Renovados bríos de rencor

Bajadas las aguas de la inundación, y creída que las controversias que podían echársele en cara por semejante desastre ya se habían disipado, la Presidente regreso a la cadena nacional el jueves por la tarde para notificarle a la sociedad que “el proyecto” resistirá.

Investida de un renovado brío de rencor, la Sra. de Kirchner estuvo una hora y media delante del micrófono repartiendo críticas por doquier, haciendo campaña política de modo indisimulado mediante el uso de los recursos públicos pagados por los argentinos de todas las ideas (no solo por aquellos que comparten las suyas) y empezando esas admoniciones por ¿su propio candidato?, Daniel Scioli.

De lo dicho por la Presidente, se desprende que su proyecto es maniatar a cualquiera que venga a partir del 10 de diciembre para que no puedan tocar un solo grano de arena de la montaña que se ha formado en los 12 años de kirchnerismo. Para ese sector cualquier cambio equivale a una traición. A tal punto ha crecido su convencimiento de que ellos son la Argentina que entiendan que cualquiera que intente modificar ese rumbo es un enemigo de la nación.

Para ello, aun en el caso de que gane Scioli, preparan una estrategia de trincheras en el Congreso para tornar imposible el gobierno de un cambio. Parte de eso por ejemplo tiene que ver con el anuncio del envío de un proyecto de ley al Congreso según el cual para introducir cambios en la estructura accionaria de empresas que tengan acciones de la ANSES se requerirá una aprobación legislativa que reúna los 2/3 de los votos. Más trabas, más cepos, más prohibiciones, más regulaciones para una economía ya asfixiada por ataduras de todo tipo, que la han postrado y, en muchos casos, le han provocado la muerte. No sería extraño que en la nueva agencia creada por esa ley termine llevando la voz cantante el hoy ministro de economía Axel Kicillof.

Cuando la Presidente se metió de lleno en la campaña, habló de la existencia de “mala gente”. Es probable que la Sra. de Kirchner tenga razón, aun cuando haya discrepancias sobre quién es esa “mala gente”.

La referencia apareció cuando comentó cómo algunos candidatos habían “usado” –según ella- el drama de las inundaciones para tratar de sacar rédito político. ¿Será que la Presidente habla desde el lugar que tiene alguien que prácticamente ha hecho un doctorado de esa práctica? Mencionó (sin nombrarla, como es un clásico en ella) a María Eugenia Vidal a la que describió como calzándose las botas para hacer demagogia. Seguramente olvidó su propia e incómoda visita a La Plata, en 2013, cuando, también con botas, intentaba explicar el casi centenar de muertos que se llevó el agua. O sus incursiones en el barro salteño cuando, también con botas, aparecía frente a las víctimas de un aluvión, quizás en un momento en donde le daba más valor a su presencia que a su borrada.

Intentó conectar a Macri con los 90, cuando también sin nombrarlo habló del salariazo y la revolución productiva. Uno se pregunta ¿quién hacía política con Menem en ese momento, Macri o los Kirchner, para quien Menem fue el más grande presidente argentino?

Dedició un párrafo -que habría sido mejor evitar- para el militante radical muerto a balazos en Jujuy por repartir volantes de apoyo al senador Gerardo Morales. La Presidente entró en una pueril discusión sobre la afiliación del asesinado, asegurando que pertenecía al movimiento Tupac Amaru y a Unidos y Organizados. El pequeño detalle que olvidó es que en el régimen comuno-fascista que de hecho gobierna Jujuy no se puede vivir si no se está afiliado al movimiento que lidera la dirigente antidemocrática Milagro Sala: para estudiar, para trabajar, para hacer lo que sea en Jujuy, hay que afiliarse al ejército de Sala porque así se accede a planes, a viviendas y a las demás prebendas que Tupac Amarú negocia con el gobierno nacional.

La Sra. de Kirchner en ningún momento condenó el hecho. Sus palabras tendieron a desincriminar a quien es apuntado por las pruebas más importantes de haber cometido el crimen (la agrupación de Sala) pero no reservó ninguna palabra para la condena de la muerte, sea de quien sea.

El argumento del asesinato en ocasión de robo de celular no tiene ni pies ni cabeza, en un operativo en donde participaron tres motocicletas.

Luego la Sra. de Kirchner salió en una velada defensa de Lázaro Baez proponiendo que se investigue a todas las empresas concesionarias de obras públicas, un expediente muy parecido a armar una ensalada inentendible en donde, finalmente, no se investigue a nadie.

