DDHH: el relato desmentido por sus propios dueños

Las conmemoraciones de hoy no harán sino ratificar que en torno al 24 de marzo se ha construido un relato políticamente correcto que adormece las conciencias como lo escribí hace un año (Ver: Día nacional de la hipocresía).

Sin embargo, cada tanto, los propios voceros de esa versión interesada de aquellos episodios de nuestra historia bajan la guardia y dejan traslucir parte de la verdad.

A fines del año pasado, tuvo lugar un acontecimiento aparentemente menor pero cargado de significado. Estela de Carlotto asistió a una sesión del Senado en la que se aprobó la elección directa de parlamentarios al Mercosur y los acuerdos con China. La sorpresa fue el cordial saludo que intercambió en esa ocasión con el ex presidente y hoy senador Carlos Menem.

Menem Carlotto Senado

Tanta sorpresa causó que, posteriormente, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo tuvo que dar explicaciones sobre el porqué de este saludo.

Primero había sido con Bergoglio; luego con Menem. Era la segunda vez que Estela de Carlotto debía rectificar aseveraciones que parecían pilares inamovibles del relato.

Un saludo con un ex presidente de la República es algo que no debería requerir de ninguna justificación en un país normal. Pero en la Argentina binaria de estos años, la cosa no es tan sencilla, y la titular de Abuelas de Plaza de Mayo debió justificarse por haber saludado a Carlos Menem –demonizado por el lobby de los derechos humanos-. “Menem hizo mucho malo, pero en su gobierno se creó la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad)”, dijo entre otras cosas Carlotto.

Al dar sus razones, la titular de Abuelas reveló de paso que la política en el área no fue tan inexistente en los 90 como el kirchnerismo desea hacer creer. Carlotto contó por ejemplo que, cuando Abuelas pidió audiencia con el entonces presidente Menem, éste las recibió. Que fue, como vimos, durante aquella gestión que se creó la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). Y que Alicia Pierini –funcionaria designada por Carlos Menem- “levantó” (sic) la Secretaría de Derechos Humanos.

Lo que no había dicho antes por honestidad, Carlotto tuvo que decirlo más tarde por sentido de la oportunidad, ya que el voto del Senador Menem le era indispensable al Gobierno para aprobar una ley de elección de diputados al Parlasur presuntamente destinada a contribuir a la tranquilidad presidencial post-mandato.

No importa: como sea, la verdad sale a la luz.

Cuando escribí un artículo señalando que el verdadero “curro” de los derechos humanos no eran sólo las malversaciones de fondos, sino la impostura de un gobierno que abrazó esa causa por puro oportunismo y que construyó un relato fundacional basado en la negación de todo lo hecho con anterioridad, omití, por razones de espacio, referirme al tema de los nietos recuperados, a pesar de que me imaginaba que de tanto mentir el gobierno había convencido a muchos de que a los nietos los encontró el kirchnerismo. Y efectivamente ésas fueron algunas réplicas que recibí por parte de los habituales insultadores anónimos de Twitter: “Aguante los nietos recuperados” y otras profundidades por el estilo.

Lo que no imaginé es que tan rápidamente la propia titular de Abuelas de Plaza de Mayo corroboraría mi planteo. No sólo fueron recibidas en Casa de Gobierno en los 90, sino que uno de los instrumentos claves de su trabajo (la Conadi) se creó en aquella década. Sin bombos ni platilllos. Más aun: las leyes por las cuales todos los presos políticos y las familias de los desaparecidos fueron indemnizados por el Estado se votaron a instancias del Gobierno de Menem. Sin anuncios estridentes.

Carlotto no se privó de criticar a Menem, de todos modos: “Yo no simpatizo con él. La gran traición fue el indulto. Cuando los organismos de derechos humanos nos reunimos con él para que no indulte, dijo que iba a hacer lo mejor para el pueblo. Y los liberó a todos, cerró el círculo de impunidad”, dijo. Pero aun en este argumento, Carlotto dejó en claro dos cosas: primero, Menem no les mintió. Segundo, no tenía la misma idea que ellos de lo que era “lo mejor para el pueblo”. Como señalé en la nota ya citada, cada gobierno toma decisiones en función de la etapa y de las posibilidades.

FOTO JORGE LARROSA

Al amparo del silencio de muchos testigos y actores de los 90 –a los que la necesidad de reacomodamiento en la nueva etapa llevó a callar-, el gobierno instaló una lectura sesgada, no sólo de los años 70, sino también de la etapa que se abrió en el 83, según la cual la democracia poco menos que se habría restaurado recién en 2003, cuando en realidad, en años anteriores, hubo más respeto a las libertades individuales, al pluralismo de ideas, a la división de poderes y a la institucionalidad en general que actualmente. Lo pueden atestiguar los propios santacruceños, que no sufrieron represalias por el distanciamiento de su gobernador respecto de Menem – en los años finales, aclaremos, porque en el inicio Néstor Kirchner fue entusiasta sostenedor y hasta activo promotor de algunas de sus políticas, como la privatización de la emblemática YPF.

