La hora de los monstruos

Las preguntas son muy incómodas. ¿Por qué las sociedades eligen gobernantes antisistema que las conducen al despeñadero? ¿Por qué los venezolanos votaron a Hugo Chávez a fines de 1998, los griegos acaban de hacerlo con Alexis Tsipras y es posible que los españoles repitan esa forma de suicidio cívico dentro de unos meses dándole la mayoría de sus votos a Pablo Iglesias, un neocomunista simpatizante del chavismo, como lo calificó, muy orgulloso, Diosdado Cabello, presidente del Congreso en Venezuela y el poder tras el delirante trono de Nicolás Maduro, ese ornitólogo y médium, experto en la comunicación con los pájaros y los muertos?

La clave está en la fragilidad de las democracias liberales, un débil diseño institucional surgido a fines del siglo XVIII para ponerle fin al “antiguo régimen”. Una forma de gobierno basada en la combinación de libertades políticas y económica, que exige el inexorable cumplimiento de los principios en los que se sustenta y proclama para poder prevalecer. El consenso general define estos diez principios: Continuar leyendo

Maduro huye para adelante

Maduro anunció su nueva estrategia para enfrentarse a la catástrofe venezolana. Insiste en los errores de siempre. No va a rectificar. Mintió. Inventó culpables y conspiraciones. Optó por huir hacia delante. Lo hizo tras un inútil recorrido en busca de recursos por varios países, incluida China. Apenas consiguió unos pocos créditos y la vaga promesa de ciertas inversiones. Ya no le creen. Incluso, los que tienen ciertas simpatías ideológicas tampoco le creen. Por eso le han cerrado el grifo.

Hacen bien en no confiar en el chavismo. Nadie ignora que esta patulea de incapaces, además de maltratar severamente a la población, y de convertir al país en un narcoestado terriblemente corrupto –el más podrido de América Latina de acuerdo con Transparencia Internacional–, ha malgastado miles de millones de petrodólares. ¿Cuántos? Para que el azorado lector se haga una idea: la cifra es mayor que la suma de todos los ingresos recibidos por el Estado venezolano desde que Simón Bolívar consiguió la independencia en el primer cuarto del siglo XIX.

Si los chavistas hubieran sabido y querido gobernar razonablemente, tras una década del barril de petróleo a cien dólares, Venezuela hoy sería un país del primer mundo y no una sociedad en plena descomposición, donde las personas se pelean a puñetazos en los supermercados y las farmacias por adquirir un poco de leche o una ampolleta de insulina.

¿Cómo llegaron a este desastre? Tomen nota los españoles: además del catastrófico padrinazgo cubano, siguieron de cerca los consejos de los profesores comunistas Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, hoy en Madrid al frente del partido Podemos. Estos personajes llegaron a tener despacho en Miraflores, la casa de gobierno en Venezuela, desde donde pontificaban y recetaban a sus anchas.

Durante más de seis años, y al costo de varios millones de dólares que recibieron por sus asesorías, los jóvenes “expertos” académicos españoles enseñaron a los chavistas a demoler sin compasión la economía de la nación más rica de América Latina.

Arribaron a Caracas borrachos de populismo marxista, sin la menor experiencia empresarial –lo que se traduce en que ignoran cómo se crea, conserva o malgasta la riqueza–, convencidos de que la principal tarea de los gobiernos es igualar a las personas por abajo. Objetivo, por cierto, que lograron con creces. Hoy el país es una inmensa pocilga colectiva.

¿Y ahora qué va a pasar en Venezuela? Un experto en seguridad lo ha vaticinado en un tono sombrío: el chavismo –me ha dicho– no marcha hacia una revolución o contrarrevolución política, sino hacia un saqueo nacional, monstruoso y definitivo, que llegará a los hoteles y a las casas suntuosas, donde quiera que haya comida.