Respaldada por “filminas”, mostró los listados de esas empresas y en una de ellas aparecía entre paréntesis (en una variante bastante poco profesional) la leyenda “amigos de Macri”. Lo verdaderamente curioso es que al lado del nombre de Electroingeniería, la segunda empresa con más obra pública concesionada, no aparecía en ningún paréntesis aclaratorio la leyenda “amigos de Zannini” como públicamente es Gerardo Ferreyra.

La reaparición de la Presidente en cadena nacional no agregó un solo gramo positivo a los momentos nada tranquilos que vive la Argentina. Se necesita una palabra calma y de diálogo, no la exaltación de una utopía como aquella a la que le cantaban el clásico conjunto de desaforados del Patio de las Palmeras: la reelección de Cristina. ¿De qué hablan? ¿en qué planeta viven?.

Todo terminaría allí si el episodio se limitara a esa minoría. Pero los gestos sin equilibrio, desde un balcón elevado, de la que debería marcar los límites de la moderación son los que producen la preocupación y las dudas.

Razonamientos alarmantes

Muchas veces la selección de los temas que volcamos en estas columnas se hace difícil. Pero a veces los comentarios de la Presidente en cadena nacional producen un asombro tan profundo que realizar un comentario al respecto se hace esencial e ineludible.

Quiero hablar sobre sus expresiones en donde la Presidente, preguntándose “en qué mundo viven algunos”, hizo referencia al aumento de salarios en España para el período 2015-2018 de 1.5%.

La verdad uno no sabe cómo encarar los párrafos que siguen porque no se puede estar completamente seguro de que la mandataria esté hablando en serio.

En efecto, suponer que la Sra. de Kirchner nos pretende hacer creer sinceramente que en España son unos miserables porque en dos años y medio van a dar un aumento del 1.5% y aquí estamos en el paraíso porque se manejan cifras del 25/30%, resulta tan sorprendente que la posibilidad de que se trate de un chiste cargada no es completamente desechable.

De otro modo no se puede entender cómo siquiera se puede llegar a plantear la comparación entre la situación de un país en donde directamente hay deflación con otro en donde la tasa de incremento de los precios rozó en 2014 el 40%.

La Presidente incluso se enojó, diciendo “yo no sé cómo se animan a hablar”, como si quienes pidieran esos aumentos en la Argentina no vieran lo que ocurre en otros lugares del mundo, en donde esos ajustes son infinitesimales. Lo encaró  ácidamente (como es su costumbre) a Hugo Yasky como diciendo “¿de qué te quejás? Fijate lo que se aumenta en otros lugares contra lo que éste gobierno está autorizando en materia de ajustes salariales aquí… Deberías estar agradecido, antes que quejoso”.

Resulta obvio, a esta altura, preguntarse si realmente cree que se pueden comparar pasi pasu los dos casos. ¿La Sra. de Kirchner pensará que cuando los salarios se “aumentan” 30% el trabajador mejora 30% su capacidad adquisitiva porque todas las otras variables de la economía se mantienen estables y lo único que aumentan son los ingresos?

Si realmente toda la economía mantuviera los valores de su variables estables y los salarios vinieran aumentándose progresivamente al ritmo que lo vienen haciendo desde hace por lo menos 6 o 7 años, no cabe duda de que la Argentina habría hallado la fuente misma de la felicidad económica: otorgar incrementos impresionantes en los ingresos (comparados con lo que ocurre, efectivamente, en otros lugares del mundo) y por el otro lado mantener estables sus precios; todos seríamos millonarios.

En ese contexto, tampoco habría muchas explicación para la limitación de los aumentos al 25 o 30% por año: si esas movidas en los salarios son neutras en los precios, podrían darse aumentos del 100 o del 200% para acortar el camino a la riqueza absoluta.

De una manera similar, es muy común que la Presidente (lo ha hecho poco menos que en todos los mensajes inaugurales al Congreso) compare valores de la Argentina del 2003 con los de la actualidad, como si realmente creyera que se trata de términos monetarios constantes. Calculen ustedes que con las unidades monetarias que se necesitaban en 2003 para comprar un auto hoy solo se podría adquirir un teléfono celular. Pero parece que esas comparativas no le llaman la atención a la jefa del estado.

La gravedad de esta cuestión -que muchos hasta podrían pretender desechar porque considerarían inútil perder el tiempo con ella- radica en que la Presidente o está autoengañada o, al contrario, pretende engañar a los demás. No hay más que estas dos posibilidades. Y las dos, por cierto, son muy serias.

