Lo que está ocurriendo es un plan

Hace una semana titulábamos esta columna Todo nuevo bajo el sol del crimen, en referencia a unos comentarios de la Presidente sobre el delito. La Señora de Kirchner decía en aquel momento, mostrando una tapa de Clarín del año 1993, que nada había cambiado en la Argentina en materia de inseguridad, que “no había nada nuevo bajo el sol”, en alusión a que los que delitos de hoy no habían empezado con su gobierno.

Nuestro argumento en aquella oportunidad fue que, al contrario, en los últimos años se había profundizado un cambio sustancial en la visión clásica sobre la delincuencia y el delito en el sentido de que ahora una corriente minoritaria pero muy presente en el activismo judicial y político había ganado el centro de la escena ideológica batiendo el parche de que los delitos y los delincuentes no son una actividad ilícita que proviene del simple hecho de violar la ley y de causar daños materiales o físicos a las personas, sino que son la consecuencia de un mal anterior -del verdadero y único mal, según esta idea- que comete la sociedad al excluir a determinada población del goce de una vida igualitaria.

Esa exclusión sería el resultado de la aplicación de medidas racistas, sexistas y oligárquicas que basándose en el color de piel, en el origen social o en el sexo de las personas, intencionadamente condena a una parte de ellas a la pobreza, a la marginación y a la miseria.

La reacción de esas personas contra la sociedad racista, oligárquica y sexista sería lo que a su vez ésta llama “delitos” porque los considera atentados contra su propiedad o incluso contra su vida. Como esa sociedad nefasta es la que tiene el poder de reprimir, sanciona leyes para hacer penalmente responsables a los que en realidad son sus víctimas; víctimas de la exclusión y de la segregación.

Esta teoría fue ratificada ayer en una participación en la Feria del Libro por dos fiscales del poder judicial de la nación. Los doctores Javier De Luca y Alejandro Alagia expusieron esta tesis en defensa del proyecto de nuevo Código Penal, explicando que la pena al llamado “delito” debía ser reducida a una mínima expresión porque su convalidación era una manera de continuar el daño que se le había hecho a las personas a quienes la concepción del actual código conservador y oligárquico persigue.

Estas personas, según ellos -y en coincidencia con lo que explicábamos hace una semana- son las verdaderas víctimas y su persecución y condena no sería más que un ensañamiento de la sociedad que, no conforme con el daño que ya les causó, los persigue y los encierra.

Ratificando lo que decíamos el 24 de abril, los delincuentes y el delito serían en realidad manifestaciones de respuesta de las víctimas de la sociedad hacia la sociedad: una forma de emparejar los tantos de la Justicia. La sociedad no sólo debería abstenerse de perseguir y castigar penalmente a estas personas sino que debería aguantar los “actos de justicia” que se comenten contra ella (robos, violaciones, asesinatos) porque esas conductas no serían delitos sino manifestaciones de un conflicto social no propuesto ni querido por quienes los cometen sino por la sociedad que los segregó.

Siguiendo esta línea de ideas, llegaríamos a la conclusión de que la presente situación en la que vivimos en la Argentina no es la manifestación del fracaso de una política de seguridad mal implementada o mal concebida sino el resultado querido por la concepción que logró imponer su punto de vista en el poder judicial y en las corrientes de opinión política.

Esto es lo “nuevo bajo el sol”. Hace 20 años estas teorías (como también ocurre con ellas en todo el resto del mundo civilizado en donde no puede anotarse un solo país que las aplique) estaban en los márgenes del pensamiento político, judicial y penal de la Argentina. Allí aparecía el inefable juez de los inmuebles de usos múltiples, Eugenio Zaffaroni, explicando sus alambicadas ideas sobre las verdaderas víctimas y los verdaderos victimarios, pero poco más podía anotarse en ese sentido. Veinte años de constante repiqueteo en la Academia no ha transformado a estos pensamientos en mayoritarios pero sí en minoritariamente influyentes.

