La opción de salir del cepo sin reservas, pero con confianza

En las últimas horas el presidente electo dio diversas definiciones sobre cuáles serían los primeros pasos de la política cambiaria a partir de asumir el 10 de diciembre, que fueron desde “unificar el mercado cuando se ordenen las variables”, hasta “salir del cepo el primer día de gobierno, porque no existe al no haber reservas en el Banco Central”.

Al parecer, esta última opción fue la que estaría predominando por estas horas, luego de que empresarios del agro alertaran sobre los riesgos que implicaría la suspensión por 90 días de las retenciones a las exportaciones para incentivar la liquidación de cosechas retenidas por unos USD 8.800 millones, y evitar la emisión de miles de millones de pesos por las compensaciones de las operaciones abiertas por parte del Banco Central en el mercado de dólar a futuro, porque generaría incertidumbre a partir del día 91.

Y destacó Mauricio Macri en sus diferentes entrevistas mano a mano con la prensa: “Estamos volando sin instrumentales, no sabemos cuál es la situación de los números”, fiscales, de reservas, deuda pública.

Para peor, una resolución de la Corte Suprema dispuso en las últimas horas que el gobierno nacional deberá restituir en corto plazo a las provincias de retenciones de coparticipación de impuestos para financiar el sistema de reparto, porque se habían dispuesto cuando regía el ahora inexistente sistema de capitalización del ahorro privado para la futura jubilación. Se trata de unos $80.000 millones para los casos agregados de Santa Fe, Córdoba y San Luis, pero treparía a más de $460.000 millones para el conjunto de las jurisdicciones, equivalente a más de 9% del PBI.

De ahí que frente a un escenario singularmente incierto sobre el real grado de los abultados desequilibrios conocidos y proyectados, el presidente electo se habría inclinado por desistir del gradualismo para la nueva política cambiaria y levantar el cepo cambiario “lo antes posible”, pese a los temores que manifestaron muchos economistas, principalmente del sciolismo y massismo, de liberar sin reservas.

La fortaleza de un amplio plan consistente y por tanto creíble
Al parecer, la confianza en salir del cepo sin que se produzca una estampida del tipo de cambio, muy superior a los $15 actuales que rige en el mercado libre o contado con liqui, porque a $9,75 cada vez son menos las transacciones que se autorizan, se sustentan en la expectativa de que con la liberación del mercado sean más los exportadores que se vuelquen a liquidar exportaciones de granos retenidos en silos bolsas, que los importadores y empresas que se presenten a demandar los inexistentes dólares de libre disponibilidad en el Banco Central y entidades financieras a un precio sustancialmente mayor al que podría tener en un futuro cercano.

En ese escenario, se podría pensar que el nuevo equipo económico encabezado por Alfonso Prat Gay podría reorientar los dólares que ingresen por liquidación de exportaciones a pagar atrasos de importaciones, para volver a poner en marcha las actividades productivas que debieron reducir los programas de diversas plantas, como las automotrices y de autopartes, pero también de sectores básicos, por falta de insumos y partes que no se fabrican en el país.

Más aún si como primer paso se libera el cepo cambiario para las nuevas transacciones financieras, el flujo, de modo de atraer inversiones extranjeras, tanto de riesgo, como de infraestructura, porque se abren las puertas de salida de esos fondos, sin restricciones, más allá de las naturales destinadas a evitar acciones especulativas desestabilizantes.

Para lograr eso, se considera fundamental que el nuevo gobierno anuncie un plan económico integral para recuperar la disciplina fiscal, monetaria, cambiaria y de comercio exterior, incluyendo la política social, para no afectar aún más a los sectores más perjudicados por una política que llevó a incrementar de modo singular la pobreza y la pérdida de oportunidades laborales en el sector privado.

La economía llega al 10 de diciembre con diversos frentes abiertos e inciertos, como sobre la real disponibilidad de reservas en divisas en el Banco Central que van de un piso de u$s11.000 millones a un saldo negativo de esa magnitud, pasado por el nivel de la deuda pública cuyo último dato es a diciembre de 2014, pasando por la magnitud de las operaciones de cambio a futuro abiertas en el BCRA a un cambio de 10,50 a 11 pesos entre marzo y abril; los reales beneficiarios de los diversos planes sociales; los nuevos empleos públicos desde abril de 2015; el atraso de pagos de las finanzas públicas; la pérdida de competitividad cambiaria de la producción nacional; el devaluado INDEC que no sólo buscó ocultar el real nivel de inflación,sino también de pobreza y de desempleo, entre muchísimos otros.