Si la Sra. de Kirchner cree realmente que su extraordinaria sabiduría ha encontrado la fórmula mágica de la felicidad,  por la vía de otorgar aumentos de salarios exorbitantes (medidos por lo que es normal en el mundo) a tal punto de sentirse ofendida porque no se lo reconocen vis a vis lo que ocurre en otros países a la vista de todo el mundo, el tema es grave por la enorme ignorancia económica que este pensamiento trasunta. Es casi de no creer. Suponer, efectivamente, que nuestra máxima autoridad está convencida de que todo el mundo nada en la abundancia por los aumentos salariales que su Gobierno ha homologado en los últimos años, sin advertir que todo eso se diluye en una alarmante pérdida del valor adquisitivo de los pesos con los que se pagan esos salarios por efecto de la imparable inflación, es de una gravedad tal que no nos quedaría otra que agarrarnos la cabeza.

Y si, al contrario, la Presidente supiera realmente la verdad pero adopta estas posturas para engañar a incautos que creen que su riqueza real aumenta por tener más billetes en el bolsillo, también estaríamos frente a un drama porque una especulación política tan baja y tan burda no cabría esperarse a esta altura del desarrollo de la democracia y de la información. Nadie podría decirlo y nadie debería creerlo. Si hay espacio para que nada menos la jefa de Estado lo diga, es porque ella cree que aún es posible que alguien lo crea. Y eso hablaría de una ignorancia promedio de la sociedad en materia económica muy preocupante.

No sabemos cuál de los dos engaños es el verdadero, si el autoengaño presidencial o la intención de engañar a la gente. Pero sea cual sea, ya sabemos que vivir en la mentira no es saludable. Sea que las digamos o que las creamos.

Todo nuevo bajo el sol del crimen

El miércoles, blandiendo una tapa de Clarín de los ’90 que refería hechos de inseguridad, la Presidente dijo con tono de victoria: “no hay nada nuevo bajo el sol”.

La señora de Kirchner no puede con su genio y sigue presentándole a los argentinos un mundo binario: los noventa o ellos; el sector privado o el sector público (es decir, ellos); el mundo o la Argentina (es decir, ellos).

Pero el mundo no es binario y si bien siempre existieron hechos de inseguridad lo que es nuevo, lo que los Kirchner han traído en la década desperdiciada, es una nueva aproximación al delito y a los delincuentes. No es que antes no hubiera delito y delincuentes, lo que no había era la concepción que impera hoy frente a ellos.

En efecto lo que los Kirchner han traído es el concepto de la “sociedad culpable”. A priori, antes que nada, la sociedad es culpable. Es culpable de los pobres, de la desigualdad, de que unos tengan y otros no, de que unos puedan educarse y otros no, de que unos puedan trabajar y otros no.

Por lo tanto la sociedad debe pagar; es la verdadera victimaria, la autora del estrago inicial.

Esta cosmovisión ha dado vuelta la manera de ver el delito y a los delincuentes; en alguna medida ha dado vuelta los conceptos del “bien” y del “mal”; ha venido a relativizar lo que antes entendíamos por violar la ley y ha trastocado los cimientos que antes dábamos por descontados.

Al aplicar esta aproximación nueva al delito y a los delincuentes se llega a conclusiones distintas de aquellas a las que llegábamos antes. Aquí sí, todo es nuevo bajo el sol. Según esta interpretación el delito es el merecido que la sociedad debe soportar para expiar sus culpas de exclusión; para lavar los errores que sentenciaron la suerte de millones que viven en los márgenes.

Los delincuentes no son los que infringen la ley sino una especie de avanzada de la Justicia Social que vienen a emparejar los tantos que la sociedad repartió mal. Ellos no deben ser estigmatizados porque en realidad, la sociedad ya los estigmatizó y sus acciones no son otra cosa que la consecuencia de los pecados sociales.

No hay -no puede haber- una condena contundente al delito y a los delincuentes porque para esta concepción lo que siempre fueron delitos y delincuentes son ahora “efectos colaterales de la exclusión” y “víctimas”.

Esta concepción ha traído a la cultura media de la sociedad la terminología del delito, la cultura del bajo fondo. ¿Qué puede esperarse cuando ha sido la propia Presidente la que por cadena nacional reivindicó a los barras bravas del fútbol como la verdadera encarnación de la pasión?

