Cuando se aborda la historia sin tener oficio, las cosas no salen bien. Ocurre que en este último tiempo han brotado, como las arrugas en la senectud, una ristra de libros y exposiciones culturosas abocadas a explicar a Juan Domingo Perón y al peronismo que repiten, o para decirlo educadamente, que recuperan las viejas ideas que sobre él se tenía en los años cuarenta y cincuenta. Esto es, que era un fascista, un protonazi o un dictador enemigo de la democracia y las instituciones, y sus acusadores -los de aquellos años-, almas bautismales ofrecidas al altar de la República. Un disparate como luego veremos. Descargan sobre su figura males que eran de todos, pero que no se quieren ver. El asunto se agrava aún más, pues estos noveles autores que se hallan bajo el desagradable influjo del actual Gobierno se han almorzado sin degustar la idea de que el kirchnerismo es peronismo y en consecuencia un revival light de aquella dictadura. ¡De tal palo, tal astilla! Imaginan. Continuar leyendo
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La democracia occidental, nuevamente bajo ataque
Escribía Anatole France en 1919: “Los pueblos gobernados por sus hombres de acción y sus jefes militares derrotan a los pueblos gobernados por sus abogados y profesores. La democracia es el mal, la democracia es la muerte. Hay un solo modo de mejorar la democracia, destruirla.
Por su parte Oswald Spengler afirmaba: “La política, la sangre y la tradición deben levantarse para destruir el intelecto y la abstracción y sus consecuencias la razón y la democracia. El sentido de la política es claro, revertir este estado de caos y decadencia, de elecciones sin sentido, partidos superfluos y egoístas, parlamentos paralizados”.
Un liberal de pura cepa como Raymond Aron dudaba acerca de los valores de la democracia y por aquellos años meditaba: “Lo que nos sorprendía a todos -y con razón- era el contraste entre la parálisis de los regímenes democráticos y el resurgimiento espectacular de la Alemania de Hitler y los índices de crecimiento de la Unión Soviética. ¿Qué gobierno podía salir de la competencia entre partidos que se perdían entre intrigas parlamentarias. En algunos momentos llegué a pensar, quizás hasta decir en voz alta: si para salvar a Francia hace falta un régimen autoritario que así sea”.
En nuestro país la intelectualidad no le iba a la zaga, Ignacio Anzoátegui escribía: “El voto secreto es el voto cantado a bocca Chiesa. Pero la contención tiene un límite, tras el cual estalla el griterío de las revoluciones. Porque el pueblo no quiere que se lo encierre en el meadero del cuarto oscuro; quiere cantar su voto por las calles y los caminos. Quiere gritar ¡Viva! Y ¡Muera! Porque eso es tener conciencia de Patria, inexplicada conciencia de Patria, que es lo que en definitiva vale.”
Hasta aquí algunas ideas que fueron el reflejo de la crisis que sacudió al mundo entre las dos guerras mundiales, el surgimiento de la revolución soviética y el nazismo. La intelectualidad puso en duda los valores de la democracia y los pueblos, al retorno de la guerra, se llevaron por delante las instituciones y los valores democráticos.
Ciertamente, como asegura Arturo Perez-Reverte, Occidente dio cuenta de sus errores y derrotó los dos grandes males del siglo XX: el marxismo y el nacionalismo, ideologías nacidas de la cultura occidental, y las ideas liberales, republicanas y democráticas volvieron a florecer tras la caída del Muro de Berlín. El fracaso de los dos grandes cuerpos de doctrina del siglo XX dejó en pie al liberalismo, que los derrotados denominan peyorativamente neoliberalismo. Luego de treinta años de esta experiencia las cosas no están bien y nuevamente nos hallamos en guerra, dice el escritor español.