Venezuela va hacia el caos, regido por la ley del más fuerte, con cien mil Kalashnikovs, pistolas y cuchillos empuñados por la gente de rompe y rasga. Esos mismos que en el 2014 asesinaron a 25000 personas para despojarlas de los teléfonos móviles, las billeteras y los anillos, ahora acompañados por una enorme turba que se robará televisores, enseres domésticos y todo lo que encuentre a su paso.

¿Por qué no? Eso fue lo que aprendieron de Hugo Chávez en aquellos paseos televisados en los que el difunto militar repetía alegremente el fatídico “exprópiese” ante cualquier bien que le llamara la atención, mientras sus cómplices, vestidos de rojo, reían y  aplaudían irresponsablemente. El teniente coronel les enseñó que en la contemporánea selva urbana no existen los derechos de propiedad. Sencillamente, el dueño es el que tiene la pistola en la mano y está dispuesto a utilizarla. Menudo legado.

Por supuesto, Maduro todavía tendría la posibilidad de impedir este horror. ¿Cómo? Rectificando. Debería comenzar por abrir los calabozos y liberar a los presos políticos, al tiempo que convoca a un urgente diálogo nacional con la oposición –que hoy tiene el 75% de respaldo popular— para darle un vuelco a la situación mediante una inmediata reforma consensuada.

¿Por qué no lo hace? Probablemente, se lo impiden los narcogenerales que temen por su bolsa y por su vida, la legión de los corruptos que prefiere continuar esquilmando al país, y sus mentores cubanos, que anualmente reciben miles de millones de dólares en subsidios y están dispuestos a pelear hasta el último venezolano por mantener ese vital flujo de recursos.

Atrapado en medio de esas fuerzas, Nicolás Maduro marcha a paso firme hacia el precipicio.

Chávez nuestro que estás en el cielo

A Lorent Saleh, estudiante que acaba de ser traicionado por el gobierno de Juan Manuel Santos y entregado a la policía política venezolana.

Los chavistas han lanzado a volar un nuevo Padre Nuestro, como si fuera uno de esos pajaritos parlanchines con los que suele conversar Nicolás Maduro.

Es importante acercarse a esta conmovedora expresión de la devoción político-religiosa. Al fin y al cabo, el texto advierte que el ex teniente coronel va de cabeza a los altares: “santificado sea tu nombre”.

¿Se llamará “San Chávez”? Los venezolanos “pata en el suelo” son muy dados a rezarles y pedirles favores especiales a las figuras populares desaparecidas. Parece que el torero César Girón, el venerable médico José Gregorio y el malandro Marchena –un delincuente al que despacharon con 180 balazos—suelen hacer muchos milagros.

Hay, incluso, quienes se encomiendan a Juan Vicente Gómez, un dictador que mató a 200 venezolanos, pero tuvo la cortesía de reemplazarlos con 200 hijos ilegítimos como prueba de su sobrenatural potencia inguinal, mientras gobernaba al país con el extremo de la uretra.

Chávez, además, fue capaz de realizar en vida varios asombrosos prodigios. Para llegar a los altares se necesitan, al menos, tres milagros. Aquí están:

-Destruyó la industria petrolera. Eso no era nada fácil tras un siglo de constante crecimiento.

-Multiplicó por 4 el número de asesinatos en Caracas, como si fueran “los penes y los peces” que Maduro cita, en su condición de peculiar exégeta del Nuevo Testamento.

-Invirtió el signo migratorio. Durante muchas décadas el país recibió a millones de inmigrantes dispuestos a succionar las venas abiertas venezolanas. San Chávez logró que un millón y medio de venezolanos educados salieran a hacer la misma vampiresca tarea en el extranjero.

Afortunadamente, la piadosa oración estrenada en un congreso chavista, da noticia de la exacta localización del líder desaparecido. El ubicuo personaje, además de estar en el cielo, como corresponde a su legendaria benevolencia, se le puede localizar “en la tierra, en el mar y en nosotros, los y las delegadas”.