Mucha gente hizo un escándalo porque Ramón Diaz dedicó recientemente un triunfo de River a los “Borrachos del Tablón”… ¿Y qué queda para la Presidente elogiando a los cuatro vientos a esa misma raza de mafiosos?

El kirchnerismo se prepara, incluso, para coronar esta nueva aproximación al bien y al mal, reformando el Código Penal, bajando las penas de casi 150 delitos y eliminando la reincidencia como consideración judicial a la hora de juzgar a una persona.

Es verdad que los diarios de hace 20 años pueden reflejar en sus tapas la comisión de delitos. Pero lo que no habrá allí son dudas respecto de a quién debe perseguirse y quién debe ser penado. Hoy esos conceptos están en duda. Los delincuentes matan porque la sociedad los excluyó. Los delincuentes roban porque la sociedad los discrimina. Los delincuentes violan porque la sociedad los segrega. Este es el nuevo sol kirchnerista que ilumina el entendimiento con el que la sociedad opina, habla y decide sobre el delito y los delincuentes.

Ese sistema hay que “agradecérselo” a los Kirchner. Hoy ya no solo tenemos delitos que no se resuelven. Tenemos delitos que no sabemos si calificar como tales o como las consecuencias que la sociedad  debe soportar por ser malvada. 

Todo es nuevo bajo el sol del crimen, Señora Presidente. Tan nuevo como que ahora las víctimas son los victimarios y los victimarios las víctimas. Un pequeño cambio para el idioma; la diferencia entre la vida y la muerte para millones.

Es necesario que la presidente aterrice

Si bien la presidente nos tiene acostumbrados a mensajes bizarros, lo de la última semana en dos sendas apariciones -una por cadena nacional- ha superado en gran medida lo que conocíamos.

Primero fue el miércoles cuando en el aeroparque inauguró dos nuevos edificios de AA 2000. Allí se internó en una anécdota banal y falsa sobre las cajitas de snacks a bordo de los vuelos de cabotaje de Aerolíneas Argentinas. No sé si será su ostensible complejo de inferioridad respecto de los Estados Unidos, pero se internó en una comparación respecto de las cajitas de galletitas y alfajores que Aerolíneas reparte a sus pasajeros de cabotaje mientras que, según en ella, en EEUU “no te dan nada”.

Más allá de que eso no es cierto porque la provisión libre de snacks en vuelos de cabotaje norteamericanos varía mucho de línea en línea (competencia a la que la presidente probablemente no esté habituada ni comprenda) lo cierto es que no necesitaba buscar una comparación tan lejana y alambicada para cotejar el servicio de Aerolíneas. Aquí mismo, en la Argentina, la compañía LAN también reparte cajitas de snacks (provistos por Havanna) sin cobrar un centavo por ello. Es más, Aerolíneas copió ese servicio (y lo bien que hizo) de LAN que lo ofrecía con antelación. Las cajitas de Aerolíneas, por lo demás, nos cuestan un poco caras: la compañía pierde más de 700 millones de dólares por año, mientras LAN es una empresa superavitaria. De modo que esta referencia, además de camorrera, fue mentirosa e innecesaria.

El jueves, poco después del mediodía y de manera sorpresiva, se anunció una cadena nacional de la Sra de Kirchner. Casi todos creímos que haría algún anuncio extraordinario por la cuestión docente en la provincia de Buenos Aires que tenía a los chicos de ese distrito sin clases desde hace más de 15 días.

Era la suposición más lógica, después de todo. El conflicto docente había escalado a un nivel nunca antes registrado y una intervención de la presidente sonaba razonable para ofrecer una solución de compromiso a una provincia que no solo representa el 40% de la Argentina sino con la que el gobierno tiene más de una deuda, no solo económica sino también política.

Pero a los pocos minutos de comenzar, la presidente se encontraba hablando en un tono coloquial y sobreactuado de los alfajores Fantoche y de su insuperable producto, el alfajor de tres pisos. La Sra de Kirchner contaba que su dueño le había regalado uno “mini” y que no sabía muy bien si eso era un elogio o una indirecta por verla gorda.

Un rato después la presidente se internó en una tierna historia que tenía protagonista a su mamá. Contó que ella se había criado en la calurosa La Plata, pero que solo ahora su madre había podido comprarse dos equipos de aire acondicionado con lo que cobraba de jubilación (“no se lo regalé yo porque soy la presidente o alguien se lo regaló porque es la hija (sic) de la presidente… se los pudo comprar ella con su jubilación, la pensión de mi padre y porque mi hermana es jubilada de la provincia de Buenos Aires…”).