En cuanto a la recuperación de nietos, hay que decir que ésta empezó en los últimos años de dictadura y no se interrumpió jamás.

Como puede verse en la propia página de Abuelas, hasta el año 2003, se habían recuperado 77 nietos; al día de hoy son 116. Es decir que el ritmo se intensificó pero no en una proporción categórica. Por otra parte, hay que tener en cuenta la incidencia del factor tiempo: mientras que los nietos que aparecían en los 80 y 90 eran niños o apenas adolescentes cuya localización e identificación dependía de otros, antes que de ellos mismos, los nietos de comienzos de los 2000 eran ya jóvenes de entre 25 y 30 años y los de hoy son adultos de entre 35 y 40, con discernimiento y autonomía, y movidos por el propio deseo de averiguar la verdad.

 

De los cuernitos de Néstor al saludo de Carlotto

Hace casi 10 años, en el mismo recinto en el cual Estela de Carlotto tendió la mano a Carlos Menem, el entonces presidente Néstor Kirchner hacía un ademán indigno de su investidura en el momento en que el riojano asumía la banca como senador por su provincia.

Entre un gesto y el otro –paradójicamente en igual escenario- el avance es notable. La titular de Abuelas justificó también este saludo definiéndose como “una persona educada”. Enhorabuena. La insolencia ha sido uno de los rasgos más marcados y quizá más desagradables de esta gestión. Una prepotencia que impide el diálogo y el respeto mutuo. Y nubla la correcta lectura de la realidad. Como lo comprueban las rectificaciones de Carlotto.

Esperemos que pronto la titular de Abuelas de Plaza de Mayo revise también sus dichos sobre Mario Firmenich, en este caso “a la baja”. Porque el setentismo a la moda la llevó al colmo de decir que no podía criticar al ex jefe montonero porque había sido “compañero” de su hija, cuando en realidad fue su verdugo ideológico –de ella y de miles más-, por el empeño con el cual llevó a la destrucción a toda su organización facilitando –dicho suavemente- el exterminio.

Hemos vivido una larga década de insultos, descalificaciones, desaires y hasta escraches, promovidos desde las más altas esferas de poder. Un espíritu que lamentablemente contagia a muchos opositores. Paradójicamente, un cambio de este clima beneficiará, con el tiempo y cuando se dé vuelta la taba, al propio kirchnerismo.

Así que ojalá que esta nueva cortesía represente un cambio real y no sólo un oportunismo fugaz, y que acabe de una vez este injustificado clima de “al enemigo ni justicia”, parte del peor pasivo que dejará esta etapa. 

Encontrar a los nietos

Cada vez que las Abuelas de Plaza de Mayo recuperan a uno de los niños robados durante la represión ilegal, la alegría es generalizada, así como la admiración por la lucha que arrojó este resultado.

Sin embargo, en ciertas ocasiones, es inevitable sentir que, más allá del trabajo, en el hallazgo interviene un elemento de azar, de casualidad, de tiempo, sin el cual tal vez el reencuentro no hubiese sido posible.

En el año 2007, un joven se presentó al Banco Nacional de Datos Genéticos, sospechando que podía ser un niño apropiado. El resultado fue negativo. Su ADN no coincidía con el de ninguna de las familias que buscaba un nieto.

Pero, dos años después, en 2009, lo llamaron desde el mismo Banco y le comunicaron que era hijo de Marcela Molfino y Guillermo Amarilla, desaparecidos en octubre de 1979.

¿Cómo se explica esto? Sencillamente porque ni la familia Molfino ni la familia Amarilla sabían que Marcela y Guillermo esperaban a su 4º hijo en el momento en que fueron secuestrados. Nadie buscaba a ese niño robado, cuyo nombre hoy es Martín Amarilla Molfino, el nieto recuperado número 98.

En algún momento entre el 2007 y el 2009, una mujer que había estado secuestrada en Campo de Mayo contó que Marcela Molfino estaba embarazada. Tal vez la mujer no lo contó antes por miedo. O quizá creía que las familias conocían este dato. Lo cierto es que pasaron 30 años sin que nadie supiese de la existencia de Martín.

El caso de Ignacio Hurban –Guido Montoya Carlotto-, el nieto de la titular de Abuelas, es en apariencia distinto, pero hay un elemento común.

Según lo que se sabe hasta ahora, fue la muerte del presunto apropiador, Carlos Francisco “Pancho” Aguilar, dueño del campo de Olavarría donde los padres de crianza de Ignacio-Guido trabajaban –y viven aún- como cuidadores, lo que precipitó el feliz desenlace.

El presunto apropiador murió hace dos meses. Y hace dos meses también alguien del entorno –familiar o amigo, no se sabe- le reveló a la esposa de Ignacio el secreto tan bien guardado durante 37 años: su condición de niño adoptado. Como mínimo, irregularmente adoptado.

Aguilar habría sido quien entregó a “Guido” al matrimonio Hurban, que lo crió. Una versión dice que Carlos Francisco Aguilar había pedido que el secreto fuese guardado hasta su muerte. Es fácil entender el porqué. Semejante revelación podía costarle la cárcel de por vida.