Aquí hay gato encerrado. ¿Por qué no en los ríos? ¿Por qué Chávez no está en el Orinoco, que es un río enorme que recorre medio país? ¿Por qué no está en el lago Maracaibo, uno de los mayores del planeta, que tiene, de vez en cuando, hasta tiburones, como sucede en la cúpula chavista? Sospechosa omisión. Y ¿por qué la concordancia feminista “los y las delegadas”? ¿Cuántas millonas de delegadas hubo en ese congreso para alterar las normas gramaticales?

Mi impresión es que el Padre Nuestro chavista va a popularizarse entre los pobres, que cada vez están más necesitados y son más en el país. Lo acaba de proclamar ese brillante teólogo venezolano de la liberación de nombre árabe, Tarek El Aissami, gobernador de Aragua: “Mientras uno más consigue pobreza, hay más lealtad a la revolución y más amor por Chávez. Mientras el pueblo es más pobre es más leal al proyecto revolucionario”.

Exacto. Por eso, quizás, del Padre Nuestro chavista ha desaparecido cualquier alusión al “pan nuestro de cada día”. Los devotos revolucionarios no le piden a Chávez ni siquiera una humilde arepa. No habrá pan. El pan es una detestable expresión de la Cuarta República. Por eso ha desaparecido la harina de los supermercados, junto con el pollo, la carne, la leche y la mantequilla, esos agentes del imperialismo.

Lo que esa sociedad necesita son bienes inmateriales. Lo dice el Padre Nuestro chavista. “Danos hoy tu luz para que nos guíe cada día, no nos dejes caer en la tentación del capitalismo, más líbranos de la maldad de la oligarquía, del delito, del contrabando, porque de nosotros y nosotras es la patria (¿por qué no el patrio?), la paz y la vida. Por los siglos de los siglos, amén. Viva Chávez”.

Tienen razón. El capitalismo y la oligarquía son sinónimos de asquerosos bienes materiales, de papel tualé, de supermercados llenos de comida, de todos esos elementos que pervierten y pudren el corazón revolucionario del pueblo. Hay que volver a la tradición cristiana de Simón el Estilita, que estuvo 37 años encaramado en una columna fabricada en el desierto para escapar de las tentaciones mundanas.

El Estilita, bien mirado, fue el primer chavista de la humanidad.

El misterioso caso de los comunistas incapaces de aprender

Jorge Giordani es un viejo comunista que hasta hace pocas fechas fue el Ministro de Planificación y Finanzas del chavismo, primero con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro. Tiene fama de haber sido un funcionario honrado en un gobierno en el que abundan los rateros.

Nadie, sin embargo, ha acusado a Giordani de ser competente. Sería una peligrosa temeridad. No se metía la plata de los demás en el bolsillo. Lo que hacía era destruirla en esa trituradora implacable de riqueza que es la ideología marxista. Es uno de los responsables del hundimiento económico del país. Cuando llegó al poder había seis millones y medio de pobres. Cuando lo dejó, hace unos días, la cifra había aumentado a más de nueve.

Giordani se despidió del cargo con una larga carta en la que culpa a los demás del desastre económico venezolano. Sus culpables son el irresponsable gasto público, la corrupción, PDVSA y el pobre Nicolás Maduro, quien supuestamente ha traicionado al socialismo y al legado inmarcesible de Hugo Chávez. (Inmarcesible, Nicolás, quiere decir que no se marchita. Y marchita no es una marcha pequeña de estudiantes indignados, sino un verbo que procede del latín).

El ingeniero Giordani no es capaz de advertir que el error intelectual está en el presupuesto ideológico. Cuando se debilitan los derechos de propiedad y las decisiones económicas las toman los funcionarios; cuando se potencia la aparición del Estado-empresario y se estatiza el aparato productivo; cuando se eliminan las principales libertades porque la crítica se convierte en traición a la Patria; inevitablemente surge la escasez, se deteriora progresivamente el entorno físico por falta de mantenimiento, y comienza un acelerado proceso de empobrecimiento colectivo que no tiene fin ni alivio. Mañana siempre será peor que hoy.

