A propósito del impuesto a las ganancias

La expresa decisión del gobierno, confirmada tanto por la presidente como por el ministro de economía, de que no van a modificar el mínimo no imponible de ganancias constituye otra confirmación -por si hiciera falta- del rumbo y del modelo que encarna la idea que gobierna al país desde hace once años.

Como se sabe, en la gestión de la Alianza, el ministro José Luis Machinea introdujo modificaciones al impuesto generando una serie de escalas según los ingresos (conocida como “la tablita de Machinea) para alcanzar a más personas a la base de tributación y con ello acercar más recursos a las siempre voraces y nunca conformes fauces del Estado.

De eso han pasado ya 14 años. Los valores en pesos de aquella “tablita” siguen siendo los mismos. Sí, sí, como lo escucha: los valores en pesos de aquellas escalas siguen siendo los mismos hoy, 14 años después de una inflación creciente y evidente.

Como consecuencia de ello, hoy prácticamente toda la población económicamente activa en blanco, en relación de dependencia o independientes, paga impuesto a las ganancias sin que ningún mínimo lo proteja. Es más, las injusticias entre trabajadores en relación de dependencia y autónomos, entre los que entran en escalas subsiguientes por un aumento nominal de salarios y entre las personas verdaderamente ricas y aquellas que han cometido el inverosímil pecado de estudiar, emplearse y tener un puesto más o menos importantes en una empresa, son absolutamente desquiciantes.

Frente a todo esto, el gobierno tiene un solo argumento: si cambiamos este esquema, actualizamos las escalas, aumentamos el mínimo no imponible o ajustamos por inflación el ingreso de los autónomos, no podemos financiar los programas sociales, así que “sáquense la careta y digan: nosotros queremos que baje o se suprima la asignación universal por hijo”. Esta fue palabras más, palabras menos, la reacción oficial.

La cuestión tiene importancia porque estas decisiones indirectamente definen el perfil de país que se ha construido en los últimos años y el modelo que se pretende profundizar. Se trata de un sesgo por la informalidad, de una preferencia por la miseria igualitariamente repartida, de una desconsideración al esfuerzo, al estudio, al deseo de progreso y una opción por el clientelismo y la pauperización de las condiciones sociales.

El gobierno prefiere dejar exhaustas a las fuerzas productivas formales de la economía aspirando todos los recursos que producen para transferírselos a los sectores informales que pasan a depender clientelarmente del Estado. El desafío “moral” de Kicillof (“digan que quieren eliminar la AUH”) no es otra cosa que una chicana.

El asalto al bolsillo de los argentinos productivos de todos modos resulta insuficiente para darle a los argentinos marginados un buen nivel de vida (la AUH, con la recomposición anunciada, no llega a $650), con lo cual el gobierno ha encontrado una ecuación perfecta para reunir de un solo plumazo lo peor de los dos mundos: deja esquilmados a los argentinos formales y, aun así, no puede llevar a la dignidad a los argentinos informales.

Antes de seguir con el análisis del costado económico de esta realidad, hagamos una digresión política: resulta obvio que con este procedimiento el gobierno coopta voluntades de gente que se forma la impresión de que es efectivamente posible vivir de la limosna estatal, “rebuscándosela” aquí y allá sin ingresar nunca en la economía formal. Se estima que hoy en día esa masa puede rozar el 20% de las personas en condiciones de votar.

Por lo tanto, es por aquí por donde deben buscarse las racionalidades de estas decisiones. Está claro que, desde el punto de vista económico, el sistema no resiste el menor análisis.

Si realmente se quisiera mejorar las condiciones de vida de esos sectores en la Argentina, deberían ocurrir dos cosas: por un lado el gobierno debería facilitar las condiciones para que se genere trabajo genuino y, por el otro, esos argentinos deberían estar dispuestos a aceptar esos trabajos que se generen en lugar de preferir los planes asistenciales.

Para lograr esto el sector productivo del país debería disponer de excedentes que puedan ser derivados a la inversión, al mejoramiento de la infraestructura y a la innovación tecnológica. Si esos excedentes son aspirados por el gobierno para alimentar planes con los que se captan voluntades políticas, seguiremos sin generar trabajo y fomentando la informalidad de vivir a la espera de un plan.

Por eso las definiciones de la presidente y de su ministro son importantes en el sentido “filosófico”, para saber el contorno de país que se prefiere y que se moldea.

Ese país es el del socialismo, aquel que Churchill definía así: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria.” Es el perfil que uno observa hoy en Caracas o en La Habana en donde se multiplican los edificios descascarados, las viviendas enmohecidas y precarias, en donde una extensa red de miseria cubre el campo visual de cualquier observador.

El llamado proceso de redistribución de la riqueza -para el que la herramienta impositiva es esencial- se ha convertido en un proceso generador de pobreza en la que caen los esquilmados trabajadores formales, los empresarios y los trabajadores independientes, y de la que no pueden salir los asalariados informales, los indigentes y los marginales.

