Es bastante obvio que los chavistas, con Nicolás Maduro a la cabeza, no están dispuestos a cumplir las leyes y perder el poder. Las elecciones y la legalidad burguesa les eran útiles cuando tenían o podían simular que poseían la mayoría de los electores. Ahora, y desde hace unos años, sólo les queda invocar la sacrosanta revolución y gobernar apelando a la razón testicular.
La estrategia es muy simple y transparente: cuando pierden el control de alguna institución (las gobernaciones, las alcaldías, la Asamblea Nacional), la vacían de funciones reales, que pasan a ser ejercidas directamente por el Ejecutivo o el núcleo duro de la dictadura.
A los representantes de la mayoría opositora los dejan figurar en el organigrama de la república, ocupando cargos nominales y cobrando todos los meses algún estipendio, pero sin poder real. Cuando protestan en las calles por esta burla a la voluntad popular, los represores asesinan a unas cuantas personas como forma de escarmiento y acusan a las víctimas de haber causado las muertes. Esa es la increíble historia de Leopoldo López, de Antonio Ledezma y de las docenas de presos políticos que hay en el país. Estamos ante una dictadura mal disfrazada de Estado de derecho. Continuar leyendo