En medio de un desbarajuste no se puede ganar competitividad

“Para que una economía crezca y pague sus compromisos debe crecer, ser competitiva y evitar ajustes que deterioren su capacidad de pago”, escribió el lunes último Alejandro Vanoli en Twitter, utilizando un canal de comunicación poco común en el mundo para un presidente del Banco Central.

Dicho así parece una receta muy sencilla, casi de sentido común, que no requiere haber pasado por los claustros universitarios y mucho menos haber hecho cursos de especialización y masters en economía, microfinanzas y managment, para comprender por qué es así, y no hay otro modo.

Pero estamos en la Argentina, y la autoridad monetaria que se hace tiempo para comunicarse por la red social con sus seguidores, no necesariamente con sus pares, y probablemente menos con sus vecinos de Economía, no se ha dedicado a analizar por qué hace ya varios años, como mínimo cuatro, que las empresas radicadas en el país no logran crecer y el propio Gobierno no les deja pagar la totalidad de sus compromisos, porque la política así lo ha decidido unilateral y discrecionalmente.

A eso y no a otra cosa han contribuido en primer lugar el cepo cambiario, las DJAI y otras restricciones que desde fines de 2011 se dispusieron para el movimiento de divisas por parte de la economía real, y la continuidad de la no actualización de los balances por inflación, mientras que en los últimos tiempos se sumaron mayor flexibilidad para la venta de dólares para tenencia o ahorro de las familias, el atraso cambiario y tarifario, y la consecuente destrucción de oportunidades laborales.

Además, se fueron agregando otros factores que día a día contribuyen a ahondar la pérdida de competitividad de la producción nacional, tanto de los sectores con mayores ventajas comparativas con el resto del mundo, como el agro, en particular de explotación extensiva como la producción de cereales, oleaginosas y la ganadería, como más aún de la industria manufacturera, como la inflación en un rango de dos dígitos altos; consecuente suba de los salarios en una proporción similar, junto a la creciente presión tributaria, también a tasa de dos dígitos porcentuales, en tanto que el tipo de cambio sube a la mitad y hasta la tercera parte de esas variables.

Eso no es todo. La restricción energética lleva en este invierno en el que por el atraso tarifario y manejo discrecional, ya que gran parte de los sectores de mayores ingresos pagan por sus consumos mucho menos que los que están limitados por no tener acceso al sistema interconectado de luz y gas natural, y a los que se les corta el suministro, como a industrias, porque se las fuerza a operar con generación alternativa con mayor costo.

La lista podría ampliarse, pero creo que la descripción es suficientemente extensa y comprueba que ese coctel de discrecionalidad y la persistencia en varios rubros de precios administrados, han erosionado al extremo la competitividad y rentabilidad de la producción nacional, la cual se manifiesta no sólo en una sostenida aceleración del ritmo de caída de las exportaciones, y también de las importaciones, sin que eviten esos movimientos la extinción del superávit de la balanza comercial con el resto del mundo, sino también en la contracción del consumo de bienes durables y también no durables.

El Indec emite señales de alerta pero no se las toman en cuenta

La consecuencia de esa política ya no la puede ocultar ni el Indec, porque en la última Encuesta Anual de Hogares Urbanos, correspondiente al tercer trimestre de 2014, reveló que no sólo en el último año se destruyeron 409.000 empleos netos y sino también que hay más de 43% de los desocupados que llevan más de seis meses parados, según el último análisis del Instituto de Estudios Laborales y Sociales de la UCES, y otra porción importante de ex ocupados que no aparecen en la estadística por haber abandonado la búsqueda de una nueva oportunidad laboral, al verse desalentandos por el continúo fracaso que provoca una economía cerrada y con baja inversión en capital físico.

Es más, expertos internacionales mostraron en un seminario organizado por el Banco Ciudad y el IAE que “una economía aislada del mundo y que desalienta la competitividad no permite promover el emprendedorismo, para generar empleos y mejores salarios, en base a la innovación e incorporación de tecnología de punta”.

Para peor, sin anuncios ni publicidad, la Secretaría de Finanzas actualizó la serie de la deuda pública que estaba limitada al primer semestre de 2014 al total del año, y mostró que a tono con el desequilibrio creciente de las finanzas públicas, creció en sólo seis meses en u$s22.800 millones, a un ritmo de casi 20% por año, sin que se observen en contrapartida mejoras relevantes en la infraestructura.