El esquema económico en el que estamos profundizará este perfil. Bajo la demagógica careta de ayudar a los que menos tienen y bajo la chicana moral de que, quienes se nieguen a ello, quieren la exclusión de algunos argentinos, seguiremos construyendo un país cada vez más mísero, con menos trabajo real, con menos riqueza y con más dependientes de la limosna política. Será un perfil en donde el verso de la “moralidad” y la “solidaridad” tape la verdadera inmoralidad de mantener a propósito en la miseria a millones a cambio de que crean que el gobierno los ayuda y cubra la verdadera insolidaridad de perpetuarse para siempre en el poder.

El ofensor ofendido

Uno se refriega los ojos frente a las declaraciones. Vuelve a leerlas para ver si no leyó mal. Pero no. Todo está bien leído. No hay errores. Lo dicho fue dicho.

“Cuando se habla de una Argentina violenta se quieren reeditar viejos enfrentamientos”, fueron las palabras de la Sra. de Kirchner en la inauguración del mural de Carlos Mugica para referirse al documento de la Iglesia sobre la “enfermedad de la violencia” que padece la Argentina.

“¿Se quieren reeditar?”, ¿quién los quiere reeditar? O mejor dicho, ¿quién los quiso reeditar? O mejor aún ¿quién los reeditó ya?

A la presidente le convendría repasar el fraseo de algunos “cantitos” de La Cámpora, o de algunos de sus ministros, legisladores, funcionarios y allegados oficiosos al gobierno. O incluso el contenido de más un discurso suyo.

¿Quien convocó públicamente por primera vez a odiar, sino Luis D’Elía?, ¿quién sino Juan Carlos Molina habló de “ellos” y “nosotros”, para decir que “para ‘ellos’, ‘nosotros’ somos basura, chorros, negros…”?, ¿quién es el que crea enfrentamientos allí?¿quién trajo a la Argentina ese idioma clasista y racial tan ajeno a nuestra tradición?

¿Quienes son los que hablan de “cipayos”, “gorilas”, “oligarcas”?, ¿quienes son los que, aquí y allá, andan metiendo esos rótulos en la frente de la gente?

¿Quiénes fueron los que empapelaron la ciudad con los nombres, apellidos y las fotos de ciudadanos argentinos bajo el título “Estos son los que te roban el sueldo”? ¿Quién elogió a los barras como la “pasión del fútbol”?

¿Quién revolvió el pasado como quien urga en la materia fecal pensando encontrar allí algo que le convenga a sus intereses?, ¿quiénes parecen justificar la violencia delincuencial vendiéndola como una consecuencia de la tarea “excluyente” que la sociedad burguesa habría hecho deliberadamente con anterioridad?

¿Quién inventó Tecnópolis para oponerse a La Rural?, ¿quién el Encuentro Federal de la Palabra para oponerse a la Feria del Libro?, ¿quién en Centro Cultural Nestor Kirchner para oponerse al Teatro Colón?, ¿quién repiqueteó con un nuevo revisionismo histórico cuyo último objetivo era defenestrar a algunos argentinos?

La presidente en uno de sus inefables tuits dijo que algunos que visitan a Francisco en Roma deberían leerlo más. ¿Lo ha leído ella? ¿Quién se ausentó de todos los Tedeums presididos por Bergoglio en la Catedral de Buenos Aires mientras el hoy Papa era Cardenal de la Argentina?

¿Quién trasmitió la idea del campo como la última basura de la Argentina?, ¿quién estigmatizó a Roca, a Alberdi a Sarmiento y a otros tantos argentinos que fueron importantes para muchos argentinos?, ¿quién la emprendió contra ciudadanos privados para tratar de vincularlos artificialmente con la dictadura militar?, ¿quién creó aquella imagen tremenda de la gente que “secuestró los goles”, como antes secuestraba personas?, ¿quién ha llamado “zánganos” a los opositores?, ¿y quién “papagayos” a los defensores de la seguridad jurídica y del clima de negocios?

Pero lo más inaudito de todo es que estos procedimientos no fueron una consecuencia inadvertida e indeseada de una política sino la aplicación consciente y perseguida de un plan pensado y llevado a cabo de acuerdo a las enseñanzas divisionistas de Laclau.

¿Quién creo “Justicia Legítima” para llevar la grieta también al seno de la Justicia el enfrentamiento de la calle?, ¿quién martilló cuatro años con el latiguillo “Clarín miente” y con la idea de que había que crear un conglomerado de medios partidarios (fondeado con dineros de todos los argentinos) para contrarrestar aquella “influencia”?, ¿quién pronunció, con la cara llena de furia, la frase “vamos por todo”, como si nada debiera quedar en pie de lo que perteneciera a todo aquel que no fuera kirchnerista?, ¿quién ha trasmitido la idea de que todo el mal que sufren algunos argentinos se debe a la “culpa” de los otros argentinos?, ¿quién ha estimulado la bronca de unos contra otros?

El reguero de división, de rencor -en muchos casos de odio directo- que se ha creado en estos años solo puede ser comparado al tiempo de Rosas o a los últimos años del Perón de los 50.