Mientras los venezolanos leían la carta de Giordani, los cubanos, asombrados, repasaban otra misiva escrita por el comunista, escritor y exembajador Rolando López del Amo, jubilado en La Habana tras haber ocupado diversos cargos de primer rango en la diplomacia castrista. El texto puede localizarse en Internet, donde circula profusamente.

El señor López del Amo tiene una explicación parcialmente diferente a la de Giordani. Supone que el responsable del desastre cubano es el burocratismo, ese enmarañado ejército de funcionarios indolentes que no deja que el país avance. Como es una persona seria, no culpa al embargo norteamericano, ni a la sequía, ni a los ciclones, porque el país no padece hace tiempo estos fenómenos naturales. Cree que el mal está en otra parte: es la malvada gente que entorpece la marcha gloriosa del socialismo.

Termina su carta con un conmovedor llamado a sus camaradas: “Estamos en el año 56 de nuestra experiencia revolucionaria  y no podemos continuar cometiendo los mismos errores ni ofreciendo las mismas justificaciones. Se impone un cambio de mentalidad, de actitud, de estructuras y de personas para lograr el sueño colectivo de un socialismo próspero y sostenible”. 

¡Madre mía! Estamos ante un comunista inaccesible al desaliento. ¡Qué gente más dura de molleras! Cincuenta y seis años de fracasos continuados y barbarie, de “oprobio y bobería”, como Borges decía del peronismo, no le han bastado para entender que el sistema no sirve para nada en ninguna latitud. Ni con los laboriosos alemanes o norcoreanos, ni con los muy serios checos y húngaros, y mucho menos con los caribeños de Cuba o Venezuela.

Es posible, sin embargo, que Raúl Castro, finalmente, haya comprendido esta dolorosa verdad. Lo triste es que la educación del hermano de Fidel  ha durado más de medio siglo y costado miles de vidas y la ruina completa de una nación. (Fidel, en cambio, es indiferente a la realidad y morirá defendiendo las mismas tonterías de siempre). En todo caso, mientras el embajador López del Amo escribía su carta, el zar de la economía cubana, un excoronel llamado Marino Murillo, anunciaba que todos los restaurantes del país serían privatizados.

Es el principio del fin del loco proyecto marxista del colectivismo, pero no de la dictadura. Ahora, poco a poco, sin prisa, pero sin tregua, como le gusta repetir a Raúl Castro, quieren desmantelar el socialismo y gobernar con mano férrea un país pseudo capitalista. Ya no son marxistas. Son, simplemente, una banda autoritaria de gente decidida a mandar a palos. Puros matones.

El chavismo se quita la careta

Nicolás Maduro no pondrá en libertad a Leopoldo López, pese a la evidente injusticia. A Maduro, incluso, le conviene que Leopoldo sea inocente. Como enseñó el padre Lenin, la clave de la obediencia es el miedo, la inseguridad.

Es la ominosa certeza de que el Estado puede descargar su fuerza cuando lo decide la policía política sin que exista una previa violación de la ley. Lo importante no es la legalidad, esa despreciable minucia burguesa, sino la revolución.

Pero hay mucho más.

Nicolás Maduro afirma que la diputada María Corina Machado es una asesina que trata de matarlo. La Fiscal General, la señora Luisa Ortega Díaz, al frente del sicariato que en Venezuela se conoce como Poder Judicial, acusó de ser cómplices a tres demócratas de la oposición: el ex embajador Diego Arria, el ex director de PDVSA Pedro Burelli y el abogado Ricardo Koesling. En la fantástica trama, como era predecible, también figura el “americano feo”, Kevin Whitaker, siniestro embajador de Estados Unidos en Colombia. ¿Por qué y para qué Nicolás Maduro fabrica una acusación tan ridículamente falsa?

