Con muy buenas intenciones suele decirse que “hay que sacar a la gente de las villas”. Quienes lo dicen quizá pretenden que la gente que vive en las villas deje ese lugar y pueda insertarse por completo en la ciudad o en la parte de la ciudad que no es villa. Lo cierto es que esta frase encierra —más allá de la intención con la que se profiera— una serie de paradigmas y concepciones que pueden tornarse peligrosos para una sociedad.
La deconstrucción de esa idea, que incluso suele ser sostenida por figuras de la política, pone en evidencia la vieja contraposición entre civilización y barbarie que ha causado estragos en el mundo. Las potencias europeas adoptaron esta perspectiva cuando conquistaron sus colonias. Naciones civilizadas que se encontraban con pueblos “salvajes” que, para ingresar al mundo civilizado, necesitaban de la luz y la verdad de sus conquistadores. Con esto no quiero hacer un juicio histórico, porque no tendría demasiado sentido juzgar a alguien del 1800 a partir de nuestros criterios. Sin embargo, hoy en día muchas personas suelen ver a las villas así: como un lugar que debe ser “civilizado”.