Es tan incontrastable la realidad que ha ocurrido desde el punto de vista de la división social en la Argentina en los últimos años que la pretensión de la presidente de endilgarle también esa culpa a los demás raya con el cinismo. El mismo que cualquier podía advertir en D’Elía pidiendo amor luego de convocar al odio.

Dicen que la presentación de los abogados de Apple en su millonario juicio contra Samsung fue muy sencilla. Parado frente al jurado, el abogado de la “manzanita” dijo: “Seré muy breve: solo voy a limitarme a preguntar cómo era un teléfono Samsung antes del iPhone”

En este caso en que la presidente pretende echar un manto de dudas sobre quién creó el clima de enfrentamiento en la Argentina, también sería muy útil responder la simple pregunta: ¿Como era el clima social de la Argentina, hace 15, 18 o 20 años? ¿Cómo era antes de los Kirchner?

La Argentina antes de los Kirchner tenía muchos inconvenientes. Pero con gran esfuerzo iba dejando que el tiempo opere sobre sus viejas heridas y apostando a que un pasado negro quedara definitivamente atrás. La prédica de las Bonafini de este siglo enterró aquel intento de paz. Ese odio repugnante, visceral, intransigente triunfó. A los codazos se hizo espacio en los huecos elevados del poder y desde allí se enseñoreó en el rencor, en la rabia y en la negativa a cualquier reconciliación. En esas almas solo reside una inconmensurable sed de venganza y una incontenible vocación por no dar el brazo a torcer.

El documento de la Iglesia no es ningún descubrimiento. La violencia de la Argentina actual no es algo opinable: es la triste realidad, un puerto de llegada al imperio de una terminología, de una postura, de una propuesta frente a la vida. El gobierno no quiso tenderle la mano a nadie que no fuera propio. Bajó desde las alturas un lenguaje de intolerancia a la diferencia que es tan evidente como las mentiras económicas. Ningún discurso que convierta en ofendido al ofensor borrará esa realidad que todo argentino imparcial y de sentido común conoce y sufre todos los días, desde hace 11 años.

Hora de combatir el delito con profesionalismo

El principal argumento del gobierno para explicar cuanta cuestión se relacione con el principal drama argentino de hoy -esto es, la inseguridad- implica el reconocimiento del fracaso más absoluto sobre un terreno en donde el mismo gobierno se atribuye todas las victorias.

En efecto, la aproximación oficial al tema de los delitos y de la delincuencia báscula sobre un alto componente clasista que concluye que esa realidad (en el peor de los caos de que fuera tan grave como se dice) es la consecuencia de un proceso de exclusión social que ha dejado a la intemperie de los goces del confort y del desarrollo moderno a millones de personas que, concientes de su indigencia y de su marginalidad, no les queda otro camino en la vida que salir a delinquir, porque la sociedad le corta -poco menos que a propósito- toda vía decente de ascenso social.

Si esta alambicada teoría fuera cierta,  el gobierno estaría reconociendo que, luego de más de una década en el poder, no ha podido incluir a nadie en el sistema social sano y evolutivo y que, al contrario, ha mantenido o empeorado las condiciones de vida de los millones que hoy se debaten en la miseria. El propio razonamiento oficial llevaría como de la mano a caer en una alternativa de hierro: o es falso que la exclusión genera delito o es falso que estos diez años hayan sacado a alguien de la exclusión. Si el proceso económico kirchnerista hubiera sido tan exitoso como sus protagonistas dicen, y también fuera cierto que la causa del crimen es la pobreza, ambas posiciones oficiales no podrían ser verdaderas al mismo tiempo.

El Congreso fue el jueves el marco físico para la reunión del “Encuentro Federal por una Seguridad Democrática y Popular”, y en esa ocasión se volvió sobre la misma cantinela ideológica de la “restauración de derecha” que enarboló Agustín Rossi frente a Luis D’Elía, Milagro Sala, Estela de Carlotto, el padre Molina, Julián Dominguez,  el “Chino” Navarro y Alejandra Gils Carbó.

Desde el propio nombre de este foro se insiste en asociar la cuestión de la seguridad con la democracia y lo “popular” como si el encare riguroso de la cuestión significara poner a quien lo proponga en la vereda antidemocrática o antipopular.

Por lo demás, no se sabe muy bien quién dio la autorización para que este grupo de personas se arrogue la exclusividad de lo “popular” y, por otro lado, es bien sabido que hay muchas posibilidades de que quien más machaque sobre lo “democrático” de sus características probablemente sea todo lo contrario.

La insistencia es asociar el submundo del delito con el pobrerío marginado, tal como lo dejan traslucir quienes defienden una aproximación laxa y zaffaroniana a la problemática (Movimiento Evita, Barrios De Pie, Tupac Amarú, La Cámpora, Unidos y Organizados, etc), una aproximación injusta y demagógica sobre el tema. Dar a entender que los delincuentes son delincuentes por ser pobres es ignorar el costado de las víctimas de los delitos que, en su mayoría, son pobres y, en el lenguaje oficial, “excluidos”. Si bien existe una incidencia de las condiciones sociales en la delincuencia, ese dato no es uniforme, porque hay millones de pobres (la mayoría, por otra parte) que son honrados y que siguen teniendo esperanzas en que el trabajo los saque de su condición.