Semejantes debilidades pueden transformarse en fortalezas si se anuncian medidas claras que conduzcan más temprano que tarde a corregir todos esos desequilibrios, con saldo final agregado positivo, y consecuentemente evitar el resurgimiento de tensiones cambiarias. No será la primera vez que un gobierno inicia su mandato con niveles de reservas negativas, sin aparentes posibilidades de salida en corto plazo, que logra salir gradual pero sostenidamente de ese estado crítico.

El cepo cambiario impidió generar 1,5 millones de empleos

Un INDEC nada confiable registró en el tercer trimestre de 2015 la menor tasa de desempleo en 28 años, con un muy sospechado 5,9% de la oferta laboral de casi 19 millones de personas, sobre todo por qué se sustentó en el estancamiento de la participación de la población en el mercado de trabajo, por la generalizada ausencia de las oportunidades de obtener una ocupación rentada en el ámbito privado.

Las excepciones fueron gran parte de las administraciones públicas nacionales, provinciales y municipales que amparadas en el paraguas de “gobiernos populistas”, justificaron su rol de convertirse en bolsa de trabajo, como ocurría en los 70, pese a que sus finanzas hacían agua, esto es acumulaban crecientes déficit fiscales: gastaban mucho más de lo que podían recaudar con, impuestos, tasas y contribuciones y con las altas tasas de inflación.

Curiosamente, la última vez que el INDEC midió un desempleo menor a 5,9% de la oferta laboral fue en 1987, cuando comenzó a gestarse el camino a la hiperinflación en menos de dos años, porque el Gobierno de turno se resistió a validar las generalizadas recomendaciones de los economistas externos de encarar el encuadramiento de las finanzas públicas, esto es hacer una racionalización del empleo ocioso, y generar, paralelamente, condiciones de incentivos a la inversión productiva, para crear puestos productivos de calidad.

Un fenómeno similar parece asistirse en estos días previo a la definición de quién conducirá los destinos del país en los próximos cuatro años con los temores infundados, de propios y extraños, a levantar de una vez el cepo cambiario y con ello a sincerar el mercado de cambios, volver a encuadrar las finanzas públicas y con ello reducir fuertemente la inflación, con un plan integral que orientado a recuperar la solvencia macroeconómica y social, y por tanto a favor de la empresa y de los trabajadores, permita retomar la senda del crecimiento sustentable y, por tanto, sostenido, con fuerte aliento al aumento de la participación de la población en el mercado de trabajo de menos del 45% al 55%, como promedia en el mundo.

La contundencia de la historia reciente
Claramente, no se puede asegurar qué puede ocurrir si se toman medidas de shock, en lugar de adoptar políticas gradualistas que puedan sonar como música grata para los oídos de quienes quieren disfrutar de un escenario insostenible, como los que acceden a puestos públicos altamente remunerados sin una correspondiente prestación de servicios acorde; los empresarios que reciben beneficios de producir en condiciones cuasi prebendarias y protegidas, y los que con políticas ad hoc quedaron exentos de la creciente confiscación de los salarios que provoca un régimen de Impuesto a las Ganancias que grava de modo desigual a quienes tienen un ingreso y estructura familiar similar, porque se determina según cuánto ganaba antes de agosto de 2013, entre otros.

Pero, por el contrario, de las propias estadísticas devaluadas del INDEC se puede comprobar que desde que se instrumentó el cepo cambiario, a fines de octubre de 2011, con la exigencia de aprobaciones discrecionales de las Declaraciones Juradas de Necesidades de Importación; límites para acceder a la compra de dólar ahorro a precio subsidiado; cupos a las exportaciones de alimentos; y reducción acelerada de los límites para pagar importaciones por día de USD 500 mil hasta 2013; USD 300 mil desde 2014; se achicó a USD 150 mil a fines de octubre, 15 días después se contrajo a USD 75 mil y ahora a sólo USD 50 mil diarios, la economía perdió vitalidad y con ello la posibilidad de generar empleos privados.