Una nueva crisis de valores
La caída del comunismo llevó al capitalismo a abrazar a la totalidad del globo. Este capitalismo tardío benefició a Oriente sumergiendo en una profunda crisis al viejo continente. Los inmigrantes que marcharon a Europa, desde las colonias independizadas en búsqueda de un futuro mejor, encuentran ahora a sus hijos y nietos atrapados en una economía que no crece, siendo cultivo de un malestar que generó, entre otras cosas, los graves disturbios del 2005 en París y 2011 en Tottenham. En el caso de Francia, con miles de autos quemados y la ciudad en vilo. En aquella oportunidad, Nicolas Sarkozy, Ministro del Interior, calificó a los jóvenes revoltosos de escorias. Al ser elegido Presidente, la fractura social de Francia se puso en evidencia. Aspecto que podría aclarar, sin justificar, las expresiones del terrorista Coulibaly, desaparecidas de la web, que responsabilizaba a todos los franceses por elegir políticos de la manera que lo han hecho. La movilización del domingo 11 de enero tiende a construir puentes.
El nuevo terrorismo globalizado hunde sus raíces en un islamismo extremo. Está dispuesto a acabar con la democracia como otros extremismos occidentales se lo propusieron. Los argentinos de esto sabemos algo. Pérez-Reverte en el artículo citado reproduce el texto de la pancarta de una militante islámica en Inglaterra: “Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”. Por su lado, el líder de Boko Haran afirma: “Un hombre no puede ser musulmán sin rebelarse contra la democracia”. Estos ataques al liberalismo provienen desde afuera de Occidente, en su forma intelectual, pero crecen en sectores sociales europeos marginados, en forma política.
¿Estos extremistas proponen un modelo de sociedad como antes lo hicieron el marxismo o el nacionalismo, con sus planes quinquenales y dirigismo estatal? La única experiencia de gobierno de los nuevos extremistas se ha dado en Afganistán cuando los talibanes se apoderaron de ese país. La excelente novela “Cometas en el Cielo” de Khaled Hosseini es un desgarrante relato de una sociedad sometida a la barbarie por estos personajes vomitados por el paleolítico y padecidos por los afganos como una horrible pesadilla. Rigidez moral, sometimiento de la sociedad a sus valores y un antimperialismo caníbal cercano a los argumentos de Franz Fanon en su libro: “Los condenados de la tierra.”
Finalmente, el fundamentalismo no es solo patrimonio del terrorismo globalizado. También lo ejecuta el liberalismo en su forma extrema al pretender forzar por las guerras la universalización de la democracia.
¿Un peronismo liberal?
El viejo debate sobre cuánto de liberalismo hay en la concepción política del peronismo ha reaparecido por estos días empujado, por un lado, por la crisis que atraviesa el progresismo enquistado en el peronismo y por el otro, por las declaraciones que el presidente del Banco Provincia, Gustavo Marangoni, ha realizado al diario La Nación. “No tenemos que tener ningún empacho en definirnos como liberales” aseguró el funcionario muy cercano a Scioli.
Inmediatamente, y como un rayo, salió a contestarle Julio de Vido, quien replicó que el peronismo es progresista. Luego, cientos de voces kirchneristas se alzaron para afirmar que nada hay más lejano al peronismo que el liberalismo. Naturalmente del liberalismo clásico partieron voces que afirmaron lo mismo.
En principio, Perón jamás se pronunció acerca de si era liberal o progresista, categorías ideológicas que el General jamás usó en virtud que como político abrazaba a todos por igual. Sin embargo, ha dejado algunas señas que podrían orientarnos en este laberinto de ideas. El liberalismo tradicional desconfió de él por surgir de un golpe militar con tintes fascitoides. El progresismo lo combatió, también, con todas sus fuerzas, pues escuchaba espantado los discursos que el Coronel improvisaba frente a los obreros: “Buscamos suprimir la lucha de clases, suplantándolo por un acuerdo justo entre obreros y patrones, al amparo de la justicia que emana del Estado”. Para la izquierda a la violeta, como gustaba decir a Perón, el General era fascista.
En síntesis ni liberal ni progresista. ¿Entonces si no fue una cosa ni la otra qué se discute hoy?