Son estos los verdaderos estafados del régimen. Esas ilusiones, que una década de despilfarro y derroche han hecho trizas, son una de las primeras víctimas del drama de la inseguridad. El sistema económico que consumió en el altar del corto plazo el que probablemente haya sido el flujo de fondos más impresionante de los últimos cien años en la Argentina es el responsable de no haber cumplido precisamente con lo que declara por otro lado como el origen de la inseguridad.

Si el modelo kirchnerista hubiera elevado la condición social de millones, al menos estaríamos en condiciones de verificar si es cierto que, en ese caso, la seguridad aumenta y la delincuencia cae.

Pero la realidad, por la propia lógica del gobierno y de sus movimientos afines, demuestra que la organización económica de esta década ha sido un fracaso rotundo que arrojó a la marginalidad y a la indigencia a vastas franjas de la población en un proceso de concentración de riqueza pocas veces visto.

La insinuación oficial y de la ideológica usina “intelectual” de Justicia Legítima de que la inseguridad debe encararse desde políticas “sociales” de inclusión y de que mientras se haga ese trabajo no se puede hacer otro es completamente falsa.

Si bien es cierto que una mejora en los términos de desarrollo económico de toda la sociedad incide en los niveles de delito y en los indices de criminalidad, no es cierto que no se pueda hacer nada mientras se trabaja en aquellas profundidades. El encare correcto de la problemática señalaría un camino doble en donde, mientras se dispone de herramientas económicas capaces de dirigir al país al desarrollo, se ataque el problema urgente que termina con la vida de la gente en plena calle.

Lo único que no puede hacerse es practicar  una política económica que dirige al país al atraso y al subdesarrollo y entregarse a la inacción total respecto de una de sus posibles consecuencias: el aumento de la criminalidad.

Y este es precisamente el punto de vista que parece desprenderse del gobierno en todos sus ordenes, con la posible excepción esporádica del secretario Berni: defender un sistema económico retrógado que multiplicó, por ejemplo, por 130% la población en villas miseria y al mismo tiempo decir que contra el delito no se puede hacer nada mientras no se termine con la pobreza. La contradicción de ese razonamiento es evidente: digo que la pobreza es la causa de la delincuencia y pongo en práctica teorías económicas que lo único que hacen es fabricar pobres.

Por respeto a los muertos, a los robados, a los que todos los días viven bajo la amenaza del delito, es hora de dejar de hacer política demagógica con la inseguridad y encarar con sinceridad y profesionalismo el problema. Mientras la ideología ciega, la demagogia corrupta y cínica, la ignorancia y en chanterío estén a cargo de buscar las soluciones, seguiremos en este camino de decadencia que tiene la triste decoración de la muerte, de la violación, del asalto y del robo.

Sobre el “empoderamiento”

La presidente parece haber inaugurado el reinado de un nuevo término. No pasan dos frases en sus frecuentes apariciones en cadena nacional sin que pronuncie la palabra “empoderar”. Con este concepto la Sra. de Kirchner parece querer trasmitir la idea de que su gobierno está embarcado en la tarea de trasmitirle “poder” a la sociedad, en su criterio, retirándoselo a las “corporaciones”.

La luminaria tarea del kirchnerismo, aquella que vino a abrir una senda revolucionaria en la historia del país, sería, según este idea, la que consiste en producir un enorme trasvasamiento de poder a favor de “la gente”.

Pero cuando uno analiza estos años enseguida advierte una enorme contradicción. O estamos frente a una nueva mentira que, con una elipsis del lenguaje, pretende disimular una realidad opuesta, o la presidente tiene un concepto sumamente discutible de lo que debe entenderse por “sociedad” o por “gente”.

La sociedad es la resultante de un conjunto de individuos privados que, organizados bajo un orden jurídico racional, se da sus propias normas y elige sus propias autoridades para satisfacer el costado gregario del hombre que lo inclina a interactuar son sus semejantes en una determinada porción de territorio.

En esa interacción, las personas ponen en funcionamiento resortes de vida propios que, siempre de acuerdo con la ley, materializan el funcionamiento cotidiano del país, determinando su progreso, su estancamiento o su decadencia. Parte de la organización institucional supone la organización de un gobierno que se encargue de la administración común, pague los gastos y entregue las condiciones de seguridad mínimas para que los ciudadanos puedan desarrollar su vida de acuerdo a cada uno de sus horizontes individuales.

Para realizarse en la vida cada individuo necesitará del otro, porque todos llegamos al mundo en alguna medida “incompletos”. La interacción con el otro nos permite “completarnos” y a partir de allí progresar.