Porque en esta situación cualquier opositor barrería al chavismo en las elecciones. Según las encuestas, los opositores demócratas tienen el 65% de apoyo y el chavismo el 35. Pero, como no van a entregar el poder, intentan desbandar a la oposición, exiliarla, como hicieron con Manuel Rosales, o encarcelarla, como hacen con los políticos que alcanzan alguna prominencia, ya sea Leopoldo López o los alcaldes Enzo Scarano y Daniel Ceballos.

La popularidad del chavismo cae en picado como consecuencia del inmenso caos económico en el que han sumido a Venezuela y necesitan desesperadamente cambiar el foco del debate. Maduro no quiere que la sociedad proteste por el desabastecimiento, la inflación, la corrupción, la oleada que no cesa de crímenes impunes (de 4 500 en 1999 a 21 692 en 2013, aumento del 382%). Quiere centrar la atención en el falso magnicidio y criminalizar cualquier manifestación de inconformidad. Es lo que Cuba recomienda y hace: repriman para sobrevivir.

En el 2013, desde que Maduro asumió las riendas, según el Instituto Nacional de Estadísticas, la cifra de hogares pobres aumentó en 416 326: un 30% más. En 1999 había en el país 6 400 000 pobres. Hoy hay 9 000 000.

Todo esto sucede en medio de la bonanza del ingreso constante de petrodólares. En los 15 años de chavismo, a partir de 1999, el país ha recibido más divisas como consecuencia del precio del petróleo que en toda su historia, desde que obtuvo la independencia de España en 1823.

¿Cómo ha sido posible esta catástrofe? Porque la burocracia y el gasto público crecieron exponencialmente. Durante el chavismo pasaron de 900 000 empleados públicos a 2 300 000 (un 156%). La nómina de PDVSA ascendió de 40 000 a 120 000, mientras la productividad –barriles por empleados—se redujo de 75 a 18, y la deuda de la empresa pasó de 6000 a 40 000 mil millones de dólares.

Porque han malgastado irresponsablemente los recursos del país, a lo que se agrega la increíble corrupción propiciada por el gobierno y la boliburguesía. Según Jorge Giordani, hasta hace poco Ministro de Planificación, de un organismo, el SITME, donde se otorgan las divisas, se esfumaron 20 000 millones de dólares.

La inflación acumulada es un 933%. Cuba les cuesta más de 13 000 millones de dólares anuales, pero cuando se suman el resto de los chupópteros del ALBA, más los maletines a los Kirchner, más todas las compras de influencia internacional, esa cifra acaso se duplica.

Estatizaron decenas de empresas que eran rentables hasta que las controló y arruinó el gobierno. Intervinieron más de 600 fincas, lo que provocó la destrucción del aparato productivo. Antes de Chávez se importaba el 37% de los alimentos. En época de Maduro ya andamos por el 78%.

¿Para qué seguir? Los chavistas lograron la sorprendente “proeza” de quebrar a Venezuela. Ya no tiene crédito y mucho menos capitales extranjeros. ¿Quién invierte en ese manicomio colectivista sin Ley ni Justicia, donde el Poder Judicial es una rama de la policía política?

Venezuela hace rato que dejó de ser una república democrática. Rápidamente se convirtió en una dictablanda corrompida. Cada día que pasa se acerca más a una dictadura podrida, pura y dura, que conserva el poder a palos.

Están ahora en la fase de quitarse la careta. Es triste, pero, tan grave como eso es el silencio cómplice de América Latina. Vergonzoso.

Los dos errores de Juan Manuel Santos

El 15 de junio los colombianos volverán a las urnas para escoger al presidente en segunda vuelta. Estos comicios trascienden las fronteras de Colombia e interesan en toda América Latina.

En la vecina Venezuela, por ejemplo, Nicolás Maduro cruza los  dedos para que Juan Manuel Santos, aunque no tenga nada de comunista, permanezca en el poder. Al fin y al cabo, fue él, Santos, quien declaró que Chávez, pese a las diferencias, era su “nuevo mejor amigo”, mientras Zuluaga y su mentor Álvaro Uribe no dejan de calificar al chavismo y al socialismo del Siglo XXI como un peligroso enemigo de las libertades.