Así, un Gobierno que se dice “populista” tomó medidas para evitar la sostenida fuga de capitales, por desaprobación de los agentes económicos de sus crecientes políticas regulatorias y de aumento de la presión tributaria, que derivaron en una brusca desaceleración de la creación de riqueza y con ello de empleos productivos, en lugar de otras que atendieran a los genuinos reclamos para recrear la confianza interna y externa.

El PBI que tras la depresión de 2002 registró tasas de incremento promedio cercanas a 7% por año, incluido el freno que impuso la crisis financiera internacional en 2008 y 2009, acumuló desde 2012 una suba agregada de 6,4%, siempre según el INDEC, porque para el consenso de las consultoras privadas literalmente se estancó.

Mientras que el empleo pasó de crecer en 3,5 millones de puestos netos desde el tercer trimestre de 2003 hasta similar período de 2011, con un promedio acumulado por año de 292 mil personas; en el último cuatrienio se atenuó a sólo 256 mil, con una media por año de 64 mil puestos netos, principalmente en el sector público.

Y frente a los temores, también infundados, sobre que la salida del cepo cambiario provocará una fuerte depreciación de los salarios en dólares, como si en la Argentina esa fuera la moneda que domina las transacciones por más de 900 mil millones de pesos por mes, no parece ocioso insistir con que los ingresos ya fueron devaluados por un Banco Central que llevó en pocos meses la relación de convertibilidad de la base monetaria por cada dólar en las reservas informadas de 15 a más de 21 pesos, esto es el doble de la artificial paridad administrada de $9,70 por dólar; y que la mejor manera de elevar los ingresos reales de trabajadores y jubilados, es con la generación genuina de empleos productivos y aumento de la productividad en el uso de los recursos humanos y de capital.

Singular potencial para superar la crisis
Un simple ejercicio de simulación determinó que si en lugar de haberse puesto el cepo cambiario e intensificado las medidas regulatorias y fomentado la vuelta a tasas de inflación de dos dígitos, se hubiesen seguido políticas acordes con las que aplican en la mayoría de los 220 países, el PBI podría haber adquirido un curso crucero en torno a 4% crecimiento, que para las potencialidades y grados de capacidad ociosa que registraba la Argentina en 2011 y que se intensificaron desde entonces en la puesta en valor de los recursos naturales, humanos y financieros, es muy austero.

Con esa tasa de crecimiento, y estimando una elasticidad empleo/PBI de 0,6, esto significa que por cada punto porcentual de aumento de la generación de riqueza los puestos de trabajo se elevan a ritmo de 0,6 puntos porcentuales, la economía habría abierto oportunidades laborales efectivas a casi 1,8 millones de personas, en lugar de las apenas 300 mil que efectivamente se lograron, según surge de la proyección al total país de los últimos datos de la Encuesta Permanente de Hogares.

Es decir, el cepo vedó la posibilidad de trabajar a unas 1,5 millones de personas, y con provocó la irrupción de la pobreza y la exclusión social a niveles alarmantes, más aún en una nación que tiene una singular potencialidad para producir alimentos, pero también de otros bienes y servicios diversos.

Caer en la trampa de demorar la salida del cepo, como de los tremendos desbarajustes fiscales, tarifarios, monetarios, y del tremendo deterioro de la infraestructura socioeconómica básica, tomando todos los recaudos de medidas paliativas plenas para los sectores más afectados de la sociedad, un 60% de la población total, sólo asegura negar oportunidades laborales a muchos argentinos y también a extranjeros que aún hoy vienen a esta tierra a recibir educación especializada y atención médica gratuitas y disparar la tasa de desempleo a niveles de dos dígitos.

Ahorramos poco y escondemos mucho

La economía argentina arrastra una larga historia con muy pobres registros de tasa de inversión interna, reflejo de una débil vocación por el ahorro doméstico y de una recurrente fuga de capitales.

Claramente, la insistencia de los gobiernos de los últimos 80 años en querer volver a empezar, desconociendo los pocos y raros logros de las administraciones anteriores, explica gran parte de la debilidad que caracteriza a la moneda nacional y la pobre propensión a encarar emprendimientos de envergadura que no aseguren rápidas y altas tasas de ganancia.