Como resultado de esas múltiples interacciones surgirán por supuesto individuos (o uniones de individuos) más “poderosos” que otros, pero esta es, en alguna medida, la gracia de la vida: el hecho de que cada uno pueda avanzar gracias a su capacidad, a su esfuerzo, a su voluntad y al tipo de asociaciones o relacionamientos que desarrolle.

En ese sentido es correcto que en una sociedad surjan sectores fuertes, poderosos, “empoderados”, diría la presidente. El “empoderamiento” natural y espontáneo es el único “empoderamiento” democrático porque surge del ejercicio de la libertad y del uso combinado de los derechos civiles. En todo caso ese “poder” es accesible por todos, porque todos, en un ámbito de libertad y de igualdad de oportunidades, tienen la capacidad individual de construir una vida “empoderada”

Pero el sistema social que la Sra de Kirchner tiene en mente es muy diferente. Ella parte de un concepto también muy distinto de lo que debe entenderse por “sociedad” o por “gente”. Según esta idea la sociedad no es la resultante  de la vida conjunta de un grupo de individuos libres cuyo “poder” consiste justamente en vivir libremente y tejer las asociaciones que les permitan cumplir sus metas o realizarse en la vida. Al contrario, si por el imperio de la libertad y por el ejercicio normal de los derechos civiles, ciertas personas lograran formar asociaciones privadas “poderosas”, esa no sería una señal de que el poder lo tiene “la gente” o la “sociedad” sino que grupos “concentrados” le han arrebatado ese poder a los débiles por lo que es preciso la intervención del Estado para que ese “poder” regrese a la verdadera “sociedad”.

Es de ese “empoderamiento” del que habla Cristina. Cuando pronuncia esa palabra lo que busca es más poder para el Estado, con la única diferencia que lo disfraza, haciéndole creer a la gente que lo reclama para ejercerlo en su propio favor.

Para la presidente la “sociedad”, “la gente” es el Estado, y el Estado es ella. Cuando legisla para retirarle poder a los privados “poderosos” no lo hace para trasladárselo a nadie sino para quedárselo ella. Con la diferencia entre el poder que saca y la ilusión que vende hace lo que en la historia del mundo se conoce como demagogia.

No hay mejor manera de “empoderar” a la sociedad (si es que la presidente fuera sincera) que permitir un alto grado de ejercicio libre de los derechos para que justamente la ciudadanía privada que conforma la sociedad sea la realmente poderosa. El razonamiento contrario no “empodera” a la sociedad sino al gobierno, es decir a un conjunto de ciudadanos que por ejercer el monopolio de la política, se adueña de los sillones del Estado.

En realidad el “empoderamiento” de “la sociedad” como ente colectivo no existe. Para que “la sociedad” sea empoderada necesita encarnarse en alguien, porque los poderes los ejercen las personas, no las entelequias. Ni siquiera existiría el “empoderamiento” del Estado, porque el “Estado” también es un colectivo imaginario. Por eso estas historias que pueden resultar tan simpáticas a los oídos populares a primera vista (razón por la que se hacen) siempre terminan haciendo más fuertes a los burócratas y menos “poderosos” a los ciudadanos.

No sabemos si la presidente cae en esta confusión de manera inocente (es decir creyendo de verdad que su acción entrega más derechos a los individuos) o si lo hace por el cálculo político de saber que por ese camino la única que resultará con más poder será ella.

Pero quienes no pueden tener dudas sobre esto son los ciudadanos. Éstos son “poderosos” (o se hayan “empoderados”) cuando el ejercicio libre de sus derechos les permite ser independientes de los favores del gobierno. De lo contrario serán dependientes de esas dádivas y ningún dependiente estará jamás “empoderado” de nada.

Los otros aumentos

La presidente volvió a la escena de la mano de una palabra que gobernó gran parte de su discurso. “Aumentamos” dijo, haciendo un juego de palabras, mofándose de los “aumentos de precios”, argumentando que “ellos” -el gobierno- aumentaron una cierta cantidad de dudosas variables. Pero la presidente olvidó otros muchos “aumentamos”.

Algunos han sido muy graves en términos sociales. Algunos le han costado la vida a miles de argentinos inocentes, como el aumento del número de criminales sueltos por la calle que tienen a la ciudadanía viviendo en estado de pánico. Otros dejarán secuelas culturales que costará mucho erradicar, como la inútil división social y el rencor gratuitamente repartido. Algunos esperan respuestas judiciales, como fue el aumento inexplicado de algunas fortunas. Y otros han traído a la Argentina males y escenas desconocidas para nosotros hasta hace sólo unos años, como las que entregan los sicarios del narcotráfico matando gente por la calle. Otros están respaldados por las cifras oficiales: cuando en el censo de 2001 vivían 10 personas en una villa miseria, en el censo 2010 vivían 16, un 60% más.

Algunos tendrán impacto por años en la Argentina, como el “aumento” del aislamiento internacional y del pésimo concepto que le hemos trasmitido al mundo. Otros han profundizado las peores prácticas de nuestra historia, llevando el unitarismo fiscal a niveles extorsivos que convirtieron a las provincias en meras dependencias del gobierno nacional.

