El Parlamento Nacional no es ningún ejemplo de cordura, de sentido común ni de amplitud de criterio. La violencia de afuera, la del abismo o la grieta de la sociedad, como se quiera llamar, ingresó por las puertas grandes del recinto y trajo enfrentamientos de intenso ardor polémico. Algunos más intensos que otros, más recordables, que quedarán para la historia, si es que alguien está llevando la crónica del pasado de la incontención verbal en ese ámbito en los últimos años. Que pone en peligro la dignidad de ese centro, tan importante como cualquier otro en la histórica división de poderes.
Ese Parlamento ha presenciado de todo. Incuso aquello que parecía imposible. Como aprobar en pocas horas una montaña de proyectos de ley, sabiendo que ningún legislador pudo haber estudiado seriamente los textos como lo exige la seriedad institucional. O respaldar proyectos que pedía sin tapujos el Poder Ejecutivo, cumpliendo con el principio tan mayoritario en el peronismo, que se hace sin chistar con lo que quiere el Jefe o la Jefa, habitantes de la Casa Rosada. No hablemos de diálogos civilizados entre adversarios políticos. No hablemos de actitudes que no son más que hipócritas. No hablemos de las bandas de aplaudidores, extraños al ámbito, invitados por el oficialismo a los pisos altos que insultan a gusto y placer a los opositores, sin que intervengan las autoridades. Continuar leyendo