Luego contó lo que le había pasado en Italia con su esguince y lo frío que son los pasillos de los hospitales italianos y lo calurosos que son los cuartos donde se encuentran los aparatos para hacer resonancias magnéticas. En algún momento de la anécdota dijo “¿vieron que cuando uno entra en un hospital en la Argentina, en los cuartos donde están los aparatos para hacer resonancias, hace mucho frío…?”, como si en los hospitales del país los resonadores fueran un equipamiento básico y usual (¿?).

En un momento inesperado, como quien no quiere la cosa, la presidente dijo “vamos a hacer un seguimiento de cómo se comportan todos… no porque queramos vigilar, castigar, perseguir o controlar a nadie, sino porque queremos cuidar a este hijo… porque yo me siento la madre del país y estamos haciendo todo esto con un gran esfuerzo…”.

A ver, a ver, a ver… ¿cómo es esto que van a hacer un seguimiento de cómo nos comportamos?, ¿qué clase de advertencia es esa?, ¿en qué tipo de país estamos viviendo?, ¿un seguimiento?, ¿para ver cómo nos “portamos”?, ¿pero qué es esto?, ¿será el proyecto Milani en acción?, ¿un país vigilado?, ¿una ciudadanía espiada, bajo la amenaza de la sanción?, ¿qué diablos quiso decir la presidente?, ¿a qué tipo de “seguimiento” nos va a someter”?, ¿qué va a ocurrir cuando un “vigilado” no haga lo que el gobierno quiere que supuestamente haga?

¿Qué está pasando con la presidente? ¿Es ésta la etapa del sinceramiento de su “modelo”; un modelo de país policial en donde se vive bajo el “seguimiento” del Estado?

En una figura que parecía salida del “1984” de Orwell, la Sra de Kirchner se definió como la “madre de todos los argentinos” (quizás a eso se debió el lapsus de definir -cuando contó la historia del aire acondicionado- a “su” madre como la “hija de la presidente”, haciendo posible un fenómeno natural inédito como es conseguir ser la madre de su madre). Se ha repetido hasta el cansancio -hablando de nosotros mismos- la comparación de una sociedad que necesita de un “papá” (en este caso, parece ser una “mamá”) que nos diga lo que tenemos que hacer, cuándo lo tenemos que hacer y cómo lo tenemos que hacer. Y otras tantas veces se concluyó que esa imagen no es buena. Ahora parece que la “mamá” también va a vigilarnos “a ver cómo nos portamos”.

¿No será mucho? ¿No habremos tenido ya suficiente de esta concepción que bajo el manto de la sobreprotección lo único que ha logrado es una sociedad frustrada e infeliz?

Mientras tanto, la mamá que nos va a vigilar dejó que casi 4 millones de sus “hijos” estén sin clases 17 días por un conflicto desatado por una política económica que ha fulminado la capacidad adquisitiva del salario. Pero de eso la “mamá” no dijo una palabra. Interrumpe la trasmisión de todas las emisoras del país para contar historias tan personales como triviales y para decirnos que nos va a “seguir” para ver “cómo nos portamos”, pero no aporta una idea para solucionar los problemas de inseguridad, de inflación, de pago a los docentes, de narcotráfico, de corrupción que azotan con fuerza a una Argentina confundida.

Es necesario que la presidente aterrice. No puede seguir volando a una altura imaginaria sobre el cielo de un país imaginario. En tren de “seguir” el comportamiento de alguien, debería seguir el de su propio gobierno y tomar una decisión de cambio de rumbo antes que sus “hijos” tengan problemas mucho más graves de los que ya afrontan todos los días, por el mero hecho de habitar el país que ella se supone que gobierna.

“Relatos” y “farsas”

Algún día el país deberá definir qué relación quiere mantener con la mentira. Hasta ahora el lenguaje de la prosa periodística ha llamado “relato” a un conjunto de afirmaciones que no son otra cosa que falsedades. El repiqueteo oficial sobre ellas ha transformado a esa construcción en una verdad repetida como loros, sin análisis, sin comparación y sin memoria.

En sus constantes apariciones, la presidente hace afirmaciones audaces que nadie retruca porque, de hacerlo, el país viviría en una corrección permanente. Prácticamente todos los datos que conforman la realidad oficial son falsos.

El índice de precios al consumidor que confecciona el Indec está completamente desvirtuado y cada mes comunica números que son, más que una farsa, una cargada.

