El 15 de junio los colombianos volverán a las urnas para escoger al presidente en segunda vuelta. Estos comicios trascienden las fronteras de Colombia e interesan en toda América Latina.
En la vecina Venezuela, por ejemplo, Nicolás Maduro cruza los dedos para que Juan Manuel Santos, aunque no tenga nada de comunista, permanezca en el poder. Al fin y al cabo, fue él, Santos, quien declaró que Chávez, pese a las diferencias, era su “nuevo mejor amigo”, mientras Zuluaga y su mentor Álvaro Uribe no dejan de calificar al chavismo y al socialismo del Siglo XXI como un peligroso enemigo de las libertades.
Según la encuesta de Cifras y Conceptos, divulgada por Radio Caracol, el presidente Juan Manuel Santos y el opositor Oscar Iván Zuluaga están empatados. Un dato asombroso que demuestra el desgaste de Santos, quien llegara al poder en el 2010 con el 70% de los votos y se convirtiera en el mandatario con mayor respaldo electoral de la historia del país.
¿Quién triunfará, en definitiva, en estas elecciones? La primera vuelta la ganó, como se sabe, el economista Óscar Iván Zuluaga, con casi el 30% de los votos y cuatrocientos cincuenta mil sufragios de ventaja. Las encuestas le daban cinco o seis puntos menos. En segundo lugar quedó el actual presidente Juan Manuel Santos con apenas 25. Los sondeos pronosticaban que se acercaría al 30. Curiosamente, se invirtieron los resultados previstos.
¿Qué sucedió? A mi juicio, Santos cometió dos errores fatales que están a punto de costarle la presidencia, a menos que logre darle un enérgico vuelco a la campaña.
Primer error, enfrentarse a Álvaro Uribe. Santos sabe, y lo reconoció mil veces públicamente, que le debía su triunfo electoral al expresidente Uribe y a su inmensa popularidad. Entonces y hoy, Uribe es el único líder político capaz de movilizar a una zona notable de la sociedad colombiana.
Aunque Zuluaga es el adversario oficial de Santos, para los electores, inconscientemente, la competencia es entre Santos y Uribe. En el 2010 los colombianos votaron masivamente por Santos frente a Antanas Mockus, convencidos de que continuaría la obra de gobierno de su predecesor.
En realidad, votaban por Uribe contra Mockus, por medio de Santos, puesto que don Álvaro no podía presentarse a un tercer mandato. Ahora probablemente votarán por Zuluaga contra Santos por considerar que éste es el representante del uribismo.
Segundo error, apostar todo su capital político a los diálogos de paz con las FARC. En el 2014 se cumplió medio siglo de la creación de las FARC.
Los colombianos, con razón, suelen decir que la violencia es un modo de vida al que estas narcoguerrillas comunistas se han acostumbrado.
Difícilmente podrán abandonarlo para reinsertase en la apacible vida de los colombianos respetuosos de la ley. Uno no se imagina al finado Mono Jojoy vendiendo seguros o administrando una cafetería.
Lo que suele ignorarse es la otra cara del mismo fenómeno: para el conjunto de la sociedad colombiana ese cruel enfrentamiento es un problema crónico, con el que también se han acostumbrado a convivir, pero sin abandonar la idea de derrotar a unos enemigos despiadados que les han hecho cosas espantosas. Las FARC sólo tienen el apoyo del 3% de la población.
De ahí surge la enorme popularidad de Uribe. No es por su carisma, rasgo de la personalidad que nadie consigue definir. Viene de que arrinconó a las narcoguerrillas, se enfrentó a Hugo Chávez en el plano internacional, retomó el control de las carreteras, el ejército liquidó a algunos de los cabecillas más notorios, y el número de insurgentes pasó de veinte mil a menos de siete mil, devolviéndole a la ciudadanía la fe en la victoria militar contra un enemigo al que no quieren perdonar, sino derrotar, o, al menos, pactar con él cuando declare unilateralmente el cese al fuego, entregue las armas y se someta a los tribunales.
En tiempos de Uribe, por primera vez en muchos años, los colombianos se sintieron orgullosos de un Estado que parecía capaz de lograr la victoria. Santos, que nunca fue más popular que cuando actuaba como Ministro de Defensa de Uribe y acabó con la vida del cabecilla Raúl Reyes, ha querido pasar a la historia como el presidente que logró la paz a cualquier costo.
No es exactamente eso lo que desea la mayoría de sus compatriotas. Quieren la paz, pero no a cualquier precio.