Ahora se está frente a un escenario similar, después de cuatro años con estancamiento de la actividad económica y receso de la capacidad de generación de riqueza promedio por habitante, en un contexto de altísima inflación, y cepo para girar utilidades a casas matrices radicadas en el exterior.

Los datos a julio de la consultora de Orlando Ferreres sobre el desempeño de la inversión bruta interna fija, es decir, en construcciones y máquinas y equipos para la producción, dan cuenta de que no sólo se estancó en el nivel de marzo, sino que cayó a un paupérrimo 17% del PBI en valores corrientes, y 20% si se lo ajusta por inflación y tipo de cambio. Se trata de niveles que ubican a la Argentina por debajo de la mitad de la tabla en un listado de 179 países, posición 101, con 2,5 puntos porcentuales menos que el promedio mundial.

La consecuencia de semejante atraso, agravado por la veda al acceso al mercado internacional de capitales, aunque para algunos pueda ser un consuelo que esa tasa de inversión es mayor a la que registran países vecinos, como Brasil o Uruguay, es que se traduce en destrucción de fuentes de trabajo, porque la economía pierde competitividad, al punto que ya está en el puesto 104 sobre 144 países, según el último ránking del World Economic Forum.

Si a eso se agregan los efectos nocivos de una amplia vocación por el exceso de gasto público sobre los ingresos que se obtienen con el cobro de impuestos, al punto que no son pocos los políticos, incluidos algunos de los candidatos a la presidencia de la Nación, que sostienen que el déficit fiscal se puede corregir con el crecimiento de la economía, se comprende la costumbre que tienen muchos argentinos y residentes con capacidad de ahorro de atesorar en moneda extranjera, o en activos dolarizados.

Pero además, la larga historia de prohibiciones, exceso de regulaciones y hasta cepos, como el que en la actualidad rige para diversas operaciones de cambio, reservadas para muy pocos -menos del 6 por ciento de los trabajadores pueden comprar divisas para ahorro- incentiva la marginalidad de la economía, la cual se resiste a bajar del 40 ó 35%, sea en el mercado de trabajo, o en la generación agregada de riqueza.

De ahí que una de las metas que debería proponerse una buena administración del país es generar las condiciones para que los habitantes y empresas puedan recuperar capacidad de ahorro y se desactiven todas las normas y medidas que directa o indirectamente contribuyen a mantener altos índices de informalidad, como claramente acaba de pedir de Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios.

De lo contrario, no sólo en la Argentina se continuará “ahorrando poco y escondiendo mucho”, como sintetizó en una conferencia el economista jefe de un banco, sino también con repetidos episodios de tensiones en el mercado de cambios, como los que reaparecieron desde fines de julio.

La recesión aún no alcanzó su piso

Transcurrido el primer bimestre del año los indicadores de actividad no dan señales de un punto de inflexión. Sea por el lado de la venta de automotores, o el más amplio, como el informe de la recaudación de impuestos, se advierte una desaceleración de la tasa de contracción del consumo, la inversión y del comercio exterior, pero eso está lejos de marcar el fin del ciclo recesivo, porque disminuye la tasa de variación interanual, pero cada vez se está más abajo en cantidades y en valores reales, en el caso de las variables nominales.

Y si bien el movimiento turístico doméstico recuperó niveles de tiempos de bonanza, muy lejos estuvo de responder a la superación de la crisis, sino por el contrario, fue el más claro reflejo de la profundización de la pérdida de capacidad de compra de los salarios, en particular en el resto del mundo. Basta con pararse frente a la Aduana de Ezeiza y ver como los pasajeros regresan con las valijas flacas y sin demoras porque no hay nada que declarar, salvo algún juguete, alimento envasado, o complemento de un producto electrónico, que no llegan a superar los 300 dólares de franquicia, para comprobarlo.

Además, las estimaciones de mercado dan cuenta de que el aumento en cantidad del flujo del turismo fue inversamente proporcional a la variación del tiempo de permanencia en estado de disfrute de la población en los centros turísticos del país: “fue un año más gasolero que nunca”, destacan los expertos del rubro. Los optimistas de siempre atribuyen el fenómeno a la multiplicación de los “feriados puente”, porque ha llevado a modificar los hábitos de salidas durante el año: “más a menudo por menos tiempo”.

