El Diputado Carlos Kunkel (ex-montonero) espada filosa del kirchnerismo duro, que en sus años mozos fuera un militante de la violencia; ahora, en la tercera edad, no pierde el estilo que genera, en ciertas corrientes ideológicas, el placer por la agresión y la brutalidad. Antes por las balas, ahora por los gestos y la palabra.
En una reciente nota que le hiciera el diario La Nación, y al solo efecto de provocar desde el inicio al cronista, se sentó prácticamente envuelto en una bandera, prolijamente desplegada, donde se dejaba leer: ¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!
De arranque no más y como un hematólogo rupestre buscó la sangre en el pasado argentino, para que las heridas no cierren, escarbando en la carroña de dos siglos.
Los aspectos políticos de la nota remiten a señalar que si Daniel Scioli ganase las internas presidenciales del Frente para la Victoria contaría con su apoyo. No es lo que interesa. Sí, me parece más importante su constante agresión al diario que venía a realizarle la nota, observando su condición liberal, por lo tanto paradigma de lo indeseable, según el diputado rosista.
El Revisionismo Histórico fuente en la cual abreva Kunkel y abrevaron los Montoneros, surgió en la Argentina en la década del treinta, como coletazo del auge nacionalista en el mundo. Hitler, Mussolini, Primo de Rivera, Salazar, y el mismísimo Lenin, bajo el signo del comunismo, entre otros, inauguraron una etapa mundial donde la revolución fue el signo del cambio deseable, en contraposición a la idea de evolución, arraigado en los valores democráticos y republicanos. Si bien el liberalismo decimonónico estaba vacío de pueblo, su natural evolución hubiera posibilitado el acceso al poder de los sectores populares, en el marco de las instituciones, como muy bien lo sabemos los argentinos, merced a la Ley Sáenz Peña, que los nacionalistas vernáculos pisotearon.
Nuestro nacionalismo y su mayor creación el Revisionismo fue portador, en algún caso sano y en otro insano, de los valores de moda en el mundo que no eran otra cosa que la descalificación de la vida democrática y la valoración de caudillos providenciales que, por encima de las instituciones o contra ellas, asumían la representación popular ausente, según su parecer, de los sistemas republicanos.
El revisionismo histórico fue una corriente de opinión que buscó en el pasado cierta encarnadura que fortaleciera su presente político. Como el nacionalismo fue un invento europeo, como lo fue el liberalismo y también el marxismo, necesitaba demostrar y demostrarse ser heredero de las más puras tradiciones criollas y de un pasado remoto que lo vinculara a la tierra y a la historia misma. El nacionalismo odiaba la posibilidad de ser un cuerpo extraño a la cultura histórica nacional.
De esta forma trasladó el presente y su ideología antidemocrática -el nacionalismo- al pasado. Buscó en él, personajes que pudieran encajar en su dogma y los hizo suyos. Sin lugar a dudas el más emblemático fue don Juan Manuel de Rosas, el caudillo porteño que más se asemejaba a su cosmovisión.
Jefe popular de una provincia que encontró en él al hombre incapaz de organizar constitucionalmente al país, para usufructuar las riquezas de todos, esto es, la aduana. La renta nacional. Combatió, entonces, con todo su poderío las posibilidades de ser una Nación moderna, con sus instituciones, su presupuesto y sus cámaras deliberativas. Esto último admiraba el nacionalismo del siglo XX en Rosas. El caudillo que por encima y en contra de las instituciones gobernaba a su solo arbitrio.
Un relato mentiroso
La defensa de los caudillos de provincia que el revisionismo, portador sano, hizo suya, es endeble y si se quiere mentirosa. El constitucionalismo de Artigas, San Martín, Ramírez, López, Bustos, Paz, Ferré y Urquiza, entre otros, y sus vínculos con los sectores populares, son valores del liberalismo, hegemónico en todo el siglo XIX. Para que se entienda: los caudillos populares de provincia fueron liberales. Lo cual revela que el liberalismo tiene una vertiente nacional, popular y lo que es más duro para los nacionalistas reaccionarios, es que se puede ser liberal y patriota.
En síntesis el rosismo fue el modelo político más reaccionario del siglo XIX. Mucho más que el mitrismo, al cual Kunkel ofendió. Porque a su manera, esto es, bajo control de su provincia -Buenos Aires- don Bartolo la incorporó a la Nación, luego de Pavón, aceptando la Constitución sancionada por las provincias.
El revisionismo ha sido, también, un cuerpo extraño al peronismo. Durante sus dos presidencias no fue su doctrina. Se apoderó de él, para decirlo de alguna manera, luego del 55’. Perón estuvo más cerca del liberalismo que de otro sistema doctrinario. Al fin y al cabo el liberalismo en el mundo y en la Argentina andaban interviniendo la economía y fundando en Europa el Estado social.
Perón apareció a la política en el 30’ en las filas del General Justo, un radical anti-personalista, como su maestro y guía, el general Sarobe.