáneo. Continuar leyendo

El nuevo panorama cubano

Este 26 de julio es diferente. La dictadura de Raúl Castro estrena una nueva relación con Estados Unidos. La Habana ha derrotado totalmente a Washington. Barack Obama ha levantado los brazos y lo ha entregado todo sin pedir nada a cambio.

Como repiten los personeros del castrismo una y otra vez, el pequeño David ha liquidado, finalmente, al gigante Goliat, sin hacer una sola concesión.

Las cárceles siguen llenas de disidentes, continúan aporreando a las Damas de Blanco, no hay el menor espacio para expresarse públicamente contra ese estado de cosas y mucho menos para formar partidos diferentes al comunista. Lo dijo Fidel Castro y lo cumplió: “Primero la isla se hundirá en el mar antes que abandonar el marxismo-leninismo”.

No obstante, ¿ha cambiado algo? Por supuesto. Raúl y toda la dirigencia comunista, incluso Fidel, que es el más terco de todos, saben que el sistema no funciona en el terreno de la creación de riquezas. Es totalmente improductivo.

Con los años, han comprendido que los incentivos materiales son indispensables y que la propiedad privada es clave para lograr el desarrollo, pero no se atreven a sustituir ese desastre por una economía abierta regida por el mercado, porque temen perder el poder. Continuar leyendo

Democracias liberales contra iliberales

La crisis griega es la expresión de un gravísimo problema planetario. Es verdad que la desataron los socialdemócratas y conservadores con su gasto público desbocado y su corrupción rampante, pero la han agravado los neocomunistas y sus primos neopopulistas, en el poder desde hace pocos meses.

¿Por qué es un asunto que concierne al planeta? Tres ejemplos. Syriza en Grecia, Podemos en España y el chavismo en Venezuela comparten varios elementos que los hermanan: son enemigos de la democracia liberal, partidarios irrestrictos del populismo, y sostienen unas proclamadas simpatías por el comunismo.

Sus dirigentes odian el mercado, la propiedad privada, el comercio internacional sin ataduras y los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo. Todas estas instituciones, con sus errores y sus aciertos, constituyen la savia de la economía en las naciones más desarrolladas de la Tierra. Continuar leyendo

Entre los comisarios y el mercado

Parece que una parte sustancial de los artistas e intelectuales españoles, incluidos los medios académicos, va a votar por PODEMOS, la formación política neocomunista que ha irrumpido con fuerza en la escena política.

No me extraña. La intelligentsia latinoamericana y española, como regla general, suele ser estatista. A eso le llaman ser de izquierda. Los escritores, artistas plásticos, músicos, cineastas, actores, autores dramáticos, y, especialmente, los catedráticos y estudiantes de Ciencias Sociales y de Humanidades (antropólogos, sociólogos, arqueólogos, filósofos, teólogos, pedagogos, periodistas, etc.), se sitúan a la izquierda del espectro político. Se colocan, con variable intensidad, en el campo del estatismo.

Pero no todos. Por la otra punta de este fenómeno, en general, una buena parte de las facultades de ingeniería, arquitectura, medicina, odontología, informática, Ciencias Empresariales, y tal vez la mitad de los economistas y abogados, tanto profesores como alumnos, mantienen una actitud diferente.

Entre estos profesionales y aspirantes a serlo abunda un mayor porcentaje de personas que pudiéramos llamar liberales, en el sentido que se le da a ese término en América Latina y Europa. Confían mucho más en el esfuerzo individual, se inscriben en el espacio político del centroderecha, y desconfían de la gestión del Estado porque la experiencia les ha demostrado que suele ser desastrosa.

La izquierda está convencida de que le corresponde al Estado, administrado por gobiernos populistas, producir ciertos bienes o gestionar directamente una gran cantidad de servicios para el pretendido beneficio del “pueblo”, lo que inevitablemente significa la adjudicación y el manejo de un alto porcentaje de la riqueza que la sociedad produce.

La derecha, persuadida de que ése es el camino más corto al aumento de la corrupción, al clientelismo, al descalabro económico y al surgimiento de atropellos contra los individuos, defiende que los bienes se produzcan o los servicios se brinden dentro del ámbito privado. Serán mejores, alega, y resultarán más económicos.

¿Por qué esa marcada inclinación populista de la intelligentsia? Sospecho que se trata de una fatal consecuencia del mercado. El vasto campo de los intelectuales y artistas ofrece una mercancía que, independientemente de su calidad, salvo algunas excepciones, difícilmente puede sostenerse motu proprio entre los consumidores. La inmensa mayoría depende fatalmente de cátedras universitarias, subsidios, becas o premios que suelen ser abonados por medio de los presupuestos oficiales. Son “cazadores de rentas”.

En cambio, los profesionales que suministran algún servicio demandado por la sociedad, pese al riesgo que ello entraña, confían mucho más en el mercado que en la seguridad de colocarse bajo el ala protectora del Estado y recibir un salario mensual o alguna suerte de prebenda.

A esa intelligentsia estatista que rechaza el mercado con un despreciativo aire de superioridad, le gusta autopercibirse como solidaria y generosa, pero, aunque algunos o muchos de sus miembros tengan esos rasgos, en realidad se trata de un grupo que, como es frecuente, defiende sus intereses individuales y busca la protección de un patrón que le garantice la seguridad económica, divulgación y cierta fama profesional.

Claro, eso tiene un costo. En general, las dictaduras ilustradas, es decir, las que poseen un corpus ideológico que define sus presupuestos y objetivos –comunistas y fascistas en primer lugar–, son las que con más habilidad crean instituciones y mecanismos dedicados a controlar a la intelligentsia.

Lo hacen mediante un sistema claramente conductista de refuerzos positivos y negativos, administrado por inflexibles comisarios culturales que manejan  (en Cuba utilizan el verbo “atender”) los gremios en los que colocan a los periodistas, escritores, artistas plásticos y otros intelectuales para servirse de ellos.

Esos gremios son jaulas sin barrotes en las que estabulan a la intelligentsia para vigilarla y organizarla de manera que, dócilmente, los intelectuales firmen documentos, y aprendan y repitan consignas que le sean útiles al régimen para construir y sostener su relato. Si asumen los dogmas de la secta y colaboran en estas tareas, se les remunera generosamente y se les llena de premios y lisonjas. Si se oponen, se les castiga y desacredita.

En cambio, en los regímenes democráticos realmente libres, regidos por la economía abierta, la intelligentsia no está sujeta al látigo de los comisarios, sino a las preferencias del mercado, lo que, con frecuencia, resulta económicamente perjudicial y riesgoso para estos intelectuales y artistas.

¿Es preferible el comisario o el mercado? Los comisarios son despreciables policías del pensamiento que exigen un insoportable sometimiento. El mercado –la libre preferencia de la sociedad—no tiene corazón y los artistas e intelectuales pueden naufragar, pero hay libertad. El mercado es mil veces mejor.