El récord de venta de dólares para ahorro a una minúscula porción de la población trabajadora, ya que alcanzó un ritmo cercano a u$s6.000 millones, que representa menos del 10% del total del ahorro nacional en un año, tiene su contrapartida en la mayor baja del consumo y también de la inversión productiva, más allá de que algunos lo utilicen para compensar la pérdida de poder adquisitivo de sus ingresos habituales con la venta de esos dólares en el mercado blue.

El cobro de IVA sobre el consumo de productos nacionales creció 32,7% en el bimestre, un par de puntos por debajo de la tasa de inflación, no obstante que, según dijo el administrador federal de ingresos públicos, contó con el impulso derivado de la sustitución de importaciones, fenómeno que explicó la pérdida de vitalidad de las compras externas, en parte por la discrecionalidad en las autorización de pagos a los proveedores del exterior, y en parte por la baja de los precios internacionales. De modo que el consumo agregado cayó en términos reales.

Mientras que lo ingresado entre enero y febrero por el denominado impuesto al cheque apenas aumentó 21%, más de diez puntos porcentuales menos de lo esperado por el curso de la inflación, descontado el receso de la actividad.

Parte de semejante caída en términos reales puede asociarse al retorno de cierta indisciplina fiscal, fomentada por la propia AFIP al mostrarse más flexible que otros meses en las autorizaciones de venta de cambio a ahorristas, porque sabe que gran parte de las divisas que se obtienen de las reservas a un precio de remate se vuelcan en el circuito informal para obtener una renta cercana al 30%. Con ello por un lado logran reforzar la debilitada capacidad de compra de bienes de los salarios y por otro contribuyen a deprimir el valor del dólar libre, al surgir una oferta inducida por la propia autoridad gubernamental.

Algunos economistas creen ver en la desaceleración del ritmo de crecimiento de la recaudación de impuestos el efecto de la disminución de la tasa de inflación, por la recesión doméstica. Pero, al parecer, han distraído su mirada sobre el efecto sobre el desequilibrio negativo de las finanzas públicas, pese a que por esa vía se ha acelerado la expansión monetaria para financiar el gasto del gobierno de menos de 20% en octubre de 2014 a más de 32% anual desde comienzos del año, la cual volverá a disparar la suba de los precios al consumidor en pocos meses.

Expresión de buenos deseos
De ahí que pese a ese escenario, no son pocas las consultoras privadas que comienzan a presupuestar un cambio de expectativas hacia el segundo semestre, a partir del agotamiento del actual ciclo de gobierno y el voto de confianza que suele otorgarse a todo nuevo presidente, y hasta arriesgan una tasa de crecimiento de 4% para el año próximo.

Sin embargo, aún no se conoce cuál será el punto de partida del paso de la recesión a la esperada reactivación de la economía, y menos aún si el desbarajuste que se observa en materia fiscal, tarifaria, cambiaria, monetaria, energética y también en los indicadores sociales, se corregirá con dolorosas políticas de shock que posibilitarían un rápido salto de calidad en todas las variables, como aconsejan muchos economistas independientes, no atados a objetivos y plataformas de los partidos políticos, o a través de recetas heterodoxas aparentemente menos costosas para la población, y por tanto más publicitadas en los discursos de campaña, aunque no aseguran una corrección sostenida y sustentable como se vio repetidamente en los fallidos “programas de ajuste” entre los 70 y parte de los noventa.

Kicillof ve un país y un mundo diferente al real

En la Argentina ya nos hemos acostumbrado a que los indicadores oficiales niegan una realidad que inquieta más a las familias y pequeñas empresas que a los principales dirigentes de la oposición y menos aún a los del oficialismo. Los primeros porque la sufren, los segundos porque su mirada está puesta más en 2016 que en resaltar la crisis y las medidas que deberían tomarse para superarla porque pareciera que temen ser catalogados como “la cadena del desánimo” y los últimos porque sienten la necesidad de sostener el relato y no admiten la posibilidad del fracaso de las nuevas, aunque reiteradamente probadas y fracasadas viejas recetas.

Primero fue con la inflación, aunque se amagó con corregir el desvío con las mediciones privadas a comienzos del año con la elaboración de un nuevo índice nacional que nunca se desagregó, porque pronto se volvió a la práctica desde 2007 de subestimarla en un cincuenta por ciento.