Por el contrario, el fuerte aumento de la deuda pública proyecta más necesidades financieras para su repago, con sus consecuentes efectos sobre las finanzas del sector privado, y consecuentemente sobre las posibilidades competitivas de las empresas, en particular las PyME que fueron las más afectadas desde que se impuso el cepo cambiario y las restricciones comerciales y financieras a fines de 2011, y se sostienen en la actualidad.

Pese a ese cuadro, hay algunos economistas, no sólo del oficialismo, sino incluso de algunas consultoras privadas, como Elypsis, que consideran que “el aumento de la pérdida de competitividad ya no es tal, porque la diferencia entre la tasa de inflación real y la de devaluación nominal del peso comenzó a ser neutralizada con la depreciación del dólar en el mundo”.

Y no sólo eso, sostienen que “los desequilibrios que enfrenta la economía, principalmente la falta de dólares, podrá corregirse a partir de 2016 con políticas gradualistas, a partir de la solución del financiamiento internacional con un acuerdo del próximo Gobierno con los holdouts, cualquiera sea el signo que triunfe en las elecciones presidenciales, dado el poder del presidente sobre cualquier aparato partidario”. Incluso, afirman que “el abultado desequilibrio fiscal, del orden de 5,5% del PBI, no genera impacto inflacionario, porque en la actualidad tiene efecto monetario neutro”.

Sin embargo, los mismos analistas observan que “la desaceleración de la inflación habría encontrado un piso en torno a 1,5 a 1,7% al mes, con 0,5% en los precios controlados y administrados y 1,8 a 2% en el resto”, mientras que el tipo de cambio oficial sube 1%. De ahí surge una brecha negativa de competitividad cambiaria cercana a 1% nominal y 0,5% real por mes, que se agrega a la que se arrastra en forma acumulativa desde hace cuatro años, con magnitudes elevadas y variables según los sectores de actividad.

Dólar e inflación en camino a victorias a lo Pirro

La política económica, si se puede calificar de tal a la acción concentrada en que no se dispare el dólar libre y por esa vía no se reactive la inflación, le está aportando al Gobierno nacional una clásica “victoria a lo Pirro” en perspectiva.

Cabe recordar que Pirro reinaba en Epiro en 281 a C. cuando la ciudad de Talento le solicitó ayuda contra Roma. Entonces acudió con 25.000 hombres y enfrentó al cónsul Valerio Levino. Los elefantes, que los romanos aún no conocían, decidieron la batalla y las legiones, diezmadas, dejaron sus posiciones al fin de la jornada. Pero, al amanecer, el rey comprobó sus propias bajas: más de 4.000 hombres y sus mejores jefes muertos; su caballería puesta en fuga. “Otra victoria como ésta y estoy perdido” se quejó amargamente a sus generales. Continuar leyendo

Elevado costo paga el Banco Central para contener al dólar

Después del severo descontrol monetario en los últimos días de diciembre, forzado por el abultado aumento del gasto público sin caja previa, el Banco Central decidió encarar una agresiva política de absorción de pesos de la City por la vía de la colocación de Letras entre cuatro y doce meses de plazo, pagando tasas del orden del 28 por ciento anual.

Técnicamente es lo que venían reclamando los denominados economistas ortodoxos, porque el exceso de pesos respecto de lo que demandan las empresas y las familias genera una presión severa sobre el valor del dólar y por esa vía de la inflación; como también sobre el consumo, y por ese canal, presiona a la suba de los precios, esto es de la inflación.

A partir de ahí Tomás Bulat escribió en otro medio que “el precio más cuidado de la economía es el dólar”. Obviamente, está en lo cierto. Pero del mismo modo podría dicho “el precio más descuidado de la economía es el peso”, porque lo que abunda son los billetes en circulación que dada vez tienen menos poder de compra.

El mejor ejemplo de ese fenómeno, pese a que en los últimos doce meses la base monetaria creció sólo 20%, esto es casi la mitad del ritmo que tuvo la tasa de inflación, es que la relación de convertibilidad con las reservas en divisas en el Banco Central se sostiene por arriba de 14 pesos, un 60 por ciento más alto que la atrasada paridad oficial de 8,68 pesos en el canal minorista. Se trata de una de las relaciones más altas del mundo, o lo que es lo mismo, de las peores si se considera el poder adquisitivo, ya que con un peso apenas se puede comprar 12 centavos de dólar al cambio oficial (antes del pago de un 20% a cuenta de impuestos) o siete centavos en el mercado libre.