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El campo se la ve venir

El discurso del presidente de la Sociedad Rural el sábado dijo cosas que ningún político de la oposición se anima a decir. Era él el que parecía un político. Otros dirigentes del campo se sorprendieron por la crudeza de las palabras. Pero su postura dejó en claro que la división de la Argentina es profunda y que su cicatrización será difícil. El gobierno de los Kirchner ha tenido, en ese punto, la eficiencia de la que ha carecido en la gestión. Si hubiera sido tan eficiente en disminuir la pobreza, acumular capital, elevar el nivel de vida, mejorar la infraestructura y disminuir la pobreza, hoy la Argentina sería un país vivible, con alta inversión, creación de empleo, mejora real del salario y bajos índices de inseguridad.

Pero el gobierno puso todo su énfasis en generar un enfrentamiento entre dos países irreconciliables: o se está con ellos o se está contra ellos; su último eslogan de campaña vuelve con la misma cantinela: “hay que saber elegir”, como si lo único elegible fueran ellos.

Pero a ese factor social se suma otro ingrediente. La división de la gente se apoya sobre un tembladeral económico; parte de las mentiras repetidas durante estos últimos diez años ya no tienen margen para su continuidad y mantenimiento y comenzarán a demandar correcciones impopulares.

¿Cómo reaccionarán los engañados de todos estos años? La única manera de mantener lubricado los bolsillos de aquellos a quienes se ha comprado a fuerza de dinero abundante será multiplicar la emisión. Pero ese procedimiento incendiará los billetes en las manos de la gente que verá caer su poderío de compra ya no por mes, sino por horas.

Los sindicatos pueden generar un escenario de tensiones permanentes si el gobierno no da respuestas y esas respuestas tarde o temprano deberán volcarse a la ortodoxia. Las cajas internas van agotándose (aunque quedan algunas) y el gobierno ha inmolado la posibilidad de recurrir a los mercados internacionales, que, dicho sea de paso, están por pronunciarse categóricamente en favor de que la Argentina pague lo que le debe a los tenedores de bonos que no entraron en el canje de deuda.

Esa desesperación puede ser la fuente de algunos disparates que incluso en estos días comenzaron a despuntar. En ese sentido el inefable Guillermo Moreno ha presionado a algunos bancos para que le “sugieran” a sus clientes que vendan sus dólares. ¿En calidad de qué una institución financiera va a prestarse a ese apriete?

¿Con qué autoridad supone Moreno que un banco puede decirle a una persona que venda sus dólares?

El fracaso estrepitoso de la operación de los CEDINES (que consistía en entregar dólares verdaderos a cambio de dólares falsos) puede llevar a una radicalización de la tendencia estableciendo, por ejemplo, un impuesto especial sobre fondos declarados en el exterior para obligar a una repatriación forzosa. Algunos economistas sostienen que ésta es una posibilidad nada disparatada.

El resultado de octubre (no de agosto, sino de octubre) puede tener un impacto sobre estas cuestiones.

Un gobierno normal frente a una derrota esperable en la provincia de Buenos Aires podría reaccionar reviendo algunas de sus posturas. Pero el de la señora de Kirchner no es un gobierno normal. Algunos sostienen que es el resultado de un combo de impericia, corrupción y malicia. El producto de esos ingredientes no retrocederá fácilmente aun con una derrota. Es más, sus antecedentes inmediatos lo confirman. En 2009 cuando Francisco De Narváez derrotó a Kirchner y a Scioli juntos, el entonces esposo presidencial redobló la apuesta y en pocos meses había conseguido salirse con la suya. El manejo del dinero fue fundamental para bloquear el nacimiento de una oposición más o menos ordenada. En aquel momento pudo hacerlo. ¿Están dadas las condiciones para repetirlo ahora?

Como se ve la cuestión vuelve a caer en el mismo punto: la necesidad de manejar fondos. Para hacerse de esos fondos el gobierno hará cualquier cosa. O mejor dicho, es capaz de hacer cualquier cosa.

Es justo reconocer que los Kirchner les han encontrado el punto “G” a los argentinos. Ese lugar crucial de máximo éxtasis es el dinero. A fuerza de dinero el gobierno ha conseguido objetivos que si fueran analizados desde el punto de vista de los principios o las convicciones, jamás habrían sido posibles.

Pero la sociedad tiene una cuestión evidentemente irresuelta con la plata: desarrolla un discurso completamente crítico hacia la importancia de lo material, pero luego está dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero.

La irrupción de un discurso duro como el de Etchevehere impacta más porque ningún dirigente de otra fuerza viva de la sociedad se había animado a llegar tan lejos. Todos siempre han dejado una rendija para pactar con el gobierno. No se sabe si ha sido el miedo, la revancha, el escrache o la persecución,  pero lo cierto ha sido que la comunidad empresaria no se ha expresado en defensa de los valores republicanos ni siquiera cuando el atropello llegó a los mismísimos principios por los cuales las empresas existen, como por ejemplo, cuando costados inconfundibles del modelo atentaron contra el derecho de propiedad.