Orígenes del peronismo
El peronismo apareció en el ciclo mundial de crisis del liberalismo a consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Soviética y la emergencia de los nacionalismos autoritarios. Ese tiempo se caracterizó por la valorización del intervencionismo de Estado, economías cerradas, dirigismo y la acción directa de las masas por encima de las instituciones. Todo ese movimiento mundial fue expresado por el nacionalismo y el marxismo. Bajo esa atmósfera, todos los partidos políticos argentinos sufrieron su influencia. El golpe del 30 y los años subsiguientes vieron avanzar esas ideologías sobre el conjunto de la sociedad. Sin embargo, es justo observar que Perón, quien apareció por primera vez en el golpe contra Yrigoyen, lo hizo acompañando la corriente liberal del general Justo, la que no abandonó hasta la muerte de este brillante oficial, como le gustaba decir, en enero de 1943, ingresando recién al GOU en febrero de ese año.
Tan fuerte ha sido la relación de Perón con este sector del liberalismo militar que desarrolló su carrera a la sombra de ellos. Primero como ayudante de campo del General Rodríguez, Ministro de Guerra de Justo, en paralelo, profesor de la Escuela Superior de Guerra, invitado luego por Levene, Presidente de la Academia de Historia, a escribir en ella. Enviado, más tarde, a Europa por el general Márquez, otro justista y así hasta 1943.
Sarobe y Perón
La relación de Perón con el general Sarobe, un vínculo ignorado por la historiografía peronista-revisionista, pone blanco sobre negro el firmamento ideológico de quien sería luego el Coronel del pueblo. Sarobe fue el oficial que Justo ubicó en la conspiración del 30 para sustituir al nacionalista-fascista de Lugones y su manifiesto. Condición innegociable para que los liberales se sumaran al golpe. Esta participación impidió que Uriburu realizara su fantasía de Führer criollo, y que el golpe buscara una salida electoral.
Precisamente, en las elecciones de noviembre de 1931, Justo fue el candidato de una coalición de conservadores, radicales y socialistas como alternativa al vacío de poder generada por la crisis del radicalismo y al progresismo representado por la fórmula de Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto. En esa oportunidad, Perón jugó sus pocas fuerzas a favor de Justo. En una carta a Sarobe le advierte del peligro que “los peludistas resurjan disfrazados de campeones de la democracia. No imagina mi Teniente Coronel cómo han reaccionado los peludistas desde el 6 de setiembre a la fecha. Hoy se sienten fuertes como antes de 1928 y pretenden imponerse nuevamente. No creo que el Gobierno les afloje. Estamos a 17 días de las elecciones. Hasta ahora el General Justo es el candidato más seguro, la opinión sana del país, el elemento independiente, la banca, comercio, industria, han movilizado sus fuerzas para ponerlas al servicio del país prestigiando al General para Presidente. Por otro lado los peludistas, su fórmula fue vetada por el gobierno provisional, no creo que resulten peligrosos si se presentan a elecciones y aun cuando todavía hay muchos peludistas en el país no creo que tengan chance en su campaña electoral, porque en su situación no tienen nada para dar… no creo que queden incautos que se dejen influenciar por el canto de la ronca sirena personalista”
Y continúa: “El otro adversario está representado por la Alianza, unión un tanto aleatoria de los socialistas rojos con los demócratas progresistas, Es sin duda la desvergüenza en persona. Bien este es el adversario político del general Justo, su más grande detractor y más peligroso enemigo. Hace una campaña activa y difamatoria en todas partes, pero no creo que el pueblo se deje embaucar y seducir por estos mentirosos y aduladores profesionales. Yo creo que el país está hoy a peligros tanto o más serios que el resuelto el 6 de setiembre, si el buen tino y patriotismo de los ciudadanos no resuelve en los comicios la salvación del país, la paz y el orden interno. Si llegara a ganar la elección la fórmula De la Torre-Repetto apoyados por los peludistas creo que vendrían acontecimientos graves a corto plazo. En general la gente que piensa, entiende que la única solución es el general Justo y creo que será presidente.