De ahí que para evitar que esas relaciones se deterioren aún más, y agraven el grado de empobrecimiento que afecta cada vez a más argentinos, Alejandro Vanoli decidió repentinamente cambiar el rumbo de su política monetaria y retirar del mercado desde comienzos del año más de 22.000 millones de pesos netos, con la colocación de Letras por 68.315 millones de pesos de valor nominal, pese a que vencían 35.400 millones de pesos de valor nominal. Significó reducir en 5% la base monetaria en sólo 30 días y absorber gran parte del giro al sector público el 29 de diciembre de casi 30.000 millones de pesos.

El fantasma del déficit cuasi fiscal se hizo realidad
La mala noticia de esa estrategia es que, por un lado, el exceso de emisión de pesos para atenuar el rojo de las finanzas públicas se hizo a tasa cero, mientras que la posterior esterilización se hace con un costo de 28% anual. Sobre el total de Lebac en circulación de 245.000 millones de pesos el pago de intereses por año asciende a unos 69.000 millones de pesos, equivalente a 1,5 por ciento del PBI.

Ese es uno de los precios que el Banco Central decidió pagar, aunque seguramente será mayor por la demanda de gasto del sector público en un año electoral y Presupuesto 2015 que ya quedó desdibujado antes de empezar el ejercicio, para contener la inflación y la suba del dólar libre. A modo de suposición estadística debo destacar que la citada relación de convertibilidad de 14 pesos por dólar que se observa en la actualidad se elevaría a 22 pesos si la autoridad monetaria decidiera cancelar la totalidad de las Letras en circulación.

Otro de los precios que paga el Central por no inducir al Ministerio de Economía a que reordene las finanzas públicas, con eliminación de subsidios económicos a las empresas y sectores de altos ingresos (familias que perciben más de 30.000 pesos por mes, como posible punto de partida); reducción de la presión tributaria sobre asalariados y empresas, con la suba a proporciones históricas de los mínimos no imponible y ajustes de balance por inflación) y extinción de las retenciones sobre las exportación; junto a precios libres e incentivos a la inversión productiva, y liberación de las tarifas de los servicios públicos. con la creación de una tarifa social para no castigar a los sectores de bajos ingresos -más del 50% de los trabajadores, es el desaliento del crédito al sector productivo a tasas blandas de 19% anual, porque compite con ese segmento tentando a los bancos y a empresas a colocar su liquidez al 28 por ciento anual en Lebac, como ocurrió en las últimas licitaciones.

El resultado de esa política está a la vista, salvo el impulso del turismo doméstico para un cuarto de la población, en una estimación exageradamente optimista, sustentado en la pérdida de capacidad de gasto en el exterior, es la agudización de la recesión; la destrucción de más empleos; el mercado inmobiliario aún no encuentra su piso; la inflación no cede de modo genuino y permanente y por tanto la inversión productiva de envergadura se posterga otro año más.

Además, el exceso de regulaciones sobre el sistema financiero, las cuales se acentuaron en las últimas semanas con suspensiones a varias entidades de las operaciones en el mercado de capitales a través de sus casas de Bolsa, llevó al país a ocupar el puesto 172 sobre 177 en libertad monetaria, según difundió el índice que The Heritage Foundation realiza con el periódico estadounidense The Wall Street Journal.

Todos esos costos y descenso sostenido con prisa y sin pausa a las peores calificaciones en cualquier ranking mundial de indicadores económicos, sociales y políticos, se evitarían si al menos se siguieran las prácticas de la mayoría de los países, en lugar de acercarse cada vez más a los que están severamente reprobados y condenan a sus habitantes a condiciones de pobreza extrema y atraso de más de 50 años.

En ese escenario, el ingreso de capitales del exterior, sea de argentinos, sea de extraños, posibilitaría mejorar sensiblemente la relación de convertibilidad entre la base monetaria y las reservas en divisas, con un menor costo para el conjunto de los residentes. Pero la historia argentina es muy rica y muestra que los políticos prefieren los atajos y el gradualismo, antes que el ordenamiento macroeconómico de shock por su fuerte impacto inicial, pese a que los buenos resultados no sólo sucederían más rápido que tarde, sino que se tornarían sustentables, con efecto inclusivo genuinio sobre los sectores de la población más postergados.