En este caso, como en el de Martín Amarilla Molfino, hubo un elemento de azar. Aunque el del nieto de Carlotto fue uno de los casos con mayor visibilidad, lo que llama la atención es justamente que su recuperación pendió de un hilo. Ignacio Hurban dice no haber sospechado nada hasta el día en que se lo comunicaron. Si no se lo hubiesen dicho… Si Aguilar no hubiese muerto…

Una larga búsqueda que amerita más resultados

La cifra de 114 nietos recuperados parece enorme. Pero en la página web de Abuelas de Plaza de Mayo puede verse una lista documentada de algo más de 200 casos sin resolver aún. Y, si como calculan los organismos de Derechos Humanos, el total asciende a 500, 114 no parece tanto, en especial porque pasaron 30 años desde el fin de la dictadura, por la amplitud de la búsqueda y por la gran difusión mediática que ha tenido la causa de Abuelas.

Si todo eso no movió a los Hurban a averiguar la verdad sobre el origen de Ignacio, ni despertó sospechas en el propio Guido, podemos suponer que, de no mediar la muerte de Aguilar, la verdad no habría salido a la luz.

En el caso de Amarilla Molfino, ni las sospechas del joven bastaron. Seguramente, en algún lado, algún represor, algún cómplice, sabía de la entrega a una familia de zona Oeste de un niño nacido en Campo de Mayo. Pero calló.

Los represores, que posiblemente guardan consigo el secreto del paradero de estos niños, se están muriendo. El grueso de ellos supera los 70 u 80 años. También tiene esa edad la mayoría de las abuelas y aumenta entonces la desgraciada posibilidad de que nunca se reencuentren con sus nietos.

Por eso sorprende el escaso eco que tuvo en su momento la propuesta de un ex detenido desaparecido, Claudio Tamburrini, uno de los fugados de Mansión Seré, quien en el año 2006 propuso priorizar el conocimiento de la verdad por sobre el castigo a los culpables ofreciendo, por ejemplo, la reducción de la pena, a quienes brindasen datos valiosos para localizar a los niños apropiados o sobre la suerte de los desaparecidos.

“La política de persecución penal por violaciones de los derechos humanos –escribía Tamburrini- debe ser puesta al servicio del esclarecimiento de los hechos. Muchas familias viven aún en la incertidumbre de no saber el destino final de sus familiares desaparecidos. Esa es una deuda pendiente de la democracia argentina”.

Proponía entonces “un modelo de negociación penal que ofrezca a los imputados reducciones de penas a cambio de confesar todo lo hecho por ellos y por sus cómplices”, lo que “no excluye la aplicación de penas”.

“Quien es amenazado con una pena severa tiende naturalmente a callar” –advertía, con sensatez.

Quebrar el pacto de silencio

Su propuesta fue rechazada de plano, incluso por algunos nietos recuperados de mucho protagonismo. Sin mayor debate. Sólo en nombre de un maximalismo y una intransigencia que le dan razón a Tamburrini, cuando, al formular su propuesta, advertía:  “La ausencia de una discusión amplia sobre los fines de las medidas penales contra militares acusados de violar los derechos humanos” podría hacer que “una reivindicación en principio justa y necesaria” llegase a ser concebida, “en particular por las nuevas generaciones, como una simple política revanchista sin razón ni fundamento, defendida solamente por quienes ya integran el círculo de iniciados”.

En el caso de Guido Carlotto, fue el elemento tiempo el que llevó a la verdad. La muerte del implicado liberó a “alguien” de la carga del secreto. Es muy posible que los represores que ya están presos por otros delitos tengan datos sobre el paradero de niños apropiados. ¿Por qué los darían? Nada los incentiva a hacerlo.

Estela de Carlotto admitió además que uno de los elementos que impide a ciertos jóvenes que tienen dudas de su filiación acercarse a Abuelas es el temor a comprometer a la familia que los crió. Los padres de crianza de Ignacio trabajaban para Aguilar. Tanto Estela de Carlotto como su flamante nieto dijeron a la prensa que la pareja no sabía nada. Pero como mínimo sabía que el niño no era un hijo de su sangre. Y sin embargo no se lo dijeron, ni trataron de averiguar si era un bebé robado.

Es evidente que Ignacio –a diferencia de otros casos, como Cabandié o Donda- no tiene un mal vínculo con su familia de crianza y seguramente no desea que padezcan castigo alguno. Pero no sería justo que haya clemencia en un caso e inflexibilidad en otros.

El tiempo pasa, y aumenta el riesgo de que las abuelas y abuelos que buscan a sus nietos no lleguen a darles un abrazo. Algunos ya fallecieron sin ver ese sueño cumplido.

Hasta ahora, poco se ha hecho en el país para quebrar el pacto de silencio, pese a que todavía hay muchos argentinos sin tumba y muchos niños apropiados que no han recuperado su identidad, como para minimizar la importancia de los datos no revelados.

La lucha no sólo debe ser constante; también inteligente.

Alguna alternativa habrá que buscar, antes de que sea tarde.