Muchos oficiales que no entendemos nada de política estamos en plena tarea de movilización de familiares y amigos. Yo tengo por ejemplo a todos los varones de la familia y amigos civiles ocupados en la propaganda política activa y siento que las mujeres no voten porque en este caso, de la familia nomás me llevaba más de 20 votantes…Varios amigos curas que tengo, a quienes he encargado que hagan propaganda me han dado un alegrón porque me hicieron una reflexión muy acertada al respecto me dijo: los curas votan y propician al candidato más probable que permita asegurarles su estabilidad. Hasta ahora han sido peludistas pero ahora los peludistas no tienen chance y los curitas puestos a elegir entre los demócratas-socialistas y la fórmula de Justo no trepidan en votar esta última, pues saben que en la primera está el divorcio, la separación de la Iglesia. Esto va bien.”
Conclusión: los primeros pasos de Perón han estado del lado del liberalismo y en contra de la izquierda y los peludistas. Toda una definición.
Relato y realidad
Cada época o tiempo histórico tiene su relato. Esto es, un conjunto de ideas, valores y principios que explican y, de alguna manera, conducen el devenir. Este relato es una construcción teórica realizada por filósofos, pensadores, intelectuales, economistas, poetas, escritores, músicos, entre algunos de los creativos, que consciente o inconscientemente reflexionan y racionalizan la realidad. Como la historia es un continuo, es natural que las ideas acompañen ese acontecer o lo promuevan según la corriente filosófica en la que uno se incluya: la que cree que la realidad material es la que evoluciona y las ideas acompañan, o aquella que sostiene que son las ideas las que modifican la realidad, existiendo entre estos dos extremos una amalgama de ambas. No será éste el tema del presente artículo.
Con la revolución americana, la institucionalización de su república y finalmente la revolución francesa, las ideas liberales abrazaron todo el siglo XIX, promoviendo el crecimiento exponencial del capitalismo. En el caso de la Argentina vienen a cuento aquellas palabras del general Perón: “Todos somos hijos del liberalismo creado por la Revolución Francesa.” Citando nuevamente a Perón, ese ciclo virtuoso culminó con la Primera Guerra Mundial: “En 1914, para mí, comienza un nuevo ciclo histórico que llamaremos de la Revolución Rusa”
La naciente etapa requirió de un nuevo relato que la explicara y facilitara. Además, su arrollador avance trajo aparejado dos cuerpos de doctrina o ideologías que se disputaron el siglo: el nacionalismo y el marxismo, y finalmente una combinación entre los dos pensamientos. Este período vio crecer los movimientos de liberación nacional, la lucha contra las naciones imperiales, el nacionalismo industrial, cultural, el proteccionismo y la autarquía económica. El vivir con lo nuestro como paradigma de la nacionalidad enfrentado a las fuerzas “extranjerizantes” expresadas por aquellos sectores vinculados al mercado mundial, que la palabra oligarquía los describía acabada y despectivamente. Este esquema con sus más y con sus menos tuvo vigencia en buena parte del siglo XX y fue promovido por la revolución soviética y la crisis del 30.
La mayoría de los partidos políticos de la novedosa fase cayeron bajo la influencia del paradigma de su época . Conservadores, peronistas, radicales del programa de Avellaneda, desarrollistas, incluido algunos liberales aggiornados. Ahora bien, ese mundo nacido con la revolución rusa, corregido y aumentado por la Gran Depresión, ha desaparecido. La caída del Muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética, el fin de la Guerra Fría y el fenomenal boom tecnológico dieron por tierra con todo un siglo. Los tiempos que corren ameritan un nuevo relato y otra explicación a treinta años de la novedad que no puede dejar afuera valores y principios asociados a un novedoso liberalismo social.
Malvinas y los fondos buitre
La comparación y el peligro del que hablan políticos y periodistas, que encierra la igualación por parte del gobierno actual con el de Galtieri, no tiene asidero ni punto de comparación. Intrínsecamente, no es lo mismo defender o intentar recuperar lo robado que pagar deudas contraídas. Pero lo que fundamentalmente ha cambiado es el mundo en el que se dio el conflicto de Malvinas y el actual.