Moreno, quien maneja el instituto, sigue sosteniendo que se puede comer con $ 6. Es posible que ese sea, efectivamente, el perfil de país que el secretario tenga en su cabeza: un conjunto de zombis alimentándose por seis pesos.

Como consecuencia de esas mediciones el gobierno sostiene que el país tiene una tasa de pobreza que no tiene nada que ver con la realidad. Cada vez hay más villas miseria, mientras la señora de Kirchner sostiene que el modelo no deja de incluir gente.

La presidente ha dicho públicamente que antes de llegar a la función pública había sido “una abogada exitosa de uno de los estudios más importantes” del país, cuando, en realidad, no se le conoce ninguna actividad legista, ni su “estudio” (si alguna vez lo tuvo) fue importante o conocido.

El ministro De Vido ha dicho que los argentinos pagan la energía más barata de América Latina, olvidando que para sostener ese chiste hay que pagar una factura de 15 mil millones de dolares anuales de importaciones de gas y fuel oil.

Por supuesto, es sabido el constante regodeo acerca del éxito económico de la gestión y se habla de la “década ganada”. Pero, en los hechos, el país no es capaz de atraer un solo peso, es un expulsor neto de capitales y ni siquiera consigue la confianza de quienes han hecho sus dólares eludiendo la ley.

Internacionalmente la Argentina es un país aislado y sinónimo de lo que no hay que hacer. Sus socios más relevantes son países vergonzantes como Venezuela e Irán.

Ni siquiera datos evitables -como la referencia presidencial a la situación de Aerolíneas Argentinas- supera la prueba de la verdad. Días atrás, en su cadena nacional la señora de Kirchner dijo que Aerolíneas tenía “la flota más moderna y más importante de Latinoamérica”. Otra mentira: el promedio de edad de las aeronaves de la empresa es de más de 8 años, bien por detrás de Azul, Copa, Lan, Avianca, Tam y Gol. Tampoco en cantidad de aviones la afirmación presidencial coincide con la realidad: Aerolíneas está última en ese ránking.

¿Con qué objeto se miente descaradamente de este modo? Sólo hay una respuesta: el repiqueteo de la mentira siempre deja algo en el fondo de los oídos de las masas. Con repetir una farsa una y otra vez, parte del cometido ya se logró. Aunque algunos se den cuenta, la apuesta está dirigida a que un buen número lo crea.

Es indudable que un gobierno de esta naturaleza no puede despertar la confianza de las personas informadas. La señora de Kirchner podrá conquistar los oídos de la gente que está menos en contacto con la realidad. Pero aquellos que por su trabajo deben operar con verdades crudas todos los días saben que la presidente es capaz de mentir y de hacerlo delante de todo el mundo, con la mejor cara de “feliz cumpleaños”.

Esa gente, paradójicamente, es la que tiene en sus manos la posibilidad de decidir inversiones, porque es natural que la gente mejor informada sea también la que está en mejor posición para tomar decisiones sobre su stock de capital. ¿Cómo va a confiarle esa gente su dinero a un mentiroso serial; a alguien que en su propia cara falsea la verdad, les dice una cosa por otra, sin que se le mueva un pelo?

Por eso es urgente que el país se replantee esta cuestión del relato y del valor de la mentira. Hasta la condescendencia semántica de llamar “relato” a lo que no es más que una farsa debería desaparecer. Quizás un buen primer paso para empezar a relacionarnos con la verdad de otra manera sería llamar a las cosas por su nombre.

Durante estos 10 años, a la sombra de avalanchas de dinero que una situación particular del mundo hizo posible, se construyó una enorme escenografía de cartón piedra. El dinero se consumió en derroches, actos de corrupción y despilfarros políticos que ayudaron a construir una máquina de poder, en lugar de utilizar esos recursos para mejorar la infraestructura y multiplicar el capital.

Eso fue posible por la amplia tolerancia de los argentinos con la mentira. A tal grado llega ese umbral de convivencia que hasta se inventó un término suave y simpático para denominar lo que no eran otra cosa que mentiras en la cara. A todo ese cúmulo de falsedades se las llamó “relato”; una especie de “cuento” que una enorme porción de la sociedad decidió creer. Es una enfermedad con la que hay que terminar. Los argentinos creímos en la “Argentina Potencia”, en “un peso = un dolar”, y, ahora, “la década ganada”.

Es hora de ser adultos y hablarnos con la verdad. Empecemos a reemplazar la palabra “relato” por “farsa” y no estemos dispuestos a dejar pasar una sola mentira más.