El “episodio Campagnoli” ha sido una especie de vergüenza nacional. Un fiscal a quien se quiere echar por su pretensión de investigar los chanchullos del poder en una maniobra organizada desde la mismísima Procuraduría General, a la vista de todo el mundo, con total inescrupulosidad y sin importarles nada el flagrante atropello a la limpieza de los procederes y la burdez evidente de un trámite que tenía por objeto permitir la impunidad.
¿Y cómo ha terminado el tema? En que los propios fusiladores, reclutados por quien se comprometió ante la presidente a encargarse de que el fusilamiento se lleve a cabo, no han podido fusilarlo. Era tan escandaloso todo que quienes se suponía que no tendrían ni si siquiera vergüenza del escándalo, tuvieron vergüenza.
Todo el episodio debería servir para medir a la procuradora Gils Carbó, que, por un mínimo de dignidad debería renunciar y dejar su cargo.
En otro hecho que repasa la realidad argentina de los últimos días, rusos y ucranianos discuten quién derribó de un misilazo el avión de Malasia Airlines MH17. La fotos de la presidente pavoneándose con Putin nos vuelven a poner en el lugar equivocado; en el lugar de la violencia y de la no-democracia.
Sea que el misil fuera dirigido para matar a Putin o disparado por Putin, la Argentina anda eligiendo este tipo de aliados por el mundo, del mismo modo que antes había escogido suscribir un tratado con Irán, el sospechoso número 1 de ser el autor intelectual de la voladura de la AMIA cuyo vigésimo aniversario se recordó el viernes.
Parece mentira, pero uno llega cada vez con más convicción a la conclusión de que las decisiones de política internacional (y muchas de política doméstica) son simplemente elegidas para irritar a los EEUU, para despechar a quien creemos no nos atiende como merecemos. ¿Qué tenemos que hacer nosotros con Rusia? ¿ O con Iran? ¿Qué tienen que ver nuestras tradiciones y nuestras instituciones (si es que queda algo de ellas) con todo eso? ¿Cuáles son los puntos de contacto de la filosofía de nuestra Constitución con esa mezcla de autoritarismo, falta de democracia, yugo, imperialismo y ezquizofrenia religiosa? Evidentemente, con tal de mojarle la oreja a Washington preferimos salir en la foto con derribadores de aviones civiles o con terroristas que vuelan edificios y matan argentinos.
En otra salida incomprensible de falta de consideración y de un desoír completo de las opiniones de la calle, la presidente acaba de crear un cargo de “coordinación” dentro del ministerio de Salud para que se ocupe de cuestiones entre la Nación y la ciudad de Río Gallegos y no tuvo mejor idea que designar allí a su nuera, Rocío García, con un sueldo de $ 30.8000 mensuales. Se trata de una dependencia nueva (“Coordinadora de Articulación Local de Políticas Sanitarias”), creada ad hoc, que no existía hasta el momento y cuya misión aparece envuelta en una nube de sanata parecida a la que dio forma a otro “coordinador”, el del “Pensamiento Nacional”, Ricardo Forster.
Los tres temas comentados parecen no tener un hilo conductor y, al contrario, estar completamente desconectados. Sin embargo, hay en ellos un denominador común. Se trata del “no me importa nada”. ¿Campagnoli es un fiscal probó que hace su trabajo? No me importa nada; me molesta y lo echo.
¿Putin e Irán irritan por lo que implican a muchos argentinos? No me importa nada; me alío con ellos así enfurezco a Obama. ¿La gente está cansada del nepotismo y que los sueldos públicos sean una fuente de fortuna para familiares y “acomodados”? No me importa nada, nombro a mi nuera porque quiero ir construyendo poder para el futuro de mi familia…
En este mar de desconsideraciones se debate la administración del país. Mientras la inseguridad, la inflación, el deterioro, el aumento de las villas miseria, la pobreza, siguen su camino por detrás del relato que asegura que hemos ganado la década.