En 1982 aún se vivía bajo la pesada carga de la Guerra Fría, hacía cuatro años que el Frente Sandinista de Liberación había tomado el poder en Nicaragua y tres que el ayatollah Khomeini dirigía los destinos de Irán. Es decir, el capitalismo liberal no salía aún de la formidable derrota de Vietnam. El entusiasmo del nacionalismo y de la izquierda fue tan manifiesto que creyó posible el triunfo de Malvinas, pensando que la Unión Soviética velaba desde las sombras. En ese mundo bipolar, al decir de Hernández, siempre había “un palenque ande rascarse”.
En la actualidad, el capitalismo ha triunfado en todos los frentes y la Argentina se halla, propiamente, en el centro geopolítico de los vencedores. Cavilar como en aquellos años es un disparate fenomenal en el que incurren sectores de izquierda y del kirchnerismo. No hay dudas que Cristina ha virado hacia posiciones amigables al capitalismo mundializado. Hace más de un año y en vísperas de una reunión en Naciones Unidas la Presidente aseguró que por su formación político-cultural, en la década del 60, miraba con desconfianza el proceso de globalización, pero después de diez años de gobierno lo observaba como una oportunidad. ¡Finalmente se asomó al mundo!
Estas palabras son ignoradas por la izquierda kirchnerista que ya no tiene dónde aferrarse. Patria sí, buitres no, vociferada en una raleada concentración espectral, suena tan añejo como Patria sí, colonia no, de los años 40.
El kirchnerismo, sobre su ocaso, le hace un gran favor al país al dejar a la deriva al infantilismo político.
La estatización del pensamiento
Con motivo del nombramiento del militante de Carta Abierta, Ricardo Forster, como Secretario de Estado para coordinar el Pensamiento Nacional, muchas voces se levantaron y el asunto aparece como muy opinado. El periodismo y la intelectualidad han dejado correr páginas y declaraciones donde una de las preocupaciones centrales ha sido: ¿le corresponde al Estado llevar adelante dicha tarea? Las respuestas fueron muy variadas y en general críticas.
Por mi parte me pregunto: ¿es saludable estatizar al pensamiento como se hizo con las AFJP, Repsol, Aerolíneas, Ciccone y demás yerbas? Estatizaciones acompañadas por un abanico social y político muy amplio de la sociedad argentina que creen ingenuamente que el avance del Estado siempre es necesario para la defensa de la Patria. Bueno… ¡ahora no se quejen! El gobierno nacional ha decidido estatizar el pensamiento para impedir que se diluya y se contamine por el neoliberalismo, que naturalmente ¡siempre es extranjerizante!
¿Qué es el pensamiento nacional?
La idea del Pensamiento Nacional surgió en la Argentina de la mano del nacionalismo, cuerpo doctrinario que hizo furor en el mundo inmediatamente después del Primera Guerra Mundial. En nuestro país ingresó, gracias al libre fluir de las ideas, en la década del 20’y como hecho político, con el golpe de Estado del 30’, en la figura de Uriburu. Desplazado del poder, dos años después, alcanzó la Presidencia el general Justo, un hombre que se reivindicaba liberal, pero que sin embargo debió implementar medidas intervencionistas porque la atmósfera mundial torcía la brújula hacia esos lares. El nacionalismo vernáculo, sin embargo, bautizó a esos tiempos como Década Infame casualmente por intentar Justo, al menos desde las ideas y los discursos, asociarse al liberalismo que en el mundo estaba de capa caída. El nacionalismo, entonces, ganó adeptos también en la Argentina; y sin lograr constituirse en partido político alcanzó algo mucho más trascendente, instalar la ideología nacionalista, nacida en Europa, como esencia y componente sustancial de nuestra cultura, mejor dicho, construir en el imaginario popular e intelectual la idea de que nuestra cultura guarda en sus pliegues, componentes nacionalistas que provienen de un pasado remoto y arcádico. Confundiendo aviesamente cultura con ideología. Pues los nacionalistas no aceptan que su dogma es una construcción intelectual moderna, precisamente del siglo XX. El revisionismo histórico fue su más alta creación en el territorio del pensamiento argentino.
Así las cosas el nacionalismo permeó a la totalidad de los partidos políticos e impregnó con sus principios las décadas siguientes. Estatismo, intervencionismo, nacionalismo cultural fueron algunos de los valores que hicieron furor en la década del 60’ y el 70’. Ganó al peronismo, a los radicales del programa de Avellaneda, a los Demócratas Progresistas de Lisandro de la Torre, a los conservadores, a los desarrollistas e incluso a ciertos socialistas.
Sin embargo el mundo del siglo XXI ha dado una vuelta de campana respecto de aquellos años. Huele a viejo esta ideología que ha perdido el encanto de la controversia para transformarse en una “cultura oficial”. Congelada en el pasado y en el poder.
El revisionismo reaccionario
El Diputado Carlos Kunkel (ex-montonero) espada filosa del kirchnerismo duro, que en sus años mozos fuera un militante de la violencia; ahora, en la tercera edad, no pierde el estilo que genera, en ciertas corrientes ideológicas, el placer por la agresión y la brutalidad. Antes por las balas, ahora por los gestos y la palabra.
En una reciente nota que le hiciera el diario La Nación, y al solo efecto de provocar desde el inicio al cronista, se sentó prácticamente envuelto en una bandera, prolijamente desplegada, donde se dejaba leer: ¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!
De arranque no más y como un hematólogo rupestre buscó la sangre en el pasado argentino, para que las heridas no cierren, escarbando en la carroña de dos siglos.
Revisionismo y peronismo
La primera guerra mundial, la revolución bolchevique y la crisis del 30 trastornaron al mundo de tal forma que nada de lo que quedó en pie podía recordarnos ya al siglo XIX. De esta manera, violenta y abrupta se inició uno de los peores siglos de la historia de la humanidad: el siglo XX. Un tiempo de lucha salvaje e inhumana en el cual los hombres se destruyeron sin piedad por razones ideológicas, cuasi religiosas. El liberalismo, herencia de la revolución francesa y norteamericana, se retiró de la escena mundial abatido por la irrupción de dos grandes sistemas, que al parecer sustituían la sed de absoluto del hombre moderno, carente ya de referencia sobrehumana. De este modo el marxismo y el nacionalismo venían a llenar un vacío que la metafísica estudiaba desde los tiempos de Aristóteles.
Tanto uno como otro de estos cuerpos doctrinarios desvalorizaron las instituciones hijas del demo-liberalismo. La división de poderes, la república, la democracia y la participación popular institucionalizada fueron barridos de la vida política. A derecha e izquierda no se creía más en estos valores. Un célebre escritor francés de inclinación progresista, Anatole France, afirmaba: “los pueblos gobernados por sus hombres de acción y sus jefes militares derrotan a los pueblos gobernados por sus abogados y profesores. La democracia es el mal, la democracia es la muerte. Hay un solo modo de mejorar la democracia, destruirla”.
Una nueva reinvención del peronismo
Tiene razón Darío Giustozzi, intendente de Almirante Brown y segundo en la lista encabezada por Sergio Massa, del Frente Renovador, cuando afirma “no hay fin de ciclo, hay fin de mandato”, lo que es todo una declaración político-ideológica de su parte y una sabia mirada al conjunto de los políticos con posibilidades reales de poder. Pues nadie cuestiona los pilares fundantes del modelo.
Aunque también es cierto que al presentar, Massa y él, una lista distinta y recortada del Frente para la Victoria, el camino que inician estos ex kirchneristas consiste en apartarse del tronco que les dio origen. Y las consecuencias políticas de esta fractura cobran una dinámica y una velocidad que sus autores no podrán manejar, al menos en su totalidad. El clima social será decisivo a la hora de precisar un discurso, un programa, el tono y los sonidos.
Por otro lado es un buen punto de partida la fractura con el Frente para la Victoria. Eso explica mucho más que cualquier análisis meduloso e intencionado.
La reacción del gobierno no se ha hecho esperar y los ataques han comenzado, pues Mazza, Giustozzi y otros intendentes, antiguos amigos del gobierno nacional, vienen a confirmar el viejo dicho popular de que no hay “peor astilla que la del mismo palo”.
Una oposición novedosa
La novedad política del Frente Renovador, lo que le da potestad y fuerza, es el carácter territorial de la feliz experiencia. Esta creación política bonaerense reviste una impronta y un sesgo que ningún opositor al gobierno ha logrado en la provincia. Esto es, una fuerza con base territorial en las intendencias, similar a la que tiene el Frente para la Victoria. No se trata de políticos que, con una inmensa fortuna, compran, alquilan, publicitan y “desde afuera” procuran captar voluntades y luego “si te he visto no me acuerdo”. Ellos se quedarán y serán dueños de su triunfo o su derrota.
Es una fuerza que gobierna municipios, que se opone a otra, que también gobierna municipios, la provincia y la nación. Es un choque en el mismo andarivel.
Por lo tanto la discusión seguramente se dará sobre políticas concretas y no sobre ideas abstractas. Seguridad, educación, salud, servicios y la manera de gestionar más eficientemente en cada uno de estos tópicos. Allí va a estar, supongo, el núcleo del debate.
La permanencia de Daniel Scioli al lado del gobierno nacional lo facilita, pues si se hubiera aliado a Massa la discusión política tendería a ser sólo con la presidente, cosa que le haría perder energía controversial a algunos intendentes más cercanos al kirchnerismo. Ahora, los alcaldes del Frente Renovador, al quedar liberados de la alianza con Scioli, podrán enfocar sus críticas, sin complejos, a la gobernación. Que es el objetivo central del Frente Renovador.
Gente enojada
Con la irrupción del Frente Renovador hay mucha gente molesta. Políticos, opinólogos y periodistas, entre otros. Cada uno tendrá sus razones, seguramente atendibles. Pero voy, en este caso, a abordar el enojo de aquellos que observan maliciosamente el carácter camaleónico del peronismo. Que se reinventa, sin remordimientos, ni autocrítica. Que le da lo mismo los 90’ que los 2000.
Como primera aproximación diría que luego de la caída del Muro de Berlín y el ocaso del comunismo se acabó la Guerra Fría y con ella la etapa de las ideologías fuertes. Se acabó también la “revolución”. El debate moderno es conducir la evolución. Y eso se hace en el marco de instituciones respetadas por todos y de horizontes previsibles al conjunto.
Antes de estos acontecimientos había sucumbido otro cuerpo doctrinario fuerte como fue el nacionalismo. En el bunker de Berlín y en Hiroshima le dijeron adiós a la historia, al menos hasta nuevo aviso.
Desaparecido del horizonte político dos cuerpos doctrinarios fuertes, la realidad convoca a otras sustancias. Estamos en esos tiempos.
Por otro lado no se le puede exigir a los políticos lo que sí le debiera pedir a los intelectuales y filósofos y aún no han encontrado.
Si el peronismo ha sido capaz de dar diferentes respuestas en distintos tiempos, a lo mejor lo que pasa es que no existe más el peronismo. Al menos como históricamente se lo ha conocido. Sin embargo lo que perdura del justicialismo histórico, lo que se conserva en su horizonte cultural, es su vocación por los humildes y su opción preferencial por el movimiento obrero y sus dirigentes.
Cuando Roberto Lavagna sonaba como candidato peronista para acompañar a Mauricio Macri, estaba todo bien si iba solo. Cuando se sacó la foto en Córdoba y allí estaba Hugo Moyano, las cosas cambiaron. Del radicalismo conocemos su escasa voluntad de mezclarse con la dirigencia gremial. El denominado peronismo disidente que por multitud de razones enfrentó al kirchnerismo jamás lo hizo con el movimiento obrero que acompañaba al gobierno. Quizás esto sea lo que aun perdura del peronismo. ¡Y no es poca cosa!