Según la encuesta de Cifras y Conceptos, divulgada por Radio Caracol, el presidente Juan Manuel Santos y el opositor Oscar Iván Zuluaga están empatados. Un dato asombroso que demuestra el desgaste de Santos, quien llegara al poder en el 2010 con el 70% de los votos y se convirtiera en el mandatario con mayor respaldo electoral de la historia del país.

¿Quién triunfará, en definitiva, en estas elecciones? La primera vuelta la ganó, como se sabe, el economista Óscar Iván Zuluaga, con casi el 30% de los votos y cuatrocientos cincuenta mil sufragios de ventaja. Las encuestas le daban cinco o seis puntos menos. En segundo lugar quedó el actual presidente Juan Manuel Santos con apenas 25. Los sondeos pronosticaban que se acercaría al 30. Curiosamente, se invirtieron los resultados previstos.

¿Qué sucedió? A mi juicio, Santos cometió dos errores fatales que están a punto de costarle la presidencia, a menos que logre darle un enérgico vuelco a la campaña. 

Primer error, enfrentarse a Álvaro Uribe. Santos sabe, y lo reconoció mil veces públicamente, que le debía su triunfo electoral al expresidente Uribe y a su inmensa popularidad. Entonces y hoy, Uribe es el único líder político capaz de movilizar a una zona notable de la sociedad colombiana.

Aunque Zuluaga es el adversario oficial de Santos, para los electores, inconscientemente, la competencia es entre Santos y Uribe. En el 2010 los colombianos votaron masivamente por Santos frente a Antanas Mockus,  convencidos de que continuaría la obra de gobierno de su predecesor.

En realidad, votaban por Uribe contra Mockus, por medio de Santos, puesto que don Álvaro no podía presentarse a un tercer mandato. Ahora probablemente votarán por Zuluaga contra Santos por considerar que éste es el representante del uribismo. 

Segundo error, apostar todo su capital político a los diálogos de paz con las FARC. En el 2014 se cumplió medio siglo de la creación de las FARC.

Los colombianos, con razón, suelen decir que la violencia es un modo de vida al que estas narcoguerrillas comunistas se han acostumbrado.

Difícilmente podrán abandonarlo para reinsertase en la apacible vida de los colombianos respetuosos de la ley. Uno no se imagina al finado Mono Jojoy vendiendo seguros o administrando una cafetería.

Lo que suele ignorarse es la otra cara del mismo fenómeno: para el conjunto de la sociedad colombiana ese cruel enfrentamiento es un problema crónico, con el que también se han acostumbrado a convivir, pero sin abandonar la idea de derrotar a unos enemigos despiadados que les han hecho cosas espantosas. Las FARC sólo tienen el apoyo del 3% de la población.

De ahí surge la enorme popularidad de Uribe. No es por su carisma, rasgo de la personalidad que nadie consigue definir. Viene de que arrinconó a las narcoguerrillas, se enfrentó a Hugo Chávez en el plano internacional, retomó el control de las carreteras, el ejército liquidó a algunos de los cabecillas más notorios, y el número de insurgentes pasó de veinte mil a menos de siete mil, devolviéndole a la ciudadanía la fe en la victoria militar contra un enemigo al que no quieren perdonar, sino derrotar, o, al menos, pactar con él cuando declare unilateralmente el cese al fuego, entregue las armas y se someta a los tribunales.

En tiempos de Uribe, por primera vez en muchos años, los colombianos se sintieron orgullosos de un Estado que parecía capaz de lograr la victoria. Santos, que nunca fue más popular que cuando actuaba como Ministro de Defensa de Uribe y acabó con la vida del cabecilla Raúl Reyes, ha querido pasar a la historia como el presidente que logró la paz a cualquier costo.

No es exactamente eso lo que desea la mayoría de sus compatriotas. Quieren la paz, pero no a cualquier precio.