Esa ausencia de valentía tiene que ver con aquella relación irresuelta con el dinero: siempre se cree que éste estará más en peligro si se enfrenta al poder real que si se pacta con él. Muchos, pensando así, han comenzado a tejer la soga con la que van a ahorcarlos.

Once millones de personas viven, de una u otra manera, gracias al dinero del Estado. Se trata de un ejército que puede defenderte o matarte. El gobierno ha apostado a la pauperización de una enorme porción de la sociedad para después colonizar su cerebro con la farsa de su relato: transforma a la gente en pobre, para después decir que es el gobierno de los pobres. Mejora su condición un escalón, pero siempre estando atento a que la mejora sea lo suficientemente visible como para usufructuarla electoralmente pero económicamente inoperante para cambiar el modelo de pauperización mental. El control sobre la ingesta alimenticia es fundamental para aspirar a seguir produciendo zombis que se encandilan con un billete nuevo en su bolsillo sin darse cuenta que ni ellos ni su prole pueden pensar.

El enorme valor agregado generado por el campo en los últimos 10 años ha servido para multiplicar una máquina de empobrecimiento. El dinero se ha usado para fabricar más pobres. Luego a esos pobres se les ha dicho que sin el gobierno de su lado morirían de hambre. Esta ha sido la manifestación más profunda de la corrupción. Una estafa divisionista que ha sido exitosa, que no tiene miras de cesar y por la que el gobierno vive y perdura. El escenario de los próximos años se caracterizará por la lucha para hacerse de los fondos que financien la continuidad de esa idea.  Etchevehere sabe que tiene todos los números de la rifa cuyo premio mayor son esos fondos. Quizás eso explique la aridez de sus palabras.

Repensando a Sergio Massa

El intendente de Tigre ha sido criticado -incluso desde estas mismas columnas- por no dar una señal clara sobre dónde está parado.

En efecto, desde muchos lugares, la indefinición de Massa ha sido materia de opinión negativa en los lugares de análisis de la política nacional porque en todos ellos se parte de la premisa de que el país está en un momento en donde se necesitan palabras firmes y posiciones claras.

La propia presidente ha reclamado eso desde su venerado atril: “hay que saber de qué lado se está”, dijo enfervorizada, como siempre.

Y es cierto que en, primera instancia, paracería ser mejor tener una postura transparente y de contornos firmemente marcados, en un momento en que el país se acerca a una elección trascendental para su futuro.

Pero viendo el escenario con algo más de distancia y perspectiva, quizás haya que darle una oportunidad más a quien aparece hoy por delante de todos en las encuestas.

El kirchnerismo ha extremado en los últimos 10 años todas la variables posibles de la vida social. No ha hecho otra cosa más que someter a una constante confrontación prácticamente todas las cuestiones nacionales. Con ello ha conseguido dividir y enfrentar fuertemente a los argentinos. No hay medias tintas en la constelación kirchnerista; no se admite la moderación ni la equidistancia. Todas esas grisuras son sacrilegios para el gobierno y, particularmente, para la señora de Kirchner.

Cristina Fernández ha profundizado ese sesgo durante sus dos gobiernos. A la estrategia de confrontación de Néstor Kirchner, ella le ha agregado estigmas y anatemas.

Lo natural en esas circunstancias es que se haya formado, efectivamente, un polo absolutamente ceñido a su poder que la sigue incondicionalmente y otro polo que no la puede ver, que desearía verla terminar su período para que se inaugure un riguroso proceso de investigación judicial en el que deba responder todas las dudas que se abren frente a ella.

Este último grupo también sueña con un 2015 en donde comience a revertirse todo lo que se hizo desde 2003, por el simple expediente de comenzar a hacer exactamente lo contrario.

Desde el punto de vista humano y teniendo en cuenta cómo el kirchnerismo se ha manejado con quienes no pensaban como él durante estos años, esa reacción es casi natural. Pero probablemente, si lo que se persigue realmente es el bien del país y no simplemente la revancha política (como el propio kirchnerismo demostró que ése era el único objetivo de su gobierno) aquella no sea la alternativa más inteligente.

En efecto, es posible que los cambios que gran parte del país reclama no puedan hacerse de golpe, ni mucho menos empujando el péndulo de la soja con una fuerza inmensa hacia su extremo opuesto. Esa reacción visceral conformaría los instintos más bajos del revanchismo, pero llevaría al país de nuevo a un enfrentamiento efímero: sería hacer más kirchnerismo, sería reconocer que los Kirchner ganaron la batalla cultural de que no puede haber una Argentina unida, sino que siempre debe haber dos países enfrentados, con la necesidad de considerarse enemigos uno del otro.