El kirchnerismo ha sido un recipiente apto para recibir los agregados de estas ideas y hoy es la manifestación política que abre paso a su implementación. Las ideas que en materia social ha desplegado el gobierno han introducido, en efecto, en la sociedad, quizás por primera vez de manera masiva, los conceptos de racismo, clasismo, sexismo, segregación, exclusión. Se ha valido de una impresionante penetración en los medios para machacar sobre estos conceptos y ha logrado transformar en políticamente correcto el pensamiento según el cual la sociedad debe sentirse culpable por lo que le ocurre a parte de sus ciudadanos. Y en alguna medida debe pagar por ello. Ese pago consistiría en aceptar que se la robe, se la viole y se la mate porque esos actos equilibran la balanza de la igualdad y la Justicia.

El domingo, en un acto del kirchnerismo puro en donde estuvieron presentes y hablaron Milagro Sala, Carlos Zanini, Luis D’Elía y el candidato a presidente preferido de Hebe de Bonafini, Aníbal Fernández, también habló el director del SEDRONAR el padre Juan Carlos Molina que dijo que para “ellos”, “nosotros somos basura, chorros, negros…”

Sin bien Molina no aclaró lo que debía entenderse por “ellos” y por “nosotros”, no es difícil interpretarlo si seguimos las instrucciones que surgen de estas ideas.

De modo que los que creen que son honestos deberían revisar sus conceptos. Los que, creyendo aquello, esperan que en algún momento se persiga a quienes en su criterio son los delincuentes, también deberían ir pensando en cambiar sus convicciones.

Lo que está en marcha es un plan. No es la consecuencia de la mala praxis, de las malas leyes o de la mala suerte en la aplicación de una política de seguridad. No, no, no. Lo que está ocurriendo se quiere que ocurra. Y como tal, seguirá ocurriendo.

Todo nuevo bajo el sol del crimen

El miércoles, blandiendo una tapa de Clarín de los ’90 que refería hechos de inseguridad, la Presidente dijo con tono de victoria: “no hay nada nuevo bajo el sol”.

La señora de Kirchner no puede con su genio y sigue presentándole a los argentinos un mundo binario: los noventa o ellos; el sector privado o el sector público (es decir, ellos); el mundo o la Argentina (es decir, ellos).

Pero el mundo no es binario y si bien siempre existieron hechos de inseguridad lo que es nuevo, lo que los Kirchner han traído en la década desperdiciada, es una nueva aproximación al delito y a los delincuentes. No es que antes no hubiera delito y delincuentes, lo que no había era la concepción que impera hoy frente a ellos.

En efecto lo que los Kirchner han traído es el concepto de la “sociedad culpable”. A priori, antes que nada, la sociedad es culpable. Es culpable de los pobres, de la desigualdad, de que unos tengan y otros no, de que unos puedan educarse y otros no, de que unos puedan trabajar y otros no.

Por lo tanto la sociedad debe pagar; es la verdadera victimaria, la autora del estrago inicial.

Esta cosmovisión ha dado vuelta la manera de ver el delito y a los delincuentes; en alguna medida ha dado vuelta los conceptos del “bien” y del “mal”; ha venido a relativizar lo que antes entendíamos por violar la ley y ha trastocado los cimientos que antes dábamos por descontados.

Al aplicar esta aproximación nueva al delito y a los delincuentes se llega a conclusiones distintas de aquellas a las que llegábamos antes. Aquí sí, todo es nuevo bajo el sol. Según esta interpretación el delito es el merecido que la sociedad debe soportar para expiar sus culpas de exclusión; para lavar los errores que sentenciaron la suerte de millones que viven en los márgenes.

Los delincuentes no son los que infringen la ley sino una especie de avanzada de la Justicia Social que vienen a emparejar los tantos que la sociedad repartió mal. Ellos no deben ser estigmatizados porque en realidad, la sociedad ya los estigmatizó y sus acciones no son otra cosa que la consecuencia de los pecados sociales.

No hay -no puede haber- una condena contundente al delito y a los delincuentes porque para esta concepción lo que siempre fueron delitos y delincuentes son ahora “efectos colaterales de la exclusión” y “víctimas”.

Esta concepción ha traído a la cultura media de la sociedad la terminología del delito, la cultura del bajo fondo. ¿Qué puede esperarse cuando ha sido la propia Presidente la que por cadena nacional reivindicó a los barras bravas del fútbol como la verdadera encarnación de la pasión?