Luego, fue el cálculo del PBI, más alto para la óptica de los técnicos del Indec y más bajo, e incluso ahora negativo, en las diferentes estimaciones privadas que se hacen en Buenos Aires, Córdoba o expertos de la Universidad Nacional de Tucumán.

Más recientemente se agregaron los datos laborales, donde no sólo se publicitó que tímidamente subió el desempleo en términos relativos, sino que además el Indec comunicó un leve aumento del empleo en el agregado de los 31 aglomerados urbanos en cantidad de personas. Pero no sólo la proyección al total país permitió advertir un salto más grande de la tasa de desempleados que la anunciada, sino también una drástica destrucción de empleo y que bien medida la provincia del Chaco acusa una tasa de desocupación de dos dígitos porcentuales en contraste con pleno empleo relativo y absoluto que informó el organismo oficial de estadística.

Y en la 62 Convención Anual de la Cámara Argentina de la Construcción el ministro de Economía, Axel Kicillof, sorprendió al anfitrión, Gustavo Weiss, al desestimar su preocupación por el receso que afecta al sector, como consecuencia de la parálisis del mercado inmobiliario y la destrucción de más de dos por ciento de la nómina, con la mención de que la actividad sigue batiendo récord de permisos de construcción, con un nivel que supera en un 40% el promedio de la convertibilidad, y el secretario de Obras Públicas al vaticinar que se espera cerrar el año con récord de despachos de cemento.

Sin embargo, pocos minutos después el Indec se ocupaba de informar que la caída de las exportaciones en octubre fue la más intensa desde la crisis de 2009, y también excedió a la baja de las importaciones. Además, por los desaciertos de la política económica del ministro desde que era viceministro, omitió hacer referencia que el comercio exterior argentina registra el peor desempeño en más de 20 años en su gravitación en el intercambio mundial de bienes.

Y ayer, el organismo oficial de estadística dio cuenta de que tanto las ventas en supermercados como en grandes centros de compras (shopping) mantienen una contracción en términos reales de más de 6%, la cual no se corresponde con la “capacidad de ahorro” de gran parte de los asalariados, como dijo en su reaparición pública de la Presidente, después de 25 días de convalecencia.

Pero no sólo eso, el ministro de Economía transmitió las preocupaciones de la mayoría de los 19 presidentes de los países del G-20 que representan junto a la Argentina un 85% del PBI mundial, la persistencia de la “segunda peor crisis de la historia económica mundial” y que recordó que “el FMI definió como la nueva mediocridad”, pese a que pocos minutos antes el Departamento de Comercio de los EEUU comunicó que el PBI registró con 4,2% el mayor crecimiento en los últimos once años.

De ahí que se podrá insistir con negar la realidad, pero la crisis se acentúa, la inflación supera el 40%, el déficit fiscal ya bordea el 7% del PBI, el consumo se derrumbó, la inversión ya no alcanza para reponer el envejecimiento del acervo productivo y el Banco Central agotó la capacidad de financiamiento al Tesoro con emisión y llevó a abandonar la política de desendeudamiento de la peor manera: con el retorno de los bonos ajustables, por ahora por el tipo de cambio oficial.

La negociación de la deuda afecta a la inversión

El Jefe de Gabinete de Ministros se muestra convencido de que la negociación de la deuda pública no guarda correlación alguna con la tasa de inversión de la economía. No sólo eso, para reafirmar su posición, claramente no comprobable en las estadísticas oficiales, como demostraré más adelante, dejó flotando la idea de una correlación inversa positiva: en 2001 la tasa de inversión era de 14,2% del PBI y había caído a 12% en la crisis de 2002 y subió a más de 21% del producto en 2005, pese a haber transitado el país más de tres años en estado de cesación de pagos y hoy está más abajo.

Sin embargo, un repaso menos ligero de la historia reciente de la economía argentina permite recordar que las tasas de inversión de comienzo del presente siglo fueron las más bajas de la historia contemporánea, con alguna excepción en los tiempos de la hiperinflación. Por tanto no parece un gran mérito superar esos pobres registros, aún en estado de default, si se avanzaba hacia un claro proceso de normalización de las instituciones.

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