En este punto la grandeza de la magnanimidad puede hacerle un gran favor a la República. Si quienes derroten al kirchnerismo lograran iniciar un alejamiento gradual de la visión del mundo en la que los Kirchner embarcaron al país en estos últimos 10 años en lugar de pretender producir un cambio copernicano en un período muy corto de tiempo, seguramente las posibilidades de que el país no vuelva a caer nunca más en semejantes desvaríos aumentarán. Puede que resulte paradójico pero de algunas adicciones sólo se sale si la dosis de adicción no se corta radicalmente.

Lo natural es que quien rechaza visceralemente algo tienda a creer que hay que dejar de hacerlo en la primera oportunidad que se presente. Pero muchas veces la sinuosidades de una estrategia más fría produce efectos más convincentes y duraderos.

Esta interpretación nos obliga a repensar a Sergio Massa. No estoy diciendo que el intendente de Tigre sea un magnánimo que, estando en la vereda opuesta al kirchnerismo, entienda la conveniencia de empezar a terminarlo de a poco y no de golpe. Al contrario, es posible que en la mente de Massa sólo figure el cálculo político. Pero lo que puede ocurrir en este caso es que la avaricia del cálculo político coincida con lo que conviene hacer desde el punto de vista de intereses un poco más elevados.

Muchos de los efectos de esta táctica de hormiga quizás exasperen a los que reclaman ver al kirchnerismo -y a la presidente en particular- pagando sus cuentas una arriba de la otra y cuanto antes. Pero el futuro de la Argentina es más importante que eso y si el precio a pagar es ser “suave” en la transición, pues soy de la idea de pagarlo.

Hasta es posible que ese precio incluya el que algunas cuentas del kirchnerismo queden sin pagar; que muchos de los que desfilaron por el gobierno en estos años “se salgan con la suya”, incluida la propia presidente. Pero si queremos salir de la revancha y del péndulo no habrá que descartar cierto olvido.

Se trata del olvido que el kirchnerimo prefirió no tener. Como si se tratara de alguien que pudiera subirse a un pedestal inmaculado, libre completamente de culpas, los Kirchner se colocaron a sí mismos en un lugar desde el que juzgaron a Dios y a María Santísima, repartiendo epítetos de todos los colores y adjudicándose el patrimonio de la verdad.

Ese camino sirvió para que lleguemos al lugar en el que estamos hoy: el de un país partido al medio, con posiciones casi irreconciliables. Por eso, si Massa ha decidido ser alguien diferente pero “de a poco”, ojalá su cálculo político coincida con el cicatrizante que estamos necesitando.

No importa que esa táctica impida ir a enrrostarle un triunfo categórico en la mismísima cara de la presidente y de todos aquellos impresentables que se lo tendrían merecido, por la altanería y la soberbia de todos estos años. Después de todo el kirchnerismo ha sido un fenómeno con suerte: es posible que siga teniéndola aun en su caída y que sea la primera víctima política de quien su vencedor no hace una carnicería.

Pero, repito: ese será un precio barato si su contrapartida es salir de la lógica de la revancha.

Los países civilizados han avanzado por “evolución”, no por “revolución”. Habrá que acostumbrarse a salir de la cosmovisión kirchnerista usando dosis homeopáticas y apostar a que ese trabajo lento pero titánico nos liberará definitivamente del fraticidio.

La candidatura de Massa

El lanzamiento del intendente de Tigre como candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires sólo sirvió para disparar docenas de especulaciones políticas. Porque en realidad, Sergio Massa no ha dado una sola pista acerca de lo que piensa. Salvo su categórica y bienvenida opción por la no-reelección -como concepto político y no como un “no” a Cristina-, en lo demás la nueva estrella política del país ha permanecido en la ambivalencia. Massa cree en el agotamiento de las personas y de las maneras pero no del rumbo. Supone que la sociedad está harta de las peleas y del enfrentamiento pero entiende que, en general, suscribe las líneas del gobierno.

Y puede no faltarle la razón al intendente. El pequeño detalle que él y, evidentemente, la gente que piensa así no están advirtiendo es que una cosa no es posible sin la otra: este tipo de personas, las peleas, la agresión y el atropello son la consecuencia irascible y necesaria de una línea de gobierno. La continuidad de esa línea generará las mismas consecuencias que las que Massa supone -no sin razón- tienen hastiada a la gente.

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Ahora, la Constitución

Nada está terminado para el kirchnerismo. La lógica de creer que el gobierno es capaz de procesar un “no” por respuesta a sus intenciones; de entender un “no se puede” como recordatorio de que sus pretensiones tienen límites, no entra en la dinámica de su cosmovisión. El kirchnerismo -el gobierno- no va a aceptar que la Corte le diga que “no” a lo que quiere; y si el argumento judicial para decir que “no” es la Constitución, pues habrá que emprenderla, entonces, contra la Constitución. Éste es el próximo paso.

Si uno se fija bien en la historia de los últimos 10 años la mecánica uniforme del gobierno ha sido guiada por la lógica de la espiralización: frente a un obstáculo en el objetivo perseguido, la respuesta fue arremeterla contra el obstáculo, a cómo de lugar, de cualquier manera.

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