Mucha gente hizo un escándalo porque Ramón Diaz dedicó recientemente un triunfo de River a los “Borrachos del Tablón”… ¿Y qué queda para la Presidente elogiando a los cuatro vientos a esa misma raza de mafiosos?

El kirchnerismo se prepara, incluso, para coronar esta nueva aproximación al bien y al mal, reformando el Código Penal, bajando las penas de casi 150 delitos y eliminando la reincidencia como consideración judicial a la hora de juzgar a una persona.

Es verdad que los diarios de hace 20 años pueden reflejar en sus tapas la comisión de delitos. Pero lo que no habrá allí son dudas respecto de a quién debe perseguirse y quién debe ser penado. Hoy esos conceptos están en duda. Los delincuentes matan porque la sociedad los excluyó. Los delincuentes roban porque la sociedad los discrimina. Los delincuentes violan porque la sociedad los segrega. Este es el nuevo sol kirchnerista que ilumina el entendimiento con el que la sociedad opina, habla y decide sobre el delito y los delincuentes.

Ese sistema hay que “agradecérselo” a los Kirchner. Hoy ya no solo tenemos delitos que no se resuelven. Tenemos delitos que no sabemos si calificar como tales o como las consecuencias que la sociedad  debe soportar por ser malvada. 

Todo es nuevo bajo el sol del crimen, Señora Presidente. Tan nuevo como que ahora las víctimas son los victimarios y los victimarios las víctimas. Un pequeño cambio para el idioma; la diferencia entre la vida y la muerte para millones.

El juicio de la historia será insuficiente

En una nueva vuelta de tuerca de su sesgo incendiario, el gobierno, a través del jefe de gabinete, culpó a los “empresarios y comerciantes” por la suba de los precios, acusándolos de “antipatriotas y de inescrupulosos desestabilizadores”, dando por sentado que los trabajadores y jubilados de la Argentina, sabían de lo que hablaba. Agregó que ese comportamiento daba vergüenza.

Capitanich pareció olvidar aquella vieja teoría de la psicología que dice que cuando uno habla, habla de uno, porque efectivamente el que está dando vergüenza es él. Lo último que necesitaba la piel argentina en este momento de desasosiego, cuyo único culpable es el gobierno, era un balde de odio y acusaciones rencorosas de unos contra otros para seguir avivando un fuego divisorio que, con los ingredientes que el gobierno se ha encargado de mezclar, podría resultar explosivo.

La irresponsabilidad del gobernador del Chaco solo puede explicarse por el nivel de desesperación y de ignorancia técnica que paraliza al gobierno por la vía de sumergirlo en una -paradójicamente- hiperactividad contradictoria y chapucera. Son tantas las consecuencias disparatadas que este conjunto de impericias ha causado, que el gobierno no tiene mejor idea que inventar un culpable al cual señalar públicamente para despertar la furia y la bronca de los desesperados.

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En un deterioro veloz

Es difícil que el reinicio de este contacto cotidiano no tenga una visión retrospectiva e intente recordar la situación de la Argentina cuando empezamos el receso. Con la vista puesta en aquellos días de infierno, con miles de argentinos sin luz ni agua, con cortes en rutas, calles y avenidas para tratar de llamar la atención de algún funcionario que se dignara a prestarles atención, se hace difícil pensar en un deterioro. Parecería que aquellos días resumían lo peor de una administración pésima de los recursos del Estado y del resquebarajamiento de una mentira diseminada a repetición.

Pero no. Hoy, además de que nada de aquello ha mejorado, hay otros muchos parámetros que han empeorado velozmente. La tasa de inflación y de devaluación se han disparado. Las reservas del BCRA no dejan de caer, la presidente sigue ausente y el jefe de Gabinete da, definitivamente, pena.

Jorge Capitanich deberá pensar bien lo que hace de ahora en más. Está en un momento en que mucha gente siente lástima por él y otra que prefiere reírse de lo que no puede interpretarse de otro modo sino como comicidades cotidianas. Pero está cada vez más cerca de despertar broncas irascibles. El humor de gente tiene cada vez menos espacio para la cargada y el gobernador del Chaco -en uso de licencia- está tirando cada vez más peligrosamente de esa cuerda.

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