La primera guerra mundial, la revolución bolchevique y la crisis del 30 trastornaron al mundo de tal forma que nada de lo que quedó en pie podía recordarnos ya al siglo XIX. De esta manera, violenta y abrupta se inició uno de los peores siglos de la historia de la humanidad: el siglo XX. Un tiempo de lucha salvaje e inhumana en el cual los hombres se destruyeron sin piedad por razones ideológicas, cuasi religiosas. El liberalismo, herencia de la revolución francesa y norteamericana, se retiró de la escena mundial abatido por la irrupción de dos grandes sistemas, que al parecer sustituían la sed de absoluto del hombre moderno, carente ya de referencia sobrehumana. De este modo el marxismo y el nacionalismo venían a llenar un vacío que la metafísica estudiaba desde los tiempos de Aristóteles.
Tanto uno como otro de estos cuerpos doctrinarios desvalorizaron las instituciones hijas del demo-liberalismo. La división de poderes, la república, la democracia y la participación popular institucionalizada fueron barridos de la vida política. A derecha e izquierda no se creía más en estos valores. Un célebre escritor francés de inclinación progresista, Anatole France, afirmaba: “los pueblos gobernados por sus hombres de acción y sus jefes militares derrotan a los pueblos gobernados por sus abogados y profesores. La democracia es el mal, la democracia es la muerte. Hay un solo modo de mejorar la democracia, destruirla”.
Mientras tanto en la Argentina
Marxismo y nacionalismo hicieron su irrupción en la Argentina, como correspondía a un país vinculado culturalmente a Europa. Dejo, por esta vez, al marxismo de lado, y abordaré el caso del nacionalismo, que fue la vertiente cultural que dio origen al revisionismo. Como los europeos, no creían en la democracia. Aspiraban a regímenes de fuerza o a caudillos que por fuera de las instituciones condujeran a las masas hacia el poder. Carlos Ibarguren hablaba de dictaduras trascendentales y Uriburu al echar abajo al gobierno de Yrigoyen, procuró realizarla. Otro hombre del nacionalismo, en este caso católico, expresaba de manera luminosa el clima de época: “El voto secreto es el voto cantado a bocca Chiesa. Pero la contención tiene un límite, tras el cual estalla el griterío de las revoluciones. Porque el pueblo no quiere que se lo encierre en el meadero del cuarto oscuro; quiere cantar su voto por las calles y los caminos. Quiere gritar ¡Viva! y ¡Muera! Porque eso es tener conciencia de Patria, inexplicada conciencia de Patria, que es lo que en definitiva vale” (Ignacio Anzoátegui).
Estos hombres y muchos otros dieron origen a la corriente histórico-política del revisionismo en una época en que la fuerza y los líderes mesiánicos se imponían como un valor. Conocedores que su cuerpo doctrinario era extranjero, nacido en Europa, procuraron argentinizarse buceando en la historia nacional en busca de personajes que le dieran encarnadura con la Patria. Y así aparecieron Rosas y algunos caudillos. Pero fundamentalmente Rosas, que con su prédica anticonstitucional y estética de dictador plebeyo encajaba en los duros dogmas del nacionalismo importado. Ahora bien, ¿qué tuvo que ver Perón con estos disparates? Nada… al menos hasta su caída en 1955.
La aparición de Perón
Perón irrumpe en la vida pública en la revolución del 30, en el sector liberal del Ejército, conducido por el general Justo. Creció profesional y políticamente a la sombra de esta corriente, incluso vinculándose a hombres célebres del liberalismo argentino como Ricardo Levene, José M. Sarobe y Ramón Cárcano, entre otros. Marchó a Europa por sus vínculos con el liberalismo militar y sólo ingresó al GOU, que por otro lado no tenía ninguna orientación ideológica precisa, en febrero del 43, un mes después de la muerte de Justo, su referente dentro de las Fuerzas Armadas. En el golpe de ese mismo año ingresa de lleno al gobierno militar para incluir la cuestión social en el modelo económico iniciado por los liberales en el 30. ¿Es que acaso la cuestión social no entra en el imaginario liberal?
Durante sus dos presidencias jamás reveló simpatías por el nacionalismo-revisionista, a los que descalificaba por pianta votos de Felipe II. Nacionalizó los trenes y le dio nombres de emblemáticos jefes políticos liberales. Su confidente y primer historiador, Pavón Pereyra, afirmaba que le cautivaba la idea de ser el Mitre del presente siglo. Eva Perón se negó a plantear el tema de Rosas en el peronismo pues ese tema dividiría al partido. Todo dicho. De modo que el revisionismo fue una visión histórica extraña al pensamiento de Perón. Si bien se mira, en septiembre del 45 una imponente movilización sacó a Perón del poder. El 17 de octubre que podía haberlo restituido hizo que el coronel buscara la institucionalidad republicana y democrática para alcanzar la presidencia. Ganó las elecciones el 24 de febrero. Asumió el 4 de junio del 46. Tres fechas en las cuales el peronismo se movió en confusa ambigüedad. El golpe, la movilización y las elecciones.
El revisionismo hoy
Ya nada puede dar, fue hijo de su época. Se apoderó culturalmente del peronismo cuando los “liberales” lo echaron en el 55 dándole sonidos y colores antidemocráticos. ¿Podía ser de otra manera? Aquel ciclo se ha cerrado. Impera hoy la necesidad de una nueva visión que debe ser integradora, acorde a